Dos años después de la irrupción del coronavirus, podemos evaluar de forma básica los efectos que ha tenido sobre el comercio; es evidente que los confinamientos y cierres han provocado que la producción disminuya y que el comercio se reduzca; pero hay que tener en cuenta que ya existían problemas que estaban dificultando las transacciones comerciales. La llegada de la pandemia supuso una caída del volumen del comercio en 2020, seguida de una recuperación desde 2021; pese a todo, aún persisten cuellos de botella, escasez de materias primas y componentes en algunos sectores; además se prevé que la guerra de Ucrania tendrá consecuencias nefastas sobre el comercio.
Antes del coronavirus: globalización, deslocalizaciones y guerras comerciales
Desde finales de los años 1990, el comercio mundial experimentó un auge sin precedentes: la globalización económica y financiera, así como los avances en nuevas tecnologías aceleraron los procesos globalizadores que venían desarrollándose desde décadas anteriores, lo cual permitió la creación de cadenas de valor muy complejas; la reducción de costes y el aumento del consumo favorecieron que la producción y el comercio fueran incrementándose. Esta situación continuó hasta la Gran Recesión de 2008, que provocó un aumento del proteccionismo comercial, y que frenó los procesos globalizadores. A pesar de esta ralentización del comercio, existían dos tendencias que influirían notablemente en la evolución y gestión de la pandemia: las deslocalizaciones y la guerra comercial entre Estados Unidos y China.
Como las trabas al comercio estaban desapareciendo, muchas empresas llevaron a cabo políticas de deslocalización, que consistían en subcontratar empresas en otros países con menores costes laborales, reduciendo el gasto y aumentando los beneficios; a priori, estas políticas tenían efectos positivos al ahorrarse costes laborales; todo esto gracias a la estabilidad de las cadenas de suministro, que garantizaban un flujo continuo de insumos: la posibilidad de que éstas pudieran quedar cortadas, sin capacidad para recurrir a otras opciones, no se tenía en cuenta.
Estas políticas provocaron que estas empresas, al cerrar sus plantas en algunos países, contribuyeran a aumentar el desempleo, reducir el consumo y aumentar las importaciones, especialmente en el caso de Estados Unidos: este país deslocalizó gran parte de sus empresas desde los años 90; esto llevó, en primer lugar, a un aumento del proteccionismo comercial, y posteriormente, bajo el mandato de Trump, a una guerra comercial con China, país receptor de empresas: la imposición de aranceles a China ha reducido el volumen de comercio entre estos países, aparte de tensionar el panorama comercial internacional: China ha comenzado a ejercer su influencia en algunas zonas de África con el objetivo de ampliar sus mercados, mientras que Estados Unidos ha recurrido a explotar sus propios recursos y a reducir su implicación con la Unión Europea para centrarse en contrarrestar la influencia china.
A pesar de esta reducción de la intensidad del comercio internacional, la producción continuaba creciendo, se comenzaba a vislumbrar una tregua entre Estados Unidos y China, y se consolidaban tendencias como el auge del comercio de servicios sobre el de los bienes, el uso intensivo del conocimiento en los procesos productivos, y la pérdida de valor de la mano de obra como factor productivo.
Hasta que en 2020 surgió el coronavirus.
El cisne negro: cómo ha afectado la pandemia al comercio
Inicialmente, no se prestó demasiada atención a un virus que estaba expandiéndose en China, pero, cuando sus fábricas empezaron a cerrar y las cadenas de suministro a paralizarse por falta de material o productos intermedios, se comprendió la magnitud de la epidemia, al tiempo que se revelaba uno de los efectos negativos de la globalización: en un mundo totalmente conectado, aquello que solo hubiese tenido efectos a nivel local, estaba poniendo en jaque al mundo.
En la teoría económica, puede considerarse que esta pandemia es lo que se denomina un cisne negro: un evento inesperado, poco probable, con un gran impacto económico, y que implica un shock tanto para los mercados como para los particulares. Actualmente se especula acerca de las medidas que podrían haber tomado los gobiernos para paliar los efectos de la pandemia, pero lo cierto es que, pese a que existían antecedentes, como el SARS de 2003, o el brote de ébola de 2014, ningún país consideraba seriamente la posibilidad de que un virus pudiera expandirse por todo el mundo, y nadie pudo limitar sus consecuencias económicas: falta de insumos, desempleo, caída del consumo de ciertos productos (automóviles) y una excesiva demanda de otros (productos sanitarios), tensiones en las cadenas de suministro e inflación², todas ellas difíciles de solucionar en un entorno de incertidumbre.
