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El triunfo de la Navidad sobre el Sol Invictus y las Felices Fiestas

En España, donde la controversia es un deporte nacional, hasta la Navidad ha acabado en el punto de mira. Algunos pretenden despojar al 25 de diciembre de su sentido cristiano, reivindicando en su lugar al Sol Invictus o al solsticio de invierno. Pero la historia, como el turrón, es tozuda y está llena de matices que muchos prefieren ignorar.

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En este país, que ha hecho del revisionismo histórico una de sus disciplinas favoritas, la Navidad no podía escapar del rifirrafe. Hace poco una moda estrafalaria comenzó a circular en ciertos entornos: rechazar el 25 de diciembre como día cristiano y sustituir el clásico “Feliz Navidad” por un insulso “Feliz Solsticio de Invierno” o aún peor; en esta Europa, tan dada a las sutilezas diplomáticas y a los ejercicios de corrección política que rozan el esperpento, resulta que hace un par de años a algunos se les atragantó la Navidad. Desde ciertos rincones de Europa -Comisión de Igualdad-, donde la burocracia parece ocupar más tiempo en reescribir tradiciones que en resolver problemas reales, surgió la recomendación de reemplazar “Feliz Navidad” por un aséptico y neutral “Felices Fiestas”. A este respecto, Arturo Pérez Reverte, ayer, en uno de sus dardos certeros, lo dejó claro en X.

La frase, como era de esperar, desató urticarias y brotes psicóticos. Pero, más allá de los insultos de cafetería, planteó una cuestión interesante: ¿Qué sabemos realmente sobre el origen de la Navidad y su relación con el Sol Invictus?

De la luz a la fe: el 25 de diciembre en la historia

Empecemos por lo básico. El Nuevo Testamento, para desgracia de los literalistas, no ofrece una fecha exacta para el nacimiento de Jesús. Los Evangelios son parcos en detalles cronológicos, y durante los primeros siglos del cristianismo, la celebración del nacimiento de Cristo no ocupaba un lugar central en el calendario litúrgico. Fue en el siglo IV cuando Roma, ya impregnada de cristianismo, fijó el 25 de diciembre como la fecha oficial.

¿Por qué este día? La explicación más conocida es que la Iglesia quiso superponer la celebración cristiana al Dies Natalis Solis Invicti (el Día del Nacimiento del Sol Invencible), una festividad pagana establecida por el emperador Aureliano en el año 274 d.C. Este día marcaba el renacimiento del sol tras el solsticio de invierno, simbolizando la victoria de la luz sobre la oscuridad. Una elección práctica, si se quiere, que facilitó la transición religiosa en un Imperio donde las creencias solares tenían un peso considerable.

Sin embargo, como siempre, la historia es más compleja de lo que parece a primera vista. Steven Hijmans, un especialista en historia romana, ha argumentado que la Navidad cristiana podría haber sido celebrada antes de que el Sol Invictus tuviera su día fijo en el calendario. De hecho, la evidencia más antigua de la celebración del Sol Invictus el 25 de diciembre proviene de la época de Juliano el Apóstata, años después de que la Navidad ya estuviera firmemente establecida en el 336 d.C., como se documenta en el Cronógrafo del 354.

Así pues, ¿Qué fue primero, el niño en el pesebre o el sol invencible? Quizá, como suele suceder, ambos se influyeron mutuamente en un proceso de sutil y constante transformación cultural.

Sexto Julio Africano y los cálculos de la fe

Antes de que la Iglesia fijara el 25 de diciembre, algunos intelectuales cristianos ya habían especulado sobre la fecha del nacimiento de Jesús. Uno de los primeros en hacerlo fue Sexto Julio Africano, un historiador cristiano que, en su obra Chronographiai (221 d.C.), calculó que la concepción de Jesús ocurrió el 25 de marzo, coincidiendo con el equinoccio de primavera. Nueve meses después, llegamos al 25 de diciembre.

Este razonamiento, aunque basado en simbolismos teológicos más que en evidencia histórica, contribuyó a la elección de la fecha. En la mentalidad cristiana, Jesús, como la luz del mundo, nació en el momento en que la luz del sol comenzaba a dominar sobre la oscuridad del invierno. Si algo queda claro es que los cristianos de entonces no eran ajenos al simbolismo de la naturaleza.

El ataque contemporáneo: cuando lo pagano es “woke

Volvamos al presente. En España, donde el costumbrismo se mezcla con el postureo, ha surgido una corriente que intenta deslegitimar el 25 de diciembre por su raíz cristiana, alegando que la verdadera celebración debe ser el Sol Invictus o el solsticio de invierno. Por supuesto, el argumento histórico suele estar plagado de medias verdades y lecturas sesgadas, como si reconocer el origen complejo de una fecha invalidara su significado actual.

