La sociedad actual, moderna y tecnológica, puede librarnos de muchos males del pasado pero también “condenarnos” por los “nuevos males” derivados del tremendo impacto de la tecnología en nuestras vidas.
Es el mundo de la multifuncionalidad en el que se valora a las personas por el número de tareas que pueden realizar al mismo tiempo. Pero cuidado: esto no significa que sean más productivas.
Clifford Nass, profesor de comunicación en la Universidad Stanford, es un enemigo acérrimo de la multifuncionalidad humana y afirma que “diversos estudios que hemos llevado a cabo demuestran que quienes realizan varias tareas a la vez, presentan a menudo deficiencias cognitivas. Son menos hábiles para descartar la información irrelevante, poner atención y administrar su memoria”.
Pero Nass no está solo en esta posición ya que la eminente psicóloga Sherry Turkle, profesora del MIT, se refiere en su libro “Life on the Screen: identity in the age of the internet” cómo es nuestra vida con Internet. Pero en su siguiente libro, “Alone Together”, abarca cómo el uso de Internet, las redes sociales y los dispositivos nos cambian a nosotros mismos, influye en las personas a nuestro alrededor y en toda actividad humana que realizamos. Plantea una paradoja (que hemos descrito en artículos anteriores, tanto los referidos a la innovación tecnológica y la influencia en las organizaciones como en los del aprendizaje y búsqueda del conocimiento) en que se cumple eso que a más innovación y facilidades para la comunicación humana, estamos menos comunicados. Porque si bien la comunicación sigue siendo el principal factor aglutinante de cualquier sociedad, la forma en cómo nos comunicamos ha sufrido una auténtica revolución.
Es ahora una comunicación a distancia, mediante textos, pues parece que hoy día nos cuesta mantener la comunicación personal, mirarnos a la cara y ver nuestros gestos, además de intercambiar nuestras opiniones en vivo y en directo. Esto ha pasado a una comunicación indirecta que no requiere inversión de tiempo personal. Por eso se llega a un “conectados pero solos”, pues las personas no ven la necesidad de interactuar con el resto y lo grave de esto es que surge un sentimiento de soledad cada vez más grande. Coincidimos con Sherry Turkle en que la tecnología se utiliza para tapar la carencia de relaciones personales y de cómo algunas personas a falta de estos cariños, crean lazos afectivos con la tecnología en el afán de no sentirse tan solos. Las tres características de la dependencia tecnológica son:
- Discriminamos tareas y funciones, porque podemos poner la atención donde queremos tenerla. Pero lo importante es que si algo no nos interesa, no es necesario que estemos presentes.
- Que siempre alguien nos escucha.
- Que nunca estaremos solos.
En un estudio realizado entre jóvenes en Finlandia, ellos mismos dijeron que lo más importante de las formas de comunicación en el presente es que permite la construcción y el mantenimiento de sus redes sociales, pero sin la necesidad de un cara a cara. Otro elemento a considerar es la empatía, que si bien es uno de los valores principales cuando se estudian las reglas de la inteligencia emocional, pierde todo ese valor en la relación virtual ya que en las redes sociales las personas se sienten comprendidas con aquellas personas que actúan y sienten de la misma forma. Pueden dejar de ser empáticos y asimismo conectar de manera efectiva (aunque no afectiva) con sus semejantes.
En “Alone Together: Why We Expect More From Technology and Less From Each Other”, Sherry Turkle afirma que en ocasiones hacer varias cosas al mismo tiempo conlleva pérdidas irrelevantes que forman parte del trabajo cotidiano en el mundo digital. Sin embargo, así no se puede realizar un trabajo serio. Con cada tarea que se agrega al conjunto de funciones simultáneas que una persona realiza, se reduce su eficiencia. La creencia equivocada de que somos más eficientes si alternamos tareas a una velocidad vertiginosa nos lleva a menudo a una clara falta de organización de nuestras tareas y responsabilidades. El cerebro no es un ordenador y, si bien tiene millones de interconexiones neuronales, requiere de un tiempo de adaptación para dejar una tarea y pasar a otra. Es evidente que dos personas que mantienen una conversación caminando, pueden hacerlo porque ambas actividades están dirigidas desde partes diferentes del cerebro.
El neurocientífico René Marois, director del Laboratorio de Procesamiento de Información Humana de la Universidad Vanderbilt en Nashville (Tennessee), afirma que “a pesar de tener un cerebro increíblemente complejo y refinado, donde 100.000 millones de neuronas procesan la información a un ritmo de hasta 1.000 veces por segundo, el ser humano adolece de una grave incapacidad para hacer dos tareas incompatibles al mismo tiempo”.
