Flores para Ariana es el último libro de Antonio Pampliega. Entre tsunami y tsunami de calor de este abrasador verano y aprovechando las vacaciones, he terminado de leer esta obra de Antonio. Comencé su lectura hace meses y devoré sus primeras 260 páginas en apenas un par de noches, dado que el libro engancha. Aparqué el final de su lectura para un mejor momento y aguantar la crudeza del relato para días más sosegados y sin el apremio del trabajo, a lo que se unió una mala temporada de salud que me mantuvo a medio gas, y con nueve lecturas en la recámara de la que, sin duda, la de Antonio era la menos amable. Hoy, llegado a su final puedo recomendar su lectura. No termina bien: «En mi país no hay historias que acaben bien. Ni somos felices ni comemos perdices», puede leerse en sus últimos párrafos, y es que la vida de Ariana no es amable, al contrario, es dura, durísima. La historia de Ariana, como la de otros miles de niñas de su Kabul natal, es una historia de infancia robada. De guerra civil, de familias enfrentadas, del horror del régimen talibán.
La vida de Ariana no es amable, al contrario, es dura, durísima
Ariana, con solo dieciséis años, es violada por el hombre con el que le han obligado a casarse, siente que una nueva fuerza para seguir adelante nace en sus entrañas. Una energía que mira al futuro con la esperanza de que nunca más, en su país, una mujer tenga que volver a sufrir el horror que ella ha sufrido. Ariana es un personaje ficticio, pero no lo son los hechos que se narran en el libro.
Antonio comenzó el relato en octubre de 2015 en una celda en Siria, donde estaba secuestrado por Al Qaeda
Un relato duro que sin anestesia pondrá blanco sobre negro la negación de todo tipo de libertades a las que están sometidas las mujeres en Afganistán, por el mero hecho de serlo. Sin duda, la cruda realidad reflejada fielmente por Antonio se debe a su conocimiento sobre el país; no escribe de oídas, lo conoce perfectamente y de hecho, comenzó el relato en octubre de 2015 en una celda en Siria, donde estaba secuestrado por Al Qaeda.
Es un libro que hay que leer. Es muy posible que, como yo, te sientas tentado de dejarlo un tiempo, quizá de no llegar al final, porque según avanza el relato la dureza del mismo se agranda, pero hay que hacerlo para darte un baño de realidad y así poner en valor la libertad de la que disfrutamos en este lado del mundo y la privación de la misma a la que se ven sometidas nuestras compañeras de vida en otros lugares. Pero nada está ganado y el último episodio, dejando en manos de los talibanes Afganistán, así lo demuestra. Cuando en 1918 se publica la obra “La decadencia de Occidente”, de Oswald Spengler, se logró describir el ocaso de nuestra civilización; eso significa que dicha decadencia había empezado mucho antes, hoy, han pasado algo más de 100 años. Esta lenta caída se ha hecho visible en la actualidad con episodios como el de Afganistán o la guerra en Ucrania, entre otros. No nos quedará otra que defender nuestros valores y nuestra forma de ver la vida para no caer en los valores de otros, tan alejados de los nuestros. Para ello hay que conocer la realidad de aquello que se vive en otros lugares por cruda que sea, sin anestesia, para dejar de crear una sociedad occidental infantilizada solo capaz de mirar su ombligo.
Un libro que revela la realidad que sufren las mujeres en este caso en Afganistán pero en cuántos países más del mundo ocurre lo mismo. Es denigrante solamente por ser del género femenino. Yo tengo hijas y les recuerdo la suerte que tienen solamente por nacer dónde han nacido. Aquí somos personas, nos realizamos como queremos, podemos expresarnos en libertad y opinar, viajar, vivir, tener seguridad y eso no ocurre en muchos países fuera de Europa. Es triste valorar el ser porque solo por ser ya mereces la pena pero, más triste es que no te dejen ser por sus creencias, pensamientos y costumbres.
Hay en este planeta muchos lugares donde se considera a la mujer un ser inferior, afortunadamente no es así en occidente.