El problema no es cuestionar la historia, sino el infantilismo con que se hace. Porque, aceptémoslo, lo que subyace a este rechazo no es un afán por la verdad histórica, sino una alergia visceral a todo lo que huela a tradición cristiana. Decir “Feliz Navidad”, para algunos, parece ser un acto de alta traición ideológica. Y en su lugar, lanzan un anodino “Feliz Solsticio de Invierno” o «Felices Fiestas», que ni siquiera tiene la decencia de sonar poético.

La idea de sustituir “Feliz Navidad” no es más que otro episodio de ese delirio moderno que consiste en desmantelar las tradiciones con la excusa de no incomodar a nadie

Resulta inevitable, en estos tiempos de hipersensibilidades y agendas veintetreinteras, que la cruzada contra la Navidad termine en brazos del movimiento woke. Esa corriente que, nacida al calor de justas reivindicaciones por la igualdad, ha degenerado en una vigilancia constante de las palabras, las costumbres y hasta de los pensamientos. Y claro, una festividad como la Navidad, con su historia cristiana y su simbología cargada de tradición, era un blanco demasiado jugoso para que los sacerdotes de lo woke la dejaran escapar.

El fenómeno woke tiene una particular debilidad: confunde inclusión con anulación. En su afán por no ofender a nadie, esta corriente proclama que cualquier referencia cultural, histórica o religiosa occidental que no sea universal debe ser erradicada, como si la convivencia se lograra eliminando las diferencias en lugar de celebrarlas.

Y todo esto, claro, se hace en nombre de la inclusividad, como si reconocer una tradición fuera incompatible con respetar otras. Pero, paradójicamente, esta obsesión por borrar lo tradicional termina siendo una forma sutil de intolerancia: una que no acepta la riqueza de la diversidad cultural, sino que pretende uniformarla bajo una capa de insipidez políticamente correcta.

La Navidad: más que una fecha

Lo que estas modas olvidan es que la Navidad, con toda su carga simbólica, trasciende el debate histórico. No importa si su origen estuvo influido por el Sol Invictus o por los cálculos de un historiador del siglo III. La Navidad, tal como la conocemos, se ha convertido en un espacio de encuentro, de reflexión y de esperanza. En el corazón de estas fechas está la celebración de valores universales como la generosidad, el perdón y la familia. De todo esto hacemos gala en las Navidades Vecinales de mi localidad.

Rechazar esto en nombre de un falso purismo histórico o de una «cultura» woke, no solo es miope, sino profundamente mezquino. Porque, al final, lo que importa no es si celebramos al niño Dios o al sol invencible, sino el significado que damos a ese acto de reunirnos en torno a una mesa para compartir lo poco o mucho que tenemos.

Brindemos por la Navidad

En esta España de debates eternos y trincheras ideológicas, la Navidad sigue siendo una victoria de la luz sobre la oscuridad, ya sea desde una perspectiva cristiana, cultural o simplemente humana.

Como bien dijo Reverte, y yo suscribo: “Hace falta ser muy gilipollas. O sea, muy de aquí”. Porque, querámoslo o no, la Navidad es parte de lo que somos. Así que, con permiso del solsticio, del Sol Invictus y de lo woke alzo mi copa y digo sin miedo: ¡Feliz Navidad! Y si usted, querido lector, si es más del solsticio y el invictus, aproveche estos días para brindar con sus allegados, dado que es el momento justo para hacer gala de esos valores universales que todos debemos abrazar. Y, por qué no, brinde con otros que como yo celebramos la Navidad.

PD.: Otro día hablamos del tipo portador de una riqueza adiposa considerable que va vestido de rojo Coca-Cola.

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Con más de tres décadas dedicadas a integrar la geología con las tecnologías digitales, he desempeñado múltiples funciones en el Ilustre Colegio Oficial de Geólogos (ICOG) desde 1990. Mi trayectoria incluye roles como jefe de administración, responsable de marketing y calidad, community manager y delegado de protección de datos. He liderado publicaciones como El Geólogo y El Geólogo Electrónico, y he gestionado proyectos digitales innovadores, como la implementación del visado electrónico, la creación de sitios web para el ICOG, la ONG Geólogos del Mundo y la Red Española de Planetología y Astrobiología, ente otros. También fui coordinación del GEA-CD (1996-1998), una recopilación y difusión de software en CD-ROM para docentes y profesionales de las ciencias de la Tierra y el medio ambiente. Además de mi labor en el ICOG, he participado como ponente en eventos organizados por Unión Profesional y la Unión Interprofesional de la Comunidad de Madrid, abordando temas como la calidad en el ámbito colegial o la digitalización en el sector. También he impartido charlas sobre búsqueda de empleo y el uso de redes sociales en instituciones como la Universidad Complutense o el Colegio de Caminos de Madrid. En 2003, inicié el Blog de epampliega, que en 2008 evolucionó a Un Mundo Complejo. Este espacio personal se ha consolidado como una plataforma donde exploro una amplia gama de temas, incluyendo geología, economía, redes sociales, innovación y geopolítica. Mi compromiso con la comunidad geológica fue reconocido en 2023, cuando la Asamblea General del ICOG me distinguió como Geólogo de Honor.

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