Nass defiende la teoría de que la multifuncionalidad plantea problemas que van más allá del cerebro porque cree que terminarán produciendo una atrofia emocional de la humanidad. Es interesante y novedoso su punto de vista, que compartimos, cuando está convencido que como las emociones se expresan, entre otras cosas, mediante el semblante y la voz, si la gente no pone atención a ellos porque está enfrascada en multitareas, perderá esos matices emocionales de la comunicación humana. Obviamente, no pueden ser reemplazados en su valor afectivo por mensajes de texto. Más bien, lo contrario.
Según un estudio publicado en 2012 por la doctora Zheng Wang, profesora de comunicación en la Universidad Estatal de Ohio, a las personas les gusta la sensación que experimentan al emprender múltiples tareas a la vez. Pero inmediatamente aclara, que no por ello son más productivas, sino lo que se produce es que sólo sienten una mayor satisfacción emocional. Wang evaluó a universitarios que utilizaban múltiples medios de información (mails, mensajes de texto, YouTube, Google) y observó que, aunque obtenían un estímulo emocional, no significaba que tuviesen un mejor desempeño. Pero tenían una sensación de placer y satisfacción, por lo que persistían en sus métodos independientemente de su desempeño.
David E. Meyer, un científico cognitivo y director del Laboratorio Brain, Cognition and Action de la Universidad de Michigan, afirma que “hacer tareas simultáneas hace que se reduzca la velocidad para hacer las cosas, incrementando las posibilidades de cometer errores. Disrupciones e interrupciones son malas desde el punto de vista de nuestra habilidad para procesar información”.
El científico de investigaciones de Microsoft Eric Horvitz fue quien descubrió que los trabajadores de la compañía necesitaban aproximadamente quince minutos desde el momento que se producía una interrupción en sus tareas, por los motivos que fueran, hasta notar que volvían a concentrarse en el nivel que lo estaban antes de dicho corte en su trabajo.
Nuestra capacidad de aprender se puede ver alterada de manera muy significativa cada vez que intentamos realizar más de una tarea simultáneamente. Además, pueden coincidir las mismas con factores exógenos como los ruidos molestos, tensión ambiental en la empresa, reparaciones que requieren usos de máquinas, etc. Esto dificulta lo que se conoce como “memoria declarativa”, mecanismo cerebral imprescindible para la asimilación de una nueva idea, dato, razonamiento, etc.
El cerebro humano mantiene una cantidad de información excesiva en cada momento de nuestra vida, pero no toda está disponible de inmediato. Cuánto más complicada sea la tarea realizada, más información se habrá almacenado en nuestra memoria inmediata, pero ésta requiere una intensa concentración que puede ser fácilmente interrumpida. Esto nos lleva a que perdemos mucha información cuando cambiamos de tarea. Los cambios disruptivos de tarea permiten acceder a mucha información, pero de manera superficial. De hecho, el detalle de la información tiende a diluirse cuando cambiamos demasiado a menudo de tarea, como indica Meyer.
No obstante, este sistema innato permite al ser humano adaptarse a las situaciones en las que la información fluye en grandes cantidades (por ejemplo, en situaciones de estrés laboral). Es un mecanismo para captar ideas, superficiales, si se quiere decir así, en detrimento de un mayor conocimiento de datos, hechos, argumentos, conclusiones, etc. Un ejemplo es quien lee superficialmente las cabeceras de las noticias de los periódicos: se queda con las principales noticias en pocos minutos, seleccionando aquellas en las que quiere profundizar a posteriori. Otro ejemplo similar lo constituyen muchas de las páginas webs a las que habitualmente accedemos para obtener información, especialmente las relacionadas con el mundo periodístico. En Internet, los estudios han demostrado que la eficacia de la interacción de nuestro cerebro con la información que le llega viene dada por dos componentes, el texto y la imagen. Dado que el tiempo resulta finalmente el parámetro fundamental de decanta la balanza de dedicación a unas y otras webs, resulta que las ideas que más y mejor llegan al usuario son las audiovisuales, pues nuestro ratio nivel de procesamiento-tiempo aumenta considerablemente la capacidad de asimilar la información.
Todo esto se vuelve realmente importante a la hora de desarrollar elementos anunciantes en Internet, que son los que en la actualidad están llevando la carga visual de casi todas las webs que visualizamos (son ya una realidad en los campos del periodismo y el diseño de webs relativas a las artes plásticas, como pintura, escultura, arquitectura e, incluso, en literatura). Y en un futuro no lejano es posible que ese sistema se aplique al resto de las webs tradicionalmente más estáticas.