Fue un comentario de Elon Musk, como tantas otras veces, el que encendió la chispa. En X, el magnate especulaba sobre el futuro de la guerra, asegurando que los drones y la inteligencia artificial acabarán por jubilar a los aviones tripulados y a sus pilotos humanos. Entonces, como si su mensaje activara un resorte, recordé Guerra multidominio y mosaico, de Guillermo Pulido. Lo había leído hace un tiempo, y de pronto todas las piezas encajaron: lo que Musk decía en pocas palabras, Pulido lo había explicado con detalle y precisión en su obra, publicada en noviembre de 2021, antes de que la guerra en Ucrania confirmara lo que entonces parecía casi futurista.
Ahora me vienen a la mente mis días en el Regimiento de Movilización y Prácticas de Ferrocarriles, allá por los años ochenta. Yo vestía un uniforme azul —el mismo que hoy puede verse en el Museo del Ejército en Toledo— y mi arma era un CETME (chopo, en plan coloquial), robusto y confiable. En aquellos días, el soldado todavía era el protagonista de la guerra, con botas bien atadas y el fusil al hombro. Hoy, como explica Pulido, ese soldado ha sido reemplazado por un operador de drones, un gamer que libra la batalla desde una consola, en algún lugar seguro y cómodo.
Pulido describe con claridad cómo la guerra moderna ha mutado en algo profundamente deshumanizado. La doctrina de guerra multidominio es la nueva doctrina que adopto en el año 2016 el Ejercito de Tierra Estadounidense (US Army) y los Marines porque está es un tipo de guerra en la que intervienen de manera conjunta los seis dominios de la guerra contemporánea: tierra, mar, aire, espacio, electromagnético y cibernético, piezas modulares que se reconfiguran según la necesidad. Pero más allá de la teoría, el libro detalla el impacto de los drones y los enjambres autónomos, que han cambiado para siempre las reglas del juego.
La guerra de Ucrania ha sido la prueba definitiva de lo que Pulido anticipaba. Los drones han pulverizado columnas blindadas, hostigado posiciones enemigas y cambiado la narrativa bélica. Lo que en 2021 parecía un análisis futurista, hoy es una realidad cotidiana. Mientras yo, allá en los ochenta, recorría las vías del tren con mi uniforme azul y mi CETME, jamás habría imaginado que la guerra se libraría desde estaciones remotas, a través de pantallas, con algoritmos o gamer decidiendo quién vive y quién muere.
Y luego está Turquía, que ha tenido la osadía —o la clarividencia, según se mire— de olvidarse de los aviones tripulados y apostar todo a los drones. Su TCG Anadolu -diseñado por Navantia-, es el primer «portadrones» del mundo. Es un buque que no necesita pilotos de combate ni complicadas operaciones de despegue vertical. No, señores, aquí los protagonistas son los Bayraktar TB3, drones diseñados para despegar y aterrizar en pistas cortas, cargados hasta los dientes con bombas de precisión. El pasado 19 de noviembre de 2024, uno de estos drones realizó su primer despegue y aterrizaje exitosos desde el buque, marcando un hito en la aviación naval no tripulada. Es una declaración de principios: el futuro no pertenece al hombre en la cabina, sino a las máquinas que cazan desde las alturas con la eficacia de un depredador. Y mientras Occidente sigue ajustándose a esta nueva realidad, Turquía ya ha echado a andar su propia revolución tecnológica, zanjando de un plumazo el debate sobre la obsolescencia de los aviones tripulados.
Si los drones turcos son el cercano futuro, el ya, es la guerra en Ucrania, esas vistas aéreas tomadas por drones que flotan como ojos impasibles sobre el campo de batalla, uno no puede evitar sentir un escalofrío. Allí están, los soldados encogidos en sus trincheras, acurrucados como niños aterrorizados, mientras desde el artefacto teledirigido, alguien que no está allí les deja caer pequeñas bombas. No hay gritos, no hay carga heroica, solo un zumbido, un chasquido sordo y un destello que los hace trizas. Así es como se pelea hoy: no en la tierra, no con honor, sino desde el cielo, manejando un joystick a kilómetros de distancia. Y lo confieso: al verlo, no pude evitar un amargo alivio de ser lo bastante viejo como para no estar allí.
Impresiona la frialdad de estas máquinas, de quienes las manejan. La bomba que cae directa y deliberadamente sobre un grupo de soldados almorzando, o ese otro soldado que dispara desesperado contra el dron, sabiendo que el operador lo observa, que «juega» con él desde la lejanía hasta decidir darle matarile. Hay algo que va más allá de la crueldad habitual de la guerra en esto. Algo que raya en el sadismo, en el disfrute de un poder total e impune.
Es la deshumanización absoluta del combate. La guerra que ya no es de hombres enfrentados, sino de máquinas y pantallas, de decisiones que se toman en tiempo real desde un mundo ajeno al barro, la sangre y el miedo. Uno mira esas imágenes y comprende, con un nudo en el estómago, que el soldado, ese que carga al enemigo a pecho descubierto o que disparaba cuerpo a cuerpo en una trinchera, casi pertenece al pasado. Aunque lamentablemente aún esté presente.
Sin embargo, en medio de esta sombría realidad, uno no puede evitar pensar si habrá algo positivo al final de este camino. Quizá, solo quizá, todo este progreso tecnológico sirva algún día para liberar al soldado de a pie, a la fiel infantería, de la brutalidad del campo de batalla. Imagino un futuro donde las únicas bajas sean de máquinas, donde los artefactos combatan en escenarios desolados, en guerras -que las hay y las habrá- libradas exclusivamente por drones, robots y algoritmos. Un escenario realmente futurista, donde las vidas humanas ya no sean el precio inevitable de cada conflicto. Si hemos de seguir peleando, al menos que sean las máquinas quienes lo hagan, y que los hombres puedan, por fin, dejar de matarse entre ellos.
Y aquí vuelvo a Elon Musk. Sus palabras sobre la obsolescencia de los F-35 y el auge de los drones no hacen más que reafirmar lo que Pulido ya planteaba. Aviones como los F-35, orgullo de la aviación militar, podrían quedar relegados a los museos antes de lo que pensamos, superados por aviones no tripulados de sexta generación o por ejércitos enteros de drones.
Guerra multidominio y mosaico es un libro imprescindible para entender no solo cómo ha cambiado la guerra, sino también hacia dónde nos dirigimos. Elon Musk puede resumirlo en un tweet, pero Guillermo Pulido lo desarrolla con una profundidad que asusta y fascina a partes iguales. Mientras el uniforme azul y el CETME quedan en el pasado, el joystick y el dron se convierten en los protagonistas del presente. Y, aunque me cueste admitirlo, el soldado que fui ya no tiene lugar en este nuevo tablero de juego.
Wow compi, el presente asusta.. Como corre la tecnología, no nos da tiempo a asimilarla.Todo lo que nos parecía futuro hace nada se está haciendo realidad a pasos agigantados. 🫣
Pues sí, Yolanda. El presente no solo asusta, apabulla. Nos vende avances envueltos en celofán, pero a la que rascas un poco ves que no es progreso, es vértigo. Estamos en una carrera donde la tecnología avanza más rápido de lo que podemos digerirla, y mientras nos maravillamos con drones y algoritmos, olvidamos que debajo de todo eso seguimos siendo los mismos depredadores de siempre, solo que ahora matamos con más eficacia y menos humanidad. Bienvenidos al futuro, donde ya no hay tiempo ni para entender el presente.