Las primeras semanas de la pandemia, el gobierno chino decretó cierres y confinamientos en la región de Hubei, que posteriormente se extendieron: estos ceses de actividad provocaron que se dejaran de extraer materias primas y que se paralizaran las fábricas. Posteriormente, a medida que el virus se fue expandiendo, más países decretaron medidas similares, de manera que se fue frenando la actividad económica, lo cual provocó una caída en la demanda, especialmente en el sector servicios, que ha sido el más afectado: el consumo no solo cayó, sino que se redirigió hacia los bienes. Al mismo tiempo, se produjeron disrupciones en la oferta y en la demanda, que han tensionado el comercio mundial; tenemos un caso paradigmático para ilustrar este problema:
La escasez de productos sanitarios al comienzo de la pandemia: como muchos países habían deslocalizado su producción industrial, incluyendo aquellas relativa al material sanitario, al extenderse el virus y volverse esencial el uso de mascarillas y demás equipo sanitario, se pudo comprobar hasta qué punto la deslocalización de estas empresas había sido perjudicial; la demanda de estos productos aumentó vertiginosamente, muchos países no tenían empresas productoras, y este exceso de demanda, unido a una oferta insuficiente (ya que muchas de estas empresas estaban localizadas en países de Asia, donde ya se estaba parando la producción) provocaron que no se dispusiera de material capaz de frenar los contagios, empeorando la expansión de la pandemia y colapsando el sistema sanitario. En este caso, al incremento de demanda se le unió una oferta insuficiente, elevando los precios.
En principio, esta pandemia ha perjudicado el comercio a nivel mundial, generando desequilibrios entre oferta y demanda, y creando tensiones en las cadenas de suministro; a pesar de estos problemas, el incremento de la actividad económica, las medidas fiscales tomadas por los gobiernos, y a las ayudas aprobadas en algunos organismos para paliar los efectos de la pandemia (como los fondos Next Generation de la UE), han ayudado a que la producción aumente, se reduzcan las tensiones en las cadenas de suministro, y a que se recuperen los mercados; estas medidas estaban ayudando a recuperar el comercio mundial, y por tanto, reconstruyendo la economía: podría decirse que la situación económica y el comercio estaban en la senda de la recuperación (pese a que se estaba ralentizando debido al surgimiento de la variante ómicron), pero la invasión de Ucrania ha asestado un nuevo golpe al comercio, de consecuencias inesperadas.
Invasión de Ucrania: sanciones, desabastecimiento, y efectos sobre políticas climáticas
El 24 de febrero Rusia invade Ucrania; de inmediato, toda la comunidad internacional impuso sanciones a este país, que es uno de los principales exportadores de materias primas energéticas; en el caso de la Unión Europea, estas sanciones han consistido a nivel comercial en suspender programas de cooperación económica, limitar el acceso al mercado de capital, prohibir transacciones con el BCE, y especialmente, prohibir las importaciones de bienes y tecnología; el comercio mundial estaba bastante dañado por la crisis económica que ha provocado la pandemia y ya se estaba recuperando, pero esta guerra ha supuesto un golpe más para el comercio y para la globalización, especialmente en el caso de la Unión Europea.
Como Europa depende en su mayor parte de las exportaciones energéticas rusas (cerca del 46% del gas consumido proviene de este país), la invasión ha provocado que, aparte de incrementar el gasto en defensa de los países miembros, se estén utilizando energías no renovables para poder cubrir las necesidades energéticas de la población y de la industria, puesto que, pese a que se trata de potenciar el uso de energías renovables, más del 80% de la energía consumida en la eurozona procede del gas y del petróleo; el encarecimiento de las materias primas, aparte de frenar el crecimiento y aumentar la inflación, ha llevado a que países como Alemania esté recurriendo al uso de materias primas muy contaminantes, como el carbón, lo cual contradice las políticas climáticas de la Unión, que buscan priorizar el uso de energías renovables. A la vez, y para asegurar el suministro energético y no depender tanto de las exportaciones, se ha decidido incluir la energía nuclear como energía verde, para asegurar la autonomía energética de Europa, algo impensable hasta hace poco, y se han firmado nuevos acuerdos con Estados Unidos para garantizar el abastecimiento y almacenamiento de gas, y mantener la producción eléctrica.
Conclusiones
Los efectos de la pandemia, sumados a la inestabilidad de las cadenas de suministro repercutieron gravemente en el comercio, aunque fueron seguidas de una rápida recuperación a lo largo de 2021. Pero la invasión del pasado 24 de febrero ha supuesto otro golpe para el comercio. Es pronto para determinar si esta guerra va a reducir el volumen de comercio, pero es evidente que los efectos positivos de la recuperación comercial ya se han visto superados por las sanciones y desabastecimientos provocados por la invasión; al mismo tiempo, la inflación y el encarecimiento de materias primas probablemente implicarán aún más limitaciones al comercio: podría decirse que, con los acontecimientos de los dos últimos años, el comercio mundial se ha visto gravemente dañado, y posiblemente no se podrá volver a la situación anterior a 2020 en el corto y medio plazo.