Calzo casi 60 años de almanaque y desde hace mucho tiempo veo cómo el edadismo alcanza cuotas cada vez más elevadas, bajando el listón de la edad en la que ya se te considera «viejuno» ¿45 o 40 años? ¡Increíble! A esa edad, hoy en día, ya eres visto como un trasto viejo, listo para ser arrumbado en el rincón de los profesionales inservibles. Es una afrenta que raya en lo absurdo y que refleja una sociedad que, en su obsesión por la juventud, desprecia el valor inestimable de la experiencia. Desgraciadamente, conozco multitud de casos de excelentes profesionales -hoy otro más- que, por peinar canas, han sido expulsados de sus empresas y, por la misma razón, les resulta imposible encontrar nuevo acomodo. He sido testigo de cómo esta mentalidad no solo priva a los trabajadores veteranos de oportunidades justas, sino que también empobrece a las empresas al rechazar la riqueza de la sabiduría acumulada.
El edadismo, esa sombra alargada que define la Organización Mundial de la Salud (OMS) como la discriminación basada en la edad, abarca desde estereotipos y prejuicios hasta prácticas institucionales que perpetúan estas creencias. En el ámbito empresarial, este fenómeno ha cobrado una relevancia alarmante, afectando no solo a los individuos, sino también a la productividad y cohesión de las organizaciones.
En el escenario laboral contemporáneo, se glorifica a la juventud, asociándola con la innovación, la energía y la adaptabilidad. Pero esta visión sesgada, casi insultante, ignora la inestimable experiencia, sabiduría y estabilidad que los trabajadores mayores pueden ofrecer. Las prácticas edadistas, que van desde la preferencia por candidatos jóvenes en los procesos de selección hasta la ausencia de oportunidades de desarrollo profesional para los empleados veteranos, crean un entorno de exclusión y subestimación, una flagrante injusticia que degrada la dignidad y valor de quienes han dado su vida al trabajo.
Durante la pandemia de COVID-19, el edadismo ha cobrado aún más fuerza. La representación mediática de las personas mayores como vulnerables y dependientes ha reforzado estereotipos negativos, invisibilizando su resiliencia y sus contribuciones esenciales. Este fenómeno ha permeado el ámbito empresarial, donde muchos trabajadores mayores han sido los primeros en ser despedidos o forzados a una jubilación anticipada. ¡Una vergüenza que debería escandalizarnos a todos!
En España, el desempleo en el colectivo de mayores de 50 años representa cerca del 30% del total de personas paradas en el país, afectando a 847,400 individuos. Además, de estos, 479,800 son parados de larga duración, lo que supone un 42% del total de parados de larga duración en el país. Esta situación pone de manifiesto la importancia de seguir apostando por la diversidad generacional y reconocer el talento sénior como un activo fundamental para las empresas. ¿Cómo es posible que permitamos que tantos años de sabiduría y experiencia se desperdicien?
Las narrativas edadistas no solo perjudican a los individuos, sino que también privan a las empresas de un recurso valioso: la diversidad intergeneracional. Trabajar en un entorno donde conviven diferentes generaciones puede enriquecer la cultura organizacional y mejorar la toma de decisiones. Los trabajadores veteranos aportan una perspectiva histórica y un conocimiento profundo del sector, mientras que los más jóvenes pueden introducir nuevas ideas y tecnologías.
Combatir el edadismo en la empresa requiere un cambio profundo en la cultura corporativa y en las políticas de recursos humanos. Es esencial promover una mentalidad inclusiva que valore las capacidades y contribuciones de los empleados de todas las edades. Esto puede lograrse mediante programas de formación y sensibilización, políticas de desarrollo profesional equitativas y la creación de equipos de trabajo intergeneracionales.
La lucha contra el edadismo no solo es una cuestión de justicia social, sino también de estrategia empresarial. Las empresas que reconocen y aprovechan el valor de la diversidad etaria pueden disfrutar de una mayor innovación, mejor rendimiento y una cultura de trabajo más inclusiva y colaborativa. Es hora de derribar las barreras invisibles del edadismo y construir un entorno laboral donde todas las generaciones puedan prosperar juntas. ¡Basta ya de tolerar esta discriminación insidiosa!
Además, es crucial que las empresas comprendan que la diversidad etaria puede ser una ventaja competitiva. Los equipos compuestos por personas de diferentes edades pueden abordar problemas desde múltiples perspectivas, generando soluciones más innovadoras y efectivas. La combinación de la energía y el dinamismo de los jóvenes con la experiencia y la visión estratégica de los veteranos puede resultar en una sinergia que potencie el éxito empresarial. Ignorar esta ventaja no solo es una falta de visión, sino también una pérdida de oportunidades valiosas.
La implementación de políticas inclusivas debe ir más allá de lo superficial y ser parte del ADN de la empresa. Esto incluye la adaptación de procesos de contratación que no discriminen por edad, la promoción de la formación continua para empleados de todas las generaciones y el fomento de una cultura de respeto y colaboración. Al adoptar estas prácticas, las empresas no solo cumplen con su responsabilidad social, sino que también se posicionan mejor para afrontar los retos del mercado global. La verdadera innovación y competitividad surgen de la diversidad y la inclusión en todos los niveles.