Aquí estoy hoy, en un día gris que amenaza lluvia, al final de unas fiestas navideñas que ya pesan más que alegran, con Joan Manuel Serrat cantándome al oído ese Mediterráneo que huele a sal y a memorias pasadas. Todo ello, para ponerme en situación y escribir mis impresiones sobre la obra de Miquel Giménez. Este libro, con sus páginas afiladas y su humor irreverente, me ha traído inevitablemente a la mente aquel texto Ha vuelto de Timur Vermes, donde Hitler resucita para narrar en primera persona su tragicómica aventura en el siglo XXI. Hoy vuelvo a Hitler en otro relato, y en un año que promete regalarnos a Franco hasta en la sopa, también vuelvo al caudillo. Pero bueno, ¡vamos con ello, Tello!

Pueden llamarlo ucronía o lo que les dé la gana, pero yo lo llamo un ejercicio de inteligencia disfrazado de chiste irreverente. A estas alturas, todo el mundo debería saber lo que es una ucronía, pero, por si queda algún rezagado, aclaro: se trata de una historia alternativa, de esas que plantean el clásico «¿y si…?». ¿Y si Hitler hubiera conquistado Gran Bretaña? ¿Y si Churchill hubiera acabado en la horca y Londres bajo las botas del Reich? ¿Y si en la primavera de 2011 Adolf despierta en un descampado en el centro de Berlín? ¿Y si la Cataluña de los años 40 hubiera sido un protectorado nazi y Franco se hubiera visto obligado a largarse al exilio? Ahí es donde empieza esta novela, que finaliza de forma explosiva.
Un escenario delirante y bien pensado
Barcelona, esa ciudad que parece tener vocación de ser el centro del mundo, se convierte en el epicentro de una conspiración descabellada. Hitler, el villano por excelencia, se dispone a visitar la ciudad en plena Diada catalana, convertido en el gran emperador de Europa. No contento con dominar la práctica totalidad de Europa, amplía la conquista a Portugal, Gibraltar y el norte de Marruecos, y eso, claro, no hace ni pizca de gracia a los estadounidenses, que todavía mantienen el tipo desde el otro lado del Atlántico.
En este escenario de delirio y caos, entra en escena el verdadero protagonista: un anarquista descreído y escéptico hasta la médula, reclutado por los servicios secretos norteamericanos para llevar a cabo un atentado contra el Führer. Lo que sigue es un carrusel de situaciones hilarantes, peripecias inverosímiles y diálogos afilados como navajas.
El arte de retratar lo absurdo
Hay novelas que te sacuden, otras que te hacen pensar, y luego están las que te hacen esbozar una sonrisa mientras te das cuenta de que te están hablando de cosas muy serias. Esta es de las últimas. Miquel Giménez no solo ha tejido una historia divertida; ha compuesto una sinfonía de sarcasmo y crítica social que nos recuerda que la realidad, muchas veces, es más ridícula que cualquier ficción.
Los personajes son un desfile de arquetipos y sorpresas. Desde espías con aires de Don Quijote hasta oportunistas que parecen salidos de una opereta berlanguiana, cada uno de ellos aporta su granito de arena para convertir esta historia en una comedia de enredos con tintes de tragedia histórica. Es como si Billy Wilder hubiera decidido escribir una secuela de Ser o no ser y la hubiera ambientado en las Ramblas.
Una Barcelona de película
Giménez no se limita a contarnos una historia; nos pasea por una Barcelona que se siente viva y, al mismo tiempo, grotesca. La ciudad es un personaje más, con sus calles que rezuman historia y sus barrios que esconden secretos y miserias. Las referencias culturales están por todas partes: si alguna vez viste Casablanca, sabrás lo que significa sentarse en una barra con un cigarrillo y un pasado que huele a pólvora. Pues bien, aquí los protagonistas hacen lo propio, solo que con más mentiras y menos heroísmo, ¡la madre que los batanó!
Parodia y crítica
No se equivoquen: detrás de cada escena disparatada hay una reflexión más profunda. Giménez es un maestro en el arte de deslizar la crítica social sin perder la sonrisa. Parodia los acontecimientos políticos, sociales y culturales de una forma tan inteligente que te obliga a preguntarte cuánto ha cambiado el mundo desde aquella época ficticia hasta la realidad en la que vivimos. ¿Cuántas veces el poder no ha sido más que una obra de teatro con actores que fingen ser serios mientras manipulan a las masas?

