Hoy, Arturo Pérez-Reverte comenta con un amigo sobre la serie «Un caballero en Moscú», basada en la magnífica novela de Amor Towles, en su encuentro surge una reflexión sobre cómo se manipula la historia en las producciones actuales. Esta serie, aunque entretenida, es un claro ejemplo de cómo las plataformas de streaming y otras productoras retuercen la historia para encajar en las sensibilidades modernas. Este fenómeno, desgraciadamente, no es aislado; es un patrón repetido, especialmente en las producciones más populares.
Las plataformas de streaming y otras productoras retuercen la historia para encajar en las sensibilidades modernas
La crítica de Reverte sobre este tema me resonó profundamente. Reverte, un maestro de la pluma y un observador sagaz de nuestra cultura, ha señalado cómo las series y películas actuales manipulan la historia para satisfacer las demandas del presente. En su texto, lamenta cómo personajes anacrónicos, como revolucionarios rusos negros con rastas, son introducidos en contextos históricos donde nunca habrían existido.
En la adaptación de «Un caballero en Moscú«, por ejemplo, encontramos a Mishka interpretado por el británico de origen nigeriano Fehinti Balogun, negro y con rastas. Esta elección no viene acompañada de ningún comentario contextual, lo que genera una serie de preguntas sin respuesta: ¿Es su raza relevante para la historia? ¿Emigró de alguna manera? ¿Representa alguna parte menos conocida de la Rusia revolucionaria? Al parecer no, pero su presencia resulta una distracción constante.
Asimismo, el representante de Anna, que luego llega a ser ministro de cultura, está interpretado por otro actor negro. Esto genera aún más confusión: ¿Existió alguna figura pública así en aquel tiempo? La respuesta, lamentablemente, parece ser que es simplemente un ejemplo de casting diverso. Además, varios personajes secundarios también son interpretados por actores negros, a pesar de tener nombres claramente rusos.
No se trata de tener nada en contra de los actores negros en concreto, sino de la inconsistencia que esto introduce en una producción que afirma haber sido meticulosamente investigada para ser históricamente precisa. Por ejemplo, el camarero Audrius, un nombre lituano, es interpretado por Dee Ahluwalia, un actor indio del Punjab. Si se quería introducir diversidad étnica, podrían haber recurrido a actores armenios, kazajos, tártaros, turcos o de alguno de los muchos otros grupos étnicos de la Unión Soviética.
La serie «Bridgerton» de Netflix, que retrata a la alta sociedad británica del siglo XIX con una diversidad racial que simplemente no existía en esa época
Un ejemplo similar de esta tendencia es la serie «Bridgerton» de Netflix, que retrata a la alta sociedad británica del siglo XIX con una diversidad racial que simplemente no existía en esa época. Aunque la serie ha sido aclamada por su inclusividad, presenta al Duque de Hastings, un personaje de alta nobleza británica, interpretado por un actor negro. Esta decisión, aunque aplaudida por su intento de ser inclusiva, es históricamente inexacta y crea una distorsión en la percepción de esa era. La diversidad racial en la alta sociedad británica del siglo XIX es una ficción que no se sostiene bajo el escrutinio histórico, y aunque puede parecer un gesto progresista, sacrifica la fidelidad histórica por una narrativa contemporánea más «inclusiva».
Netflix, con su vasto catálogo y su influencia global, es quizás el mayor culpable de esta tendencia. La plataforma ha sido alabada por su capacidad de contar historias diversas y atraer a un público amplio, pero a menudo esto se hace a expensas de la precisión histórica. Series como «Bridgerton» y «Un caballero en Moscú» son ejemplos claros de cómo se sacrifica la veracidad histórica por una narrativa contemporánea. Esta distorsión no es solo un problema de fidelidad histórica; es una cuestión de cómo entendemos y aprendemos de nuestro pasado.
En casa, mi familia y yo, que nos encontramos en ese rango de edad de 50 a 60 años -si bien hay alguien más joven, se encuentra razonablemente formado-, observamos estas producciones con una mezcla de diversión y consternación. Sí, disfrutamos de las historias y la producción de alta calidad, pero no podemos evitar lamentar las patadas que le dan a la historia. Nos divertimos viendo cómo se reinventan los hechos, pero al mismo tiempo nos preocupa profundamente que las generaciones más jóvenes se traguen estas reinterpretaciones como verdades absolutas.
