Ayer, Mark Zuckerberg, el omnipresente capitán del barco de Meta, anunció a bombo y platillo la eliminación de los verificadores de hechos en Facebook, Instagram y Threads. Según él, esta medida busca «restaurar la libertad de expresión» en sus plataformas, sustituyendo a los verificadores por un sistema de «notas de la comunidad» al estilo de X, la red social de Elon Musk.
Este movimiento, que podría parecer un gesto noble en pro de la libre expresión, llega con un retraso insultante. Durante años, los usuarios que osaron salirse del guion de lo «políticamente correcto» han sido silenciados, etiquetados y censurados por estos supuestos árbitros de la verdad. La parcialidad de los verificadores ha convertido a Facebook en un campo minado para cualquier opinión disidente, transformando la plataforma en un tribunal inquisitorial –yo lo he sufrido en mis carnes digitales en varias ocasiones– donde la herejía se paga con el ostracismo digital.
Bienvenido sea el desmantelamiento de su sistema de verificación de contenidos, ese mismo que vendía al mundo como la joya de la corona desde que lo creó en 2016. Una maquinaria en la que invirtió millones y que presumía de ser el mejor escudo contra la mentira y la manipulación en las redes sociales, hasta ayer. Claro que, cuando uno se asoma a la letra pequeña, resulta que el «comité de expertos independientes» que marcaba la línea roja entre lo permitido y lo censurado era cualquier cosa menos imparcial. Los elegían ellos mismos, con el mismo criterio con el que un tahúr baraja su propia baraja: marcando las cartas y sin soltar nunca la banca.
Además del Consejo Asesor de Contenidos, que en la práctica pintaba menos que un torero en un congreso de veganos, Meta delegó la tarea de verificar información en manos de más de 90 organizaciones en todo el mundo, encargadas de dar o retirar el sello de verdad según su propio filtro de lo «rigurosamente correcto». En España, nombres como Maldita, AFP y Newtral llevaban desde 2019 metiendo el bisturí en las publicaciones de los usuarios. La misión oficial: evitar la desinformación y garantizar que la red social no se convirtiera en un vertedero de bulos. La realidad: un sistema que muchos percibimos como juez y verdugo de las opiniones incómodas.
Y ahora, en un giro que parece más un exorcismo que un cambio de estrategia, Zuckerberg reconoce que el modelo ha fallado y que la cosa se les ha ido de las manos ¡A buenas horas mangas verdes! después de vender durante años la moto de la «verificación imparcial», Meta anuncia que todo era una quimera. Ya no hay comité, ni verificadores, ni verdad certificada. Según el propio Zuckerberg, el sistema «fue demasiado lejos» y, en lugar de convertirse en un muro contra la mentira, acabó siendo una red de censura camuflada bajo el disfraz de la transparencia.
Es el momento del desmontaje. La compañía que presumía de haber creado el mejor sistema de fact-checking de la historia echa marcha atrás y decide confiar la veracidad de los contenidos al propio criterio de los usuarios. La paradoja es obvia: los mismos usuarios que antes eran sospechosos de propagar desinformación ahora tienen la llave de lo que es verdad y lo que es mentira. Un gesto que podría parecer un acto de fe en la libertad de expresión, pero resulta curioso, por no decir sospechoso, que este giro de timón coincida con la inminente llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Zuckerberg, cual camaleón corporativo, parece ajustar sus principios al color político del poder de turno. No es un secreto que Trump y sus acólitos han acusado a Meta de censurar voces conservadoras. Ahora, en un alarde de oportunismo, Zuckerberg se deshace de los verificadores, tildándolos de «demasiado parciales políticamente» y afirmando que han «destruido más confianza de la que han creado«, sin duda, pero con su tácita aprobación.
Resulta curioso, por no decir sospechoso, que este giro de timón coincida con la inminente llegada de Donald Trump a la Casa Blanca
La jugada es evidente: congraciarse con la nueva administración para asegurar la continuidad de su imperio digital. La ética y la coherencia se sacrifican en el altar del beneficio económico y la supervivencia corporativa. Este cambio de rumbo no es más que una maniobra calculada para mantener el favor del poder político y, por ende, de los millones que fluyen a las arcas de Meta.
Mientras tanto, los usuarios que hemos sufrido la censura y la mordaza de los verificadores observamos con escepticismo este repentino fervor por la libertad de expresión. La «inquisición digital» que padecemos -de momento nada ha cambiado- no se borra con un simple cambio de política. La confianza, una vez traicionada, no se recupera con declaraciones grandilocuentes ni con gestos oportunistas.
En definitiva, el anuncio de Zuckerberg no es más que una cortina de humo que intenta ocultar las verdaderas motivaciones de Meta: adaptarse al viento político que sopla desde Washington para seguir amasando fortunas, sin importar los principios ni la integridad. La libertad de expresión se convierte así en una moneda de cambio en el juego sucio del poder y el dinero.