Al dejar atrás lo peor de la pandemia, se creía que a lo largo de 2022 comenzaría la recuperación económica, pero el estallido de la guerra, la inflación, las políticas covid cero de algunos países y la escasez de materias primas no solo han puesto en peligro esta recuperación, sino que pueden contribuir a revertir las tendencias globalizadoras de las últimas décadas y a aumentar las divergencias económicas entre países avanzados y en desarrollo.

Evolución reciente de la economía: causas y previsiones

Tras la eliminación de restricciones al mejorar la situación epidemiológica a mediados de 2020, la economía empezó a recuperarse gradualmente. Aunque se esperaba una recuperación más rápida (dado el aumento de la demanda agregada), esta se vio lastrada por la escasez y encarecimiento de materias primas, lo cual contribuyó a que aumentase la inflación de forma sostenida. Aun así, y gracias a que se implementaron políticas fiscales y monetarias expansivas, se produjo una mejora en los principales indicadores económicos; pese a que la recuperación había sido bastante heterogénea entre países (dependiendo del acceso a las vacunas, aplicación de las políticas económicas, y en función de la composición de sus sectores, siendo los más afectados aquellos que requieren movilidad e interacción personal, los más perjudicados por la pandemia), las previsiones económicas de finales de 2021 consideraban que a lo largo de 2022 se moderaría la inflación, se corregirían los cuellos de botella en las cadenas de suministros, e incluso se consideraba que los precios del gas se moderarían, contribuyendo a reducir la inflación, y permitiendo una recuperación parcial de la economía. Sin embargo, el estallido de la guerra en febrero dio al traste con estas previsiones.

La recuperación económica proyectada tras la pandemia ha quedado irremediablemente dañada

Rusia es uno de los principales exportadores mundiales de materias primas energéticas, y Ucrania suministraba la mayor parte del trigo y maíz del mercado, y ambos también son exportadores de vehículos y bienes intermedios; siendo estos dos países grandes proveedores de materias primas y componentes básicos, es evidente que la guerra ha perjudicado gravemente el comercio mundial, agravado los cuellos de botella, aumentando los precios y empeorando las previsiones de crecimiento para los próximos trimestres. En el plano económico, se están produciendo dos efectos: los que derivan de la escasez de combustibles o alimentos, especialmente notorios en los países más dependientes de las exportaciones energéticas (tal y como ocurre en Alemania) o alimentarias (como algunos países de África, que dependen de las exportaciones de cereal, y que se encuentran en grave riesgo de sufrir una hambruna), y aquellos efectos que se producen sobre la inflación general y el tipo de interés, efectos que algunas instituciones denominan de primera y segunda ronda. Estos efectos contribuyen a reducir el crecimiento, dañar la producción, reducir la sostenibilidad del sistema fiscal, empeorar las previsiones económicas, y, en definitiva, a generar tensiones sociales y políticas de consecuencias inciertas; lo que es evidente es que la recuperación económica proyectada tras la pandemia ha quedado irremediablemente dañada.

Retos para la elaboración de políticas económicas

Para tratar de limitar los efectos económicos de la guerra, los países y organismos internacionales pueden tratar de aplicar diferentes medidas económicas: las políticas monetarias y fiscales son esenciales para proteger la economía y contener los efectos negativos de la guerra, pero el principal reto al que se enfrentan los organismos económicos es a la incertidumbre; en un entorno cada vez más incierto e inestable, es complicado planificar a medio o largo plazo, además, la guerra, que aparentemente no duraría más de unas pocas semanas, es probable que se extienda en el tiempo, tensionando cada vez más el panorama económico.

El principal reto al que se enfrentan los organismos económicos es a la incertidumbre

Durante la pandemia y el comienzo de la recuperación, se fomentaron las políticas fiscales y monetarias expansivas, para estimular la demanda y paliar los efectos de los confinamientos, pero la evolución de los precios y el comienzo de la guerra han generado importantes cambios en esta orientación de las políticas, sobre todo en el caso de la Unión Europea.

A nivel monetario, en los últimos años se optaba por políticas expansivas destinadas a fomentar el consumo y el crecimiento, pero el continuo aumento de la inflación ha llevado a que la Reserva Federal y el BCE hayan decidido subir el tipo de interés: esta medida monetaria contractiva, si bien puede limitar los precios, no garantiza una mejora de la situación económica; al aumentar el tipo de interés, esta limitación de los precios se produce por una caída en la demanda, sin actuar sobre los principales causantes de la inflación (aumento de los costes energéticos y de materias primas), de forma que se tiene que valorar cuidadosamente su impacto, puesto que podría contribuir a reducir más aún las previsiones de crecimiento del PIB en el corto y medio plazo y favorecer un escenario de estanflación, en el cual se reduce el crecimiento, aumenta el desempleo y que ni siquiera garantiza que la inflación se reduzca.

A nivel fiscal, en la UE también se llevaron a cabo políticas expansivas durante la pandemia, aparte de crear instrumentos como los fondos Next Generation, pero ahora se buscan consolidaciones fiscales destinadas a reducir la elevada deuda generada por los costes de la pandemia (y que dejará a los países con poco margen de maniobra fiscal); se deberá reducir este endeudamiento, pero sin perjudicar la actividad económica (puesto que estas políticas fiscales contractivas pueden reducir la inversión, y por tanto, reducir la producción y el consumo), lo cual requerirá la coordinación y cooperación de sus países miembros, al mismo tiempo que se trata de reducir el impacto de la inflación sobre las empresas y particulares, y paliar los costes de las sanciones contra Rusia.