Y hablando de espectáculos teatrales, Franco no se queda atrás en esta historia. Aquí es un exiliado que planea, con la misma calma con la que encendía un puro, su particular reconquista de España de la mano de los estadounidenses. Como un veterano jugador de mus, calcula cada movimiento mientras los yanquis juegan sus cartas y los nazis piensan que lo tienen todo bajo control. Franco juega sus cartas con un cinismo que deja claro que, aunque lo pinten como un adusto general, sabía perfectamente cómo moverse entre las sombras del poder y para llegar a: «Muerto Hitler, Muñoz Grande había caído y Franco no había tenido problema en volver a ocupar su residencia en El Pardo. La primera medida que había adoptado era suprimir los protectorados del Reich. En un discurso pronunciado en Salamanca, el Generalísimo había hablado vagamente de democracia, pero a la española«. Y para redondear la situación: «las manifestaciones que un grupo de prohombres catalanes habían dirigido al Jefe del Estado en las que mostraban su más sincera adhesión a Franco, lamentando el vergonzoso episodio de subordinación a una potencia extranjera que había supuesto un protectorado (el catalán)», sublime, sólo se hecha de menos que no entregaran a Franco la Gran Cruz Gamada de Sant Jordi. ¡Heil Generalísimo, Heil España!, de traca.
Las mentiras, las excusas y las coartadas absurdas de los personajes no son más que un reflejo de las estrategias con las que tantas veces intentamos justificar lo injustificable. Y sí, sonríes, pero también te preguntas si en el fondo no estamos todos metidos en una comedia de enredos donde nadie sabe muy bien cuál es su papel.
La construcción de los personajes
Uno de los mayores aciertos de la novela es la forma en que están construidos los personajes. No hay héroes de cartón ni villanos unidimensionales; lo que hay son seres humanos con todas sus contradicciones a cuestas. El anarquista protagonista es, al mismo tiempo, un antihéroe y un símbolo de la resistencia del individuo frente a las imposiciones del poder.
Incluso Hitler, convertido aquí en una caricatura de sí mismo, sirve para recordarnos que los monstruos históricos no solo son temibles por sus crímenes, sino también por el absurdo que rodea muchas de sus decisiones. Giménez nos pinta un Führer tan ridículo como siniestro, un hombre rodeado de aduladores y traidores que lo mismo organizan banquetes que traman complots.
La pluma afilada de Miquel Giménez
Hay que reconocerlo: Giménez sabe escribir. Su estilo es ágil, mordaz y lleno de ingenio. No es solo un narrador; es un auténtico francotirador literario que dispara con precisión y deja siempre una huella. La prosa está salpicada de frases que merecen ser subrayadas y releídas, de esas que te hacen pensar.
Además, el autor domina el arte de mezclar lo cómico con lo trágico, lo absurdo con lo real. Esta novela no solo te hace sonreír; te obliga a enfrentarte a preguntas incómodas sobre el poder, la guerra y la naturaleza humana.
Un autor con historia
Miquel Giménez, nacido en Barcelona en 1959, no es un recién llegado. Lleva más de 35 años dedicándose al periodismo y ha trabajado junto a figuras legendarias como Luis del Olmo y Jesús Hermida. Su bagaje se nota en cada página. No solo conoce la historia de la Segunda Guerra Mundial al dedillo, sino que también sabe cómo traducir ese conocimiento en una narrativa que atrapa y entretiene.
La dedicatoria del libro es un homenaje a su padre, Miguel, y a su madre, Pepita, lo que añade un toque personal y entrañable a esta obra cargada de humor e ingenio. A lo largo de sus páginas, se percibe el cariño con el que ha sido escrita, como si el autor quisiera rendir homenaje no solo a la historia, sino también a sus propias raíces.
Una lectura imprescindible
Terminar esta novela ha sido como despedirse de un viejo amigo al que sabes que vas a echar de menos. Y es que Operación Barcelona. Matar a Hitler no es solo una lectura divertida; es una experiencia que te deja con ganas de más. Es de esos libros que uno recomienda sin reservas, con la certeza de que quien lo lea va a disfrutar de principio a fin.
Así que háganse un favor: cómprense el libro, préstenlo o regálenlo, pero no dejen pasar la oportunidad de sumergirse en esta historia. Y si tienen la suerte de leerlo tumbados en una tumbona junto al mar o acurrucados bajo una manta en una tarde de lluvia, mejor aún. Porque al final, lo que cuenta es que, entre tanto ruido y tanto trajín, encontremos historias que nos hagan reír, pensar y, por qué no, volver a creer en el poder de la buena literatura.
Les aseguro que este libro vale cada página y cada sonrisa. Y si no les gusta, ya saben dónde encontrarme para discutirlo, con un café o una copa de vino de por medio. Pero me juego lo que quieran a que no tendrán quejas. Feliz lectura.