Mario Draghi y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, han decidido que el diagnóstico es claro: Europa se queda atrás, no puede seguir el ritmo de Estados Unidos ni de China. Eso ya lo sabíamos. Lo que resulta intrigante es la receta que proponen para solucionarlo, una receta que, si nos atenemos a la historia reciente, lleva un regusto amargo. El Informe Draghi (resumen ejecutivo PDF) sugiere una inversión masiva, en torno a los 750.000 y 800.000 millones de euros al año, para modernizar el continente, digitalizarlo, descarbonizarlo, y de paso reforzar la defensa. Lo que no dicen tan alto es que gran parte de esa inversión, como no podía ser de otra forma, tendrá que venir de los impuestos de los europeos y de emisiones de deuda pública.
Aquí es donde los más escépticos entre nosotros nos preguntamos: ¿de verdad alguien cree que este plan será distinto al último paquete de recuperación pospandemia, que prometía grandes logros y cuyo impacto real aún estamos esperando ver? Europa sigue soñando con grandes inyecciones de capital al estilo del Plan Marshall, pero lo que parece olvidar Draghi es que la situación es muy distinta. Aquel plan funcionó porque Europa estaba devastada, pero ahora el enemigo es otro: la competencia feroz de economías más ágiles y menos burocráticas.
Boomerangs y dependencias
El informe no puede evitar abordar el elefante en la habitación: las sanciones a Rusia. Desde que Europa decidió jugar la carta del castigo económico tras la invasión de Ucrania, el continente se encuentra en una situación precaria. Mario Draghi, que ¿fue uno de los artífices de esas sanciones?, ahora admite que la desconexión de Rusia ha dejado a Europa con precios de energía cinco veces más altos que los de Estados Unidos. ¡Sorpresa! El combustible barato ruso ha desaparecido, y Europa se enfrenta a la necesidad de encontrar nuevas fuentes de energía, a menudo más caras y complejas de integrar. Y mientras tanto, el resto del mundo sigue comprando energía donde puede, haciendo que Europa se pregunte si ha sido astuta o simplemente ingenua.
Draghi no lo dice tan directamente, pero el informe lo deja claro: Europa necesita abaratar la energía o se hundirá en el intento. La descarbonización es uno de los pilares de este plan, y aunque es un objetivo loable, la realidad es que competir en precios de energía con potencias como Estados Unidos o China se antoja complicado. Más aún cuando Europa está rodeada de gobiernos que prefieren actuar individualmente, velando por sus propios intereses, en lugar de coordinarse en una estrategia común.
La deuda común
Entre las joyas del informe se encuentra una de las propuestas más controvertidas: la emisión de deuda conjunta a nivel europeo. Draghi cree que para financiar estos planes ambiciosos, Europa debería emitir deuda compartida, una idea que ya causó tensiones durante la pandemia. Claro, si algo hemos aprendido es que este tipo de propuestas divide al continente, donde algunos países, como Alemania, no están dispuestos a poner su solvencia al servicio de otros miembros de la UE como España, por poner un ejemplo cercano.
Y, sin embargo, Draghi insiste. «Es necesaria cierta financiación conjunta para maximizar el crecimiento de la productividad», afirma el informe. Palabras bonitas, pero ¿Quién las respaldará? La presidenta de la Comisión, Von der Leyen, ha preferido esquivar la pregunta con una evasiva diplomática: sí, fondos comunes, pero más impuestos y contribuciones nacionales. En definitiva, más dinero de los bolsillos de los ciudadanos europeos, mientras las grandes empresas tecnológicas de Estados Unidos y China siguen creciendo sin las ataduras de estos debates.
El mito de la innovación europea
Draghi tiene razón en una cosa: Europa está perdiendo terreno en innovación. De las 50 principales empresas tecnológicas del mundo, solo cuatro son europeas. Y esto no es porque en Europa falten ideas o talento. Lo que falta es un ecosistema que permita que esas ideas prosperen. Las empresas europeas están atadas por una maraña de regulaciones y burocracia que frena cualquier intento de disrupción.