A la vez, y como apoyo a las políticas monetarias y fiscales para reducir la inflación y el endeudamiento, se está tratando de corregir su dependencia energética; ya que la UE depende en gran parte de materias primas energéticas rusas (algunas de ellas de muy difícil sustitución y con un precio cada vez más elevado, aparte de los cortes de suministro energético a algunos países como represalia), y como este país está utilizando esta dependencia como arma contra Europa, para contrarrestarla se estudia implementar el plan REPowerEU, que busca reducir la dependencia energética y facilitando la transición ecológica: mediante el fomento del ahorro energético de particulares y empresas, diversificación de los proveedores de gas y petróleo, despliegue y aceleración del uso de energías renovables, y reducción del uso de combustibles fósiles, se espera no solo reducir su dependencia, sino también mejorar el crecimiento económico y limitar el cambio climático; sin embargo, para lograr estos objetivos, será necesario un importante desembolso económico, tanto para invertir en energías renovables, como para adecuar la infraestructura energética a los nuevos suministros, lo que requerirá importantes reformas estructurales en las economías de los países miembros para sufragar el coste de estas medidas.

Como se puede observar, la guerra supone un gran desafío a la hora de implementar políticas fiscales y monetarias para limitar sus efectos; la pandemia ya ha demostrado la fragilidad de las cadenas de suministro y obtención de materias primas, mostrando su fragilidad, pero ahora, con una guerra cuyo final no parece cercano, aparentemente la propia globalización podría ralentizarse aún más, o incluso revertirse, dando lugar a una nueva era de proteccionismo.

¿Podría revertirse la globalización?

Entre los años 90 y la Gran Recesión, la globalización experimentó un auge sin precedentes. Sin embargo, tras esta crisis, se redujeron las tendencias globalizadoras de décadas anteriores, pero con la pandemia, y especialmente por culpa de la guerra, parece que la globalización se encuentra en riesgo de revertirse, causando una fragmentación económica que perjudicará las cadenas de suministro, al comercio, y al crecimiento y producción mundial.

El mundo del mañana ya está formándose

Con el desarrollo de la pandemia, esta tendencia a reducir la globalización empezó a consolidarse: a nivel económico, y vistos los devastadores efectos producidos en las cadenas de suministro (muchas de ellas deslocalizadas y sin posibilidad de sustitución), algunos países se están planteando reforzar sus propias cadenas y reducir las importaciones y la dependencia del exterior, buscando suministros en lugares cercanos (fenómeno denominado nearshoring) o en países aliados, que puedan garantizar el suministro sin interrupciones (frienshoring); ambas tendencias permitirían reducir el posible impacto de un evento económico inesperado sobre el país, garantizando las cadenas de suministro. Esta tendencia se ha reforzado con la guerra, puesto que muchos países dependen de importaciones energéticas y agroalimentarias de Ucrania y Rusia, por lo que se está reduciendo el comercio con el exterior para favorecer la producción nacional; esto tiene la ventaja de reducir la vulnerabilidad de las cadenas de suministro, pero está dañando el comercio, la cooperación y la colaboración entre países; al mismo tiempo, esta desglobalización puede fomentar más aumentos de inflación, puesto que se ha estimado que la globalización puede ayudar a mantener la inflación en niveles estables.

Como ejemplo de esta fragmentación no solo económica, sino también política, puede servir un grupo de países denominado “Sur global”, formado por países emergentes y en vías de desarrollo, como la India, China, Sudáfrica, así como otros de Oriente Medio y el norte de África, que aparte de presentar una visión de la guerra diferente a la de Estados Unidos o la UE, y en la cual se cuestiona el papel de las sanciones (ya que éstas provocarán efectos económicos y sociales peores que los de la propia guerra), critican la hipocresía y doble moral de los países occidentales a la hora de intervenir y resolver problemas externos. La configuración de este grupo podría llevar a una fragmentación política y económica del entono mundial, empeorando las previsiones de comercio y crecimiento de los próximos años.

La guerra también ha contribuido a dañar la globalización económica, puesto que, aparte de expulsar a Rusia del sistema de pagos internacional (y que ha llevado a otros países, como China, a plantearse los beneficios y desventajas de depender de un sistema de pagos occidental), ha contribuido a que cada país aumente las reservas de divisa en su propio territorio, a que se esté poniendo en duda el uso de dólares como moneda de reserva (y planteándose el pago y cotización de materias primas en otras monedas), y a cuestionar el papel de algunas instituciones monetarias y financieras internacionales.

Como ya ha ocurrido tras otras guerras y crisis, tanto las instituciones políticas, como las económicas y los particulares pueden responder de forma insensata, generando problemas aún más complicados de resolver en el futuro (como fue el caso de las sanciones impuestas a Alemania tras la Primera Guerra Mundial, que generaron el caldo de cultivo para la Segunda, y que fueron criticadas por el propio Keynes); pero también hay que recordar que en ocasiones se ha reaccionado de forma sensata, buscando soluciones constructivas a los problemas del momento. Así, en este entorno cada vez más inestable, es difícil evaluar si las diferentes políticas económicas aplicadas para contener los efectos de la pandemia, la inflación y la guerra, serán capaces de revertir estas tendencias negativas, o si, por el contrario, el mundo se encamina de nuevo a una fragmentación política, económica y social. Dependerá de la respuesta de los agentes económicos implicados el futuro de la globalización y la economía mundial.

Bibliografía utilizada


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