En Deconstructing Harry (Desmontando a Harry, 1997), una de sus tantas obras maestras, el gran guionista y director norteamericano Woody Allen introduce en el título por vez primera lo que ya es habitual a lo largo de toda su carrera fílmica: una frase que nos indique que va a diseccionar a los personajes de su obra con una precisión psicológica únicamente comparable -y que no se ofendan los admiradores de los clásicos- a la del gran dramaturgo inglés William Shakespeare. Ambos, con su pluma, pueden hacernos entrar en las sórdidas y tenebrosas facetas de la personalidad humana, con la misma sencillez que un experto en Management explica un tipo de organización particular.

¿Por qué interesa a los estudiosos del liderazgo actuar como médicos patólogos forenses buscando los entresijos del comportamiento humano? Porque no existe o, mejor dicho, no tiene posibilidad de existir el concepto liderazgo si no existe previamente una acción humana. Y la manera que en el Management moderno, a partir de Herbert Simon, uno de los padres del conductismo y de la Teoría de las Toma de Decisiones en las organizaciones, deja al descubierto todo su alcance como disciplina, es cuando estudia el comportamiento y la conducta humana.

En épocas ancestrales las sociedades convertían habitualmente a sus líderes en mitos. Son muchos los autores que apuestan por la idealización que los grupos humanos daban a quienes destacaban no solamente por su inteligencia, sino por su perspicacia y capacidad de anticipación y proyección de situaciones. El jefe de una tribu se convertía a veces en el líder de todo un pueblo, lo que implicaba una extensión geográfica importante. La mayoría de los líderes trabajaban para el bien de uno o varios grupos. Eran por ello reconocidos por todos como depositarios de la confianza para conseguir objetivos comunes de estabilidad en el futuro, de mejora continua y de identidad. Eran especialmente respetados porque ese líder les daba la garantía de defensa y seguridad a los pueblos que integraban esa gran comunidad. Nos viene a la memoria la lucha del cacique “Caballo Loco” en nombre de las seis naciones Sioux, enfrentada al gobierno federal de Estados Unidos de la década de 1860 una vez finalizada la Guerra de Secesión.

El liderazgo, tal como lo entendemos actualmente, debe huir del mito

Pero transmutar a líderes en mitos es un asunto que merece nuestra atención, especialmente porque la definición mitificadora es unidireccional, de la sociedad hacia el mito, aunque exista habitualmente una retroalimentación biunívoca que pueda hacer pensar erróneamente que el mito es dueño de su status sociológico. Aún hoy, la valoración parcial y superficial de las sociedades hacia sus líderes sigue creando mitos. Todos hemos conocido líderes de diversa índole, la mayoría políticos, artistas y deportistas. Son aquellos que son representantes de todos o algunos de los ideales que las sociedades adoptan como propios, de tal manera que el líder pasa a ser un concepto mediante su conversión en mito.

En la actualidad es difícil encontrar verdaderos líderes y los pocos que hay son personas de edad que se apartaron de sus ámbitos de vanguardia hace tiempo. Los grupos humanos, sociedades, empresas o corpúsculos de menor ámbito (por ejemplo, familias o clanes), precisan de líderes, pues en ellos depositan el compendio de intereses que deben evaluarse en una compleja balanza en constante reequilibrio.

El liderazgo, tal como lo entendemos actualmente, debe huir del mito. No porque grandes líderes no merezcan ser también mitos sino porque la mitificación esconde dos conceptos, a nuestro entender, que deben ser explicados suficientemente: el primero, que el líder es una persona como las demás y que dispone de las capacidades y el apoyo del grupo para el desarrollo de tareas y la consecución de objetivos; el segundo, que el resto del grupo sería incapaz de vislumbrar la continua mejora sin un líder, por lo que se ve en la necesidad de crear esa figura, que es lo más parecido a los mitos de la Antigüedad (salvando las distancias).

El líder como ser humano

La primera idea a la que nos hemos referido es sencilla y, al mismo tiempo, compleja: los líderes son personas, hombres o mujeres cuyas actitudes son consideradas por los demás ejemplo de comportamiento y, por tanto, imitables. El líder requiere ante todo la existencia de un humano que tenga determinadas cualidades. Es habitual leer en numerosos foros de Internet sobre este asunto y las conclusiones que se sacan son que los líderes destacan por su preparación, tanto profesional (que es la que ha venido valorándose tradicionalmente de mejor manera) como personal, que es la que en los últimos tiempos está tomando mayor protagonismo, y con razón, como hemos puesto de manifiesto en otros artículos.

No merece la pena entrar a valorar las cualificaciones profesionales, pues es evidente que éstas son merecedoras de gran importancia en un líder que deba dirigir una organización. Sin embargo, el liderazgo le debe cada vez más a ese currículo no oficial de la persona que ostenta el liderazgo. Pensemos si hubiera sido lo mismo un líder como Mandela sin toda su compleja y atribulada historia personal. Evidentemente, no.