El informe de Draghi clama por una Europa más productiva y competitiva, pero parece olvidar que, mientras la innovación en Estados Unidos y China florece, aquí nos ahogamos en trámites y papeleos. El informe pide cambios radicales, pero la realidad es que este tipo de reformas se han venido pidiendo durante años. Si no ha habido cambios antes, ¿por qué debería ser distinto ahora?
El Plan Marshall que no será
Una de las propuestas más llamativas del informe es la idea de una «inyección masiva» de fondos al estilo del Plan Marshall. Draghi cree que Europa necesita aumentar su inversión en unos 5 puntos porcentuales del PIB para ponerse al día con sus rivales. Pero, de nuevo, ¿de dónde saldrá ese dinero? ¿De las mismas arcas que ya están luchando por financiar los compromisos existentes?
El informe menciona que el sector privado necesitará apoyo público para llevar a cabo este plan. En otras palabras, más subsidios y más ayudas estatales, justo en un momento en que la economía europea ya está tambaleándose bajo el peso de las deudas acumuladas. Es aquí donde nos topamos con una de las grandes ironías del plan: Draghi propone más deuda para resolver una crisis de competitividad, pero no parece reconocer que esa misma deuda es parte del problema al que se enfrenta Europa.
Dependencias que no se quieren reconocer
Uno de los puntos más interesantes del informe es la necesidad de reducir las dependencias estratégicas. Draghi no lo dice directamente, pero lo que insinúa es que Europa está demasiado vinculada a otras potencias en sectores clave como la tecnología. Sin embargo, lo que el informe no menciona es que la dependencia más peligrosa de Europa no es la tecnológica ni la energética, sino su propia dependencia de un sistema político y económico que premia la lentitud y la inercia.
Las políticas industriales que Draghi propone no tienen sentido sin una verdadera voluntad de cambio a nivel estructural. Los Estados miembros de la UE, como bien señala el informe, siguen actuando de manera independiente en muchos aspectos, lo que impide una respuesta coordinada y eficaz. Y mientras China y Estados Unidos avanzan como bloques unificados, Europa sigue fragmentada, con demasiados intereses en juego y pocas ganas de ceder soberanía en pos de un bien común.
Un plan que promete mucho y da poco
El «Plan Draghi» para Europa es, en esencia, otro intento de arreglar lo que no parece tener arreglo: una Europa atrapada entre la burocracia, los intereses nacionales y una retórica que ya no convence a nadie. Se habla de innovación, de productividad y de competencia, pero lo que realmente se vislumbra detrás de todo esto es un intento desesperado de mantener a flote un barco que hace aguas por todas partes.
Draghi quiere inyectar 800.000 millones de euros en la economía europea para competir con China y Estados Unidos, pero parece olvidar que la verdadera batalla no está en el dinero, sino en la capacidad de Europa para adaptarse a un mundo que ya no espera. Las sanciones boomerang que él mismo ayudó a implantar nos han golpeado con más fuerza de lo que estamos dispuestos a admitir. Ahora, más que nunca, Europa necesita algo más que grandes planes y promesas vacías. Necesita una revolución, y eso no se consigue con otro informe lleno de palabras bonitas.
El anhelo de un Euroñol que ya no confía
Y aquí me encuentro yo, como buen Euroñol, deseando con todas mis fuerzas que Draghi acierte y que Europa implemente sus recetas ganadoras. Porque, por mucho que critique este informe, sé que lo mejor que le podría pasar a Europa sería salir del pozo de la irrelevancia. Quiero ver un continente fuerte, competitivo, innovador, que deje de ser la presa fácil en la que se ha convertido para potencias más agresivas. Pero por desgracia, y aunque me duela decirlo, no tengo confianza alguna en que estas recetas funcionen. Después de tantas promesas fallidas, tanto dinero malgastado y tantas expectativas truncadas, uno empieza a creer que lo de Draghi es más humo que sustancia. Ojalá me equivoque, pero la historia reciente no me da motivos para el optimismo.