En casa nos preocupa que las generaciones más jóvenes se traguen estas reinterpretaciones como verdades absolutas
Los jóvenes de hoy crecen en un mundo donde estas distorsiones están normalizadas. Desde pequeños, se les presenta una visión del pasado que ha sido alterada para encajar con las sensibilidades del presente. Piratas buenos, lobos entrañables, mujeres combatiendo en las Cruzadas, aristócratas afroamericanos: todo se mezcla en un cóctel que puede ser entretenido, pero que carece de la profundidad y la complejidad de la historia real. Esta simplificación y alteración de los hechos no solo les priva de una comprensión precisa del pasado, sino que también desdibuja las lecciones que podríamos aprender de él.
Reverte señala con razón que este fenómeno es imparable. Vivimos en una era donde la historia se reescribe constantemente para adaptarse a las demandas del presente. Los vídeos en TikTok, los libros de historia reescritos, las novelas y series de televisión que falsean los hechos históricos: todo contribuye a crear una versión del pasado que nunca existió. Es una realidad que, aunque puede ser criticada, es difícil de revertir. La tecnología y los medios modernos permiten que estas reinterpretaciones se difundan y sean aceptadas rápidamente.
Sin embargo, para aquellos de nosotros que fuimos educados en una época donde la precisión histórica y la cultura clásica eran valoradas, esta tendencia es especialmente dolorosa. Fuimos formados, como dice Reverte, con las obras de Homero, Séneca, Cervantes y Montaigne, y aprendimos a valorar la historia en toda su complejidad y matices. Ahora, vemos cómo estas fuentes de conocimiento son despreciadas o ignoradas en favor de una versión simplificada, ovejuna y políticamente correcta del pasado. La tragedia de nuestra generación, como señala Reverte, es que somos demasiado conscientes para aceptar estas distorsiones pasivamente.
La pregunta que surge es cómo podemos, como individuos y como sociedad, reconciliar esta disonancia. ¿Cómo podemos ser leales a nosotros mismos y a nuestra comprensión del pasado, mientras sobrevivimos en un mundo que exige una narrativa simplificada y distorsionada? Es un desafío que no tiene una respuesta fácil. Debemos encontrar un equilibrio entre la aceptación de las sensibilidades modernas y la preservación de la veracidad histórica. Esto requiere un esfuerzo consciente para educar a las nuevas generaciones, no solo sobre los hechos del pasado, sino también sobre la importancia de la precisión y la integridad en la narración de la historia.
La responsabilidad recae en nosotros, Debemos ser críticos con lo que vemos y cuestionar las narrativas que se nos presentan
En última instancia, la responsabilidad recae en nosotros, los espectadores y consumidores de medios. Debemos ser críticos con lo que vemos y cuestionar las narrativas que se nos presentan. No se trata de rechazar las producciones modernas o de negar la importancia de la inclusión, sino de buscar un equilibrio que respete tanto el pasado como el presente. Debemos enseñar a las nuevas generaciones a apreciar la historia en toda su complejidad, y no simplemente aceptarla como se les presenta en las pantallas de sus dispositivos.
Mientras tanto, seguiremos observando estas producciones con una mezcla de ironía y preocupación, riendo de las absurdidades que vemos en las series de televisión, pero también lamentando la pérdida de una comprensión más profunda y precisa de nuestro pasado. Porque, al final del día, la historia no es solo un conjunto de hechos y fechas; es una narrativa rica y compleja que nos ayuda a entender quiénes somos y de dónde venimos. Y esa es una verdad que no debemos sacrificar en el altar de la conveniencia moderna.
La crítica de Arturo Pérez-Reverte sobre la manipulación histórica en los medios actuales resuena profundamente en aquellos que valoramos la precisión y la integridad del pasado. Aunque podemos aceptar «pulpo como animal de compañia» y disfrutar de las producciones como entretenimiento, es crucial que no perdamos de vista la importancia de una educación histórica precisa. Solo así podremos asegurarnos de que las generaciones futuras no acepten estas narrativas alteradas como verdades absolutas, sino que desarrollen una comprensión crítica y matizada de la historia.