«Guardia Vieja de Castilla», del Regimiento de Infantería «Inmemorial del Rey». Fotografía del Ejercito de Tierra.

Al paso marcial de los soldados refulgen las gotas como cristalitos de cuarzo, brincando enloquecidas sobre el fino encaje de las aguas vertidas por el cielo enfurecido. Sobre la espuma salpicada, resuena también el chapoteo de los hombres que desfilan, las violentas, irreverentes zancadas de quienes cumplen con su deber de desfilar, el trotecillo piadoso de los infantes que, con el cuerpo empapado, el calzado sumergido y en el alma un tenue rocío de esperanza, desfilan en la parada de la Fiesta Nacional, el Día de la Hispanidad.

Como flamencos rampantes planean elegantemente sobre las agitadas aguas del Mar Rojo abiertas por Moisés el 12 de Octubre en el suelo madrileño. Vista al frente, barbilla en alto, pecho fuera, arma al hombro y estómago duro, como mandan las ordenanzas. Obsérvese el gesto prócer del brigada hirsuto que manda la sección, su rectitud marcial, su empaque de autoridad, el rictus circunspecto, la pose solemne, la mirada displicente, el orgullo henchido, las condecoraciones anidando en el corazón, el aire imponente de avezado militar, tieso el sable y la actitud decidida de marchar a la batalla con ánimo victorioso.

Los fusileros, como soldaditos de plomo, marchan firmes, casi levitando sobre el agua, protagonistas de una epopeya

Los ciudadanos y autoridades que los observan, atrincherados en sus paraguas para aguantar el chaparrón, aplauden fervorosamente el paso de la milicia por la solera asfáltica oculta bajo las aguas, pero los soldados no oyen la ovación porque están concentrados en cumplir con su deber. Los componentes del batallón «Guardia Vieja de Castilla», del Regimiento de Infantería «Inmemorial del Rey» nº 1, desfilan gallardamente, aplicadamente y con deseos de agradar, luciendo el uniforme del Arma de Infantería de 1908 sin importarles el hedor a azufre de los dragones enviados por Belcebú en forma de plaga bíblica de diluvio y frío. Realizan su trabajo sin protección alguna ante el acoso del inclemente meteoro capitalino, más que la de su propio uniforme de gala, remedo de la época de Alfonso XIII: guerrera azul, pantalón granate con franjas azules, botonadura dorada, hombreras de plátano, correaje bermellón, guantes blancos y la dignidad del ros defendida por una lonilla a juego, panoplia asida como hidra venenosa a su piel humedecida.

Los fusileros, mosquetón al hombro, se asemejan a soldaditos de plomo en formación de línea y da ganas de cubicarlos en un diorama a la entrada del Museo del Ejército en Toledo. Caminan deprisa sobre la blonda acuática, casi levitando como redentores, sabiéndose protagonistas de una epopeya poco menos que napoleónica, luciendo el olímpico ademán de los invencibles, de los indestructibles. Tal es la fortaleza inquebrantable de su ánimo, su temperamento atlético y el sentimiento de orgullo y pertenencia a algo grande que trasciende su propia existencia: el Ejército de una nación como España que existe desde la Edad del Bronce y, aunque hoy naufraga en la turbia ciénaga de sus horas más bajas, hubo un día que, con paladines aguerridos y heroicos como estos, doblando el brazo del destino, se levantó contra romanos y árabes, se hizo grande, arribó al nuevo mundo, le dio la vuelta, se alzó en imperio y gobernó el orbe durante tres siglos.

La fotografía del Ejercito de Tierra es extraordinaria, les doy la enhorabuena. Me parece inspiradora. Ha construido un icono, inmortalizado un ramillete de ababoles, una estampa romántica y anfibia de los ínclitos hijos de Marte atravesando el paso de las Termópilas. Parece un óleo realista del mismísimo Ferrer-Dalmau, el pintor de batallas. Representa el compromiso consigo mismo, con la milicia y con la sociedad a la que sirven, de los miles de militares que aguantaron horas y horas a la intemperie esperando el momento cumbre de desfilar ante el pueblo, cada uno fortalecido por sus compañeros de procesión, pero a solas con su pensamiento, su espiritualidad y los palpitantes latidos de sus carótidas.