Y casi todos los líderes no pueden sustraerse a ello. Y el resto de los individuos no debemos obviar su historia familiar y su actitud ante las circunstancias de la vida. ¿Acaso no humanizamos más a deportistas, artistas y políticos, por ejemplo, cuando conocemos sus historias personales, sus detalles familiares o sus anécdotas estudiantiles? Conocemos todos muchos ejemplos en los que la vida supera las expectativas y ello redunda en una mejor comprensión de las personas que nos lideran. En la recientemente estrenada película “El Mayordomo” podemos ver a muchos presidentes estadounidenses pedir consejo sobre cuestiones de Estado a su mayordomo. ¿No demuestra eso la humanidad simple y real de los líderes?

El líder necesario

Parece que el liderazgo es necesario o, por lo menos, lo es una cierta organización que permita estructurar los grupos. En una empresa parece evidente que debe haber un corpus más o menos piramidal que permita un desarrollo adecuado de las tareas, del mismo modo que en las sociedades humanas (incluyendo las de ideología socialista). Y no sólo es necesario sino imprescindible.

El líder debe estar presente para representar y defender el ideario de una empresa, por ejemplo. La cuestión ya no sólo es la figura del líder, sino de la estructura, el organigrama y los representantes que lo ostentan. El liderazgo queda menoscabado cuando otros cargos o puestos de la estructura carecen de las capacidades necesarias para la disciplina y la defensa del concepto que el líder tiene de la organización. En una empresa no parecería lógico que el staff intermedio no aunase el ideario del líder, que no tiene que ser su ideario como persona, sino el ideario que defiende como líder de dicha organización.

Sin embargo, vemos empresas que son mal gestionadas, donde el problema de fondo es una dispersión del liderazgo hacia debajo de la organización. O lo que es lo mismo: el líder fracasa no por falta de capacidad personal o profesional, sino por la incapacidad de sus subordinados de seguirle. Suele ser habitual ver este tipo de situaciones en política, donde ministros o similares se contradicen entre sí, lo que apunta hacia su extinción más o menos inmediata, bien por cese parcial o total de un gobierno o por su caída en las siguientes elecciones.

El liderazgo de los partidos políticos

Estos autores han criticado a lo largo de meses, de manera directa o indirecta la falta de liderazgo de los líderes europeos para sacarnos de la crisis, o mejor dicho, habernos sacado de la crisis mucho antes y con menos sacrificios, de los que realmente hemos tenido que soportar en la UE, especialmente la Europa Mediterránea. También hemos sostenido siempre que el liderazgo efectivo, sea en la política o en las empresas, se fundamenta en la visión de esa persona que se le considera líder para traer el futuro al presente y saber con una precisión, en algunos casos asombrosa, cuáles van a ser los escenarios en los que la sociedad tendrá que actuar en un futuro próximo.

¿Por ello vamos a considerar a Steve Jobs, Richard Branson, Bill Gates o Mark Zuckerberg mitos del liderazgo? ¡No! No confundir los que son precursores e impulsan el cambio social por sus acciones, hallazgos, etc., con mitos, que surgen más de leyendas urbanas y de categorías que no responden a la auténtica personalidad diseccionada como referíamos al inicio.

Lamentablemente los partidos políticos en España son receptores de una categoría no acorde con su capacidad real: son esenciales en el juego democrático, pero una sociedad enferma y una degeneración de la democracia los ha puesto en el altar del poder como si éste emanara de un partido en vez de las instituciones que conforman el estado de derecho. Si fuera un fenómeno atmosférico a esto le llamaríamos anomalía. En el caso de una democracia moderna, el auténtico mito o mitificación absurda del poder del partido político es una anomalía jurídica y ontológica, porque sencillamente son depositarios de un poder que no reside en las instituciones democráticas como debiera. Y entonces el mito se cumple y se escucha la declaración de un diputado como Rafael Hernando diciendo que ellos (solamente unos pocos en referencia a los legisladores) representan la soberanía del pueblo, cuando la auténtica representación del poder es la del pueblo en las instituciones a través de sus representantes, sin coartar las libertades y sin ampararse en mayorías absolutas fuera de todo consenso, lo que le quita todo el peso del poder ético y moral que creyéndose mitos se atribuyen.

Creemos en las personas y en sus buenas acciones. Y esta es la esencia del liderazgo

¡Cuánto hay que cambiar en esta sociedad para desmitificar a los partidos políticos! Lamentablemente no le ha surgido aún a Woody Allen la idea de “desmontar” a los partidos políticos españoles, porque seguramente tendríamos un nuevo tratado de liderazgo al que podríamos llamar “De las falacias y mitos de la representación ciudadana a través de los partidos políticos”. No nos gustan ni los mitos deportivos ni los políticos o artísticos. Creemos en las personas y en sus buenas acciones. Y esta es la esencia del liderazgo.

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