En las dos últimas décadas, España se ha lanzado de cabeza a un abismo de deuda como si la historia no hubiera dejado suficientes advertencias para los insensatos. En 2004 teníamos una deuda pública de unos 389.888 millones de euros. Hoy, veinte años más tarde, ese número se ha multiplicado sin pudor alguno, alcanzando la bonita cifra de 1.626.065 millones de euros. De un 45,3% del PIB hemos saltado al 105,3%. Y aquí estamos, con la soga al cuello y un pie en el precipicio, mientras los golfos apandadores -políticos- se miran el ombligo y nos venden cuentos de hadas.

Pero no nos engañemos: esta escalada de deuda no es ningún accidente. No ha sido un día de mala suerte ni un fenómeno natural incontrolable. Es el resultado de decisiones torpes, de gestiones cómplices del despilfarro, de los golfos apandadores patrios que han hecho del gasto público su parque de atracciones particular sin la más mínima idea de cómo cuadrar las cuentas. La crisis de 2008, sí; la pandemia de 2020, también. Claro que fueron catalizadores, pero la mala gestión ya venía de antes, como un germen silencioso al que nadie quería prestar atención.

El problema es que aquí nadie quiere enfrentarse a la realidad. La deuda crece, y con ella los intereses, y esos intereses son como el dragón que devora nuestros impuestos. Cada euro que se destina a pagar intereses es un euro menos para la educación de nuestros hijos, para la sanidad que necesitamos o para esas infraestructuras que siguen en estado precario. Y mientras tanto, nos entretenemos con promesas vacías y debates absurdos que no llevan a ningún sitio.

La situación es sencilla: cuanto más alta es nuestra deuda, más atados estamos, más expuestos ante cualquier tormenta económica que se avecine. Y si de algo deberíamos haber aprendido en los últimos veinte años, es que las tormentas no avisan; simplemente llegan. A día de hoy, nuestra deuda pública sigue siendo de las más elevadas de la Unión Europea, y eso no es precisamente motivo de orgullo. Es más bien un grillete que amenaza con mantenernos hundidos en la mediocridad durante años.

Tras el desastre de la DANA en Valencia, el gobierno de España ha decidido mediante real decreto ayudar a los damnificados con 10.000 millones de euros, en un primer momento. La pregunta que deberíamos hacernos es: ¿de dónde saldrá esta ayuda y las que se sumen para paliar esta desgracia? La respuesta es sencilla y amarga: de más deuda. Seguimos acumulando préstamos y compromisos financieros sin un plan real de cómo devolverlos, hipotecando el futuro de generaciones enteras que tendrán que pagar por nuestra falta de previsión y responsabilidad.

Así que la respuesta debería ser evidente: necesitamos un plan, uno real, no el papel mojado que nos venden cada cuatro años. Un plan que pase por revisar el gasto público de arriba a abajo, por hacer reformas estructurales que de verdad impulsen el crecimiento, no solo el parche de turno para salir en la foto. Necesitamos políticas fiscales que equilibren la inversión y la responsabilidad financiera. Y eso no es nada fácil, claro, pero es lo que toca si queremos que nuestros hijos tengan algo más que deudas que pagar.

Porque si seguimos así, sin tomar decisiones valientes y necesarias, no seremos más que un país hipotecado, condenado a ver cómo otros deciden por nosotros. Y esa, señoras y señores, es la definición misma de pérdida de soberanía. Es hora de que los golfos apandadores que nos gobiernan dejen de lado la cobardía y hagan lo que se supone que deben hacer: actuar con responsabilidad, con visión de futuro, y pensar en algo más que en la próxima campaña electoral. Porque el tiempo de las excusas ya ha pasado, y la factura no deja de crecer.

Estamos dejando a nuestros hijos y nietos una herencia envenenada, una deuda que no pidieron pero que tendrán que cargar sobre sus hombros. Les entregamos un país hipotecado, con los recursos agotados y las decisiones comprometidas por las nefastas gestiones de los políticos de turno. Les condenamos a pagar nuestras fiestas y nuestros excesos, a soportar la carga de nuestra irresponsabilidad y a vivir en un país donde la promesa de prosperidad se ha cambiado por la certeza de una factura interminable. Y eso, señoras y señores, es lo que realmente debería indignarnos.

Adictos a la deuda

Evolución de la Deuda Pública en España (2004-2024)

AñoDeuda Pública (millones de euros)Deuda Pública (% del PIB)Gasto en intereses (millones de euros) redondeado
2004389.88845,3%15.000
2005393.47942,4%14.500
2006392.13239,0%14.000
2007384.66235,7%13.500
2008440.62139,6%14.000
2009569.53553,1%17.000
2010649.15360,3%19.000
2011743.04369,5%22.000
2012927.81389,6%28.000
20131.025.805100,0%30.000
20141.085.165104,4%32.000
20151.114.129102,5%31.000
20161.145.655102,0%30.000
20171.184.148101,2%29.000
20181.209.74299,8%28.000
20191.224.36497,7%27.000
20201.346.916119,3%31.000
20211.429.404115,7%32.000
20221.504.105109,5%33.000
20231.575.374105,1%35.000
20241.626.065105,3%41.000
Nota: Los datos de gasto en intereses para 2024 son estimaciones basadas en proyecciones actuales.

Esta tabla refleja cómo, a medida que la deuda pública ha aumentado en términos absolutos y como porcentaje del PIB, el gasto en intereses también ha crecido, especialmente en los últimos años debido al incremento de los tipos de interés. Por ejemplo, para 2024 se prevé que el Estado destine 41.000 millones de euros al pago de intereses de la deuda pública, lo que representa un incremento significativo respecto a años anteriores.

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Enrique Pampliega
Con más de cuatro décadas de trayectoria profesional, iniciada como contable y responsable fiscal, he ido transitando hacia un campo que acabaría por convertirse en mi verdadera vocación: integrar la geología con las tecnologías digitales. Desde 1990 he desempeñado múltiples funciones en el Ilustre Colegio Oficial de Geólogos (ICOG). Mi trayectoria incluye roles como jefe de administración, responsable de marketing y calidad, community manager y delegado de protección de datos. He liderado publicaciones como El Geólogo y El Geólogo Electrónico, y he gestionado proyectos digitales innovadores, como la implementación del visado electrónico, la creación de sitios web para el ICOG, la ONG Geólogos del Mundo y la Red Española de Planetología y Astrobiología, ente otros. También fui coordinación del GEA-CD (1996-1998), una recopilación y difusión de software en CD-ROM para docentes y profesionales de las ciencias de la Tierra y el medio ambiente. Además de mi labor en el ICOG, he participado como ponente en eventos organizados por Unión Profesional y la Unión Interprofesional de la Comunidad de Madrid, abordando temas como la calidad en el ámbito colegial o la digitalización en el sector. También he impartido charlas sobre búsqueda de empleo y el uso de redes sociales en instituciones como la Universidad Complutense o el Colegio de Caminos de Madrid. En 2003, inicié el Blog de epampliega, que en 2008 evolucionó a Un Mundo Complejo. Este espacio personal se ha consolidado como una plataforma donde exploro una amplia gama de temas, incluyendo geología, economía, redes sociales, innovación y geopolítica. Mi compromiso con la comunidad geológica fue reconocido en 2023, cuando la Asamblea General del ICOG me distinguió como Geólogo de Honor. En 2025 comienzo una colaboración mensual con una tribuna de actualidad en la revista OP Machinery.

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