El estoicismo de nuestros soldados refleja el valor de héroes anónimos que aman su Patria y se enfrentan a cualquier desafío

El estoicismo de nuestras Fuerzas Armadas, representado en la imagen quijotesca de los míos, los soldados del áureo linaje del «Inmemorial del Rey», el más antiguo del mundo –al que un día serví sintiéndome guardián de un templo nabateo, y hoy, a sus veteranos pertenezco–, es el valor de los héroes anónimos que aman su Patria, ejercen de cónsules de la mejor España y les sobran arrestos para enfrentarse al mismísimo lucero del alba.

Estos hombres nobles y valerosos, caballeros de la corte nimbados de santidad, centauros de nuestros días, vistiendo el oficio con dignidad y fieles a la enseña y al Rey que un día juraron defender, avanzan veloces como panteras sobre la torrentera de la jungla urbana manteniendo enhiesta su moral, el espíritu combativo del Ejército y la esperanza de un mundo mejor para todos.

Nos han dado en el desfile una inolvidable lección de humanidad, de coraje, de humildad, de vida y de amor. Porque no es otra cosa que un acto de amor al prójimo la entrega de los héroes anónimos sin importar el sacrificio.

Siempre nos quedará la fiel Infantería, que por saber morir sabe vencer.


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Primitivo Fajardo
PRIMITIVO FAJARDO nació en La Roda (Albacete) y es licenciado en Periodismo por la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. Lleva ejerciendo el oficio cuatro décadas en distintos medios de comunicación y diferentes sectores, donde ha desarrollado muy diversos empeños en casi todas las ramas relacionadas con la información y la comunicación impresa y audiovisual: fotografía, diseño, ilustración, maquetación, redacción, edición y dirección. Ha escrito tres libros propios y centenares de artículos y reportajes, guiones para audiovisuales y vídeos de empresa, memorias y documentos de toda índole y para distintos medios, empresas y agencias de publicidad, y ha editado una veintena de libros de gran formato de distintos autores y materias. Trabajó durante un lustro en el diario deportivo AS y, sucesivamente hasta la actualidad, ha sido director de las revistas Carreteras, Potencia, Canteras y Explotaciones, Equipos & Obras y OP Machinery, destinadas al mundo de la maquinaria de carreteras, obras públicas, minería y construcción. Ha colaborado en publicaciones institucionales como: Fomento, CEIM, Aldeas Infantiles, AECC, AERCO, IRIS y Especial Mandos; en revistas de automoción: Top Auto, Top Moto, Motor16, Cuadernos de Logística, Todotransporte y Transporte Profesional; en el sector militar y aeronáutico: La Coronelía, Avion Revue, Fuerza Terrestre, Fuerza Aérea y en la web AviaciónDigital.com; y en las revistas rodenses «La Miliaria» y «Plaza Mayor». Ha sido miembro del Comité Organizador del Salón Internacional de Maquinaria de Obras Públicas, Construcción y Minería (SMOPYC), que organiza la Feria de Zaragoza. En 2010 fue galardonado con el premio de poesía Sancho Panza, en la Casa de Castilla- La Mancha, y se haya en posesión de la Medalla de Honor de la Carretera, concedida por la Asociación Española de la Carretera ese mismo año.

1 COMENTARIO

  1. Serví en el Regimiento de Movilización y Prácticas de Ferrocarriles, allá por los años 80 del siglo pasado, cuando aún éramos guardianes de una historia que hoy se desvanece entre las sombras. Hace ya mucho que se disolvió el Regimiento, y lo único que queda es el eco de lo que fuimos, arrumbado entre los vestigios de lo extraño en un rincón del Museo del Ejército en Toledo. Allí, entre cosas rarunas y olvidadas, aparece lo que fuimos y vivimos, como un viejo estandarte que resiste al tiempo. Me alegra que, por mucho tiempo, aún siga en pie la “Guardia Vieja de Castilla”. Hoy, sin embargo, los ferrocarriles no son lo que fueron, gracias a ministros de chichinabo, entre otros. Gran post, don Primi.

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