No me digan que no es para levantarse de la silla y pedir otra taza de café bien cargado. Apenas acabábamos de digerir aquella barbaridad de que Trump quería «comprar» Groenlandia -a lo que el líder de Groenlandia dice que su pueblo no quiere ser estadounidense-, como si fuera una parcela en un resort ártico, cuando el tipo sube la apuesta un par de minutos más tarde. Esta vez apunta al Canal de Panamá y, de paso, suelta que Canadá podría ser el próximo estado número 51. Y por si eso no bastaba, al referirse al Golfo de México sugirió rebautizarlo como el «Golfo de América». Yo me reí, claro. Porque desde mi rincón, la idea de que pudiera llamarse «El Golfo de Trump» tiene un sentido muy particular, al menos en el léxico español. Golfo, ya saben, en su acepción más canalla.
Pero volvamos al Canal de Panamá, que es donde está el meollo de esta historia. Corría el año 1977 cuando los tratados Torrijos-Carter pusieron fin al control estadounidense sobre esta joya de la ingeniería, devolviéndoselo a los panameños bajo la condición de mantener su neutralidad a toda costa. Desde el año 2000, la Autoridad del Canal de Panamá (ACP) gestiona esta arteria fluvial con un rigor envidiable. Y ahí estaba yo, recordando todo esto mientras Trump, en un nuevo arrebato de grandeza, soltaba su bomba: China había tomado “control” del canal con oscuras influencias.
Lo imagino, mapa en mano, trazando círculos con un rotulador rojo como un estratega de opereta. Pero Ricaurte Vázquez Morales, director de la ACP, le respondió con calma de cirujano: “Infundado”, dijo, cortando la narrativa trumpista como quien despacha una mosca molesta. A veces, basta un gesto sereno para desmontar un drama geopolítico.
Los delirios de grandeza y los recuerdos de 1989
Ahora bien, no perdamos de vista el contexto. En 1989, bajo la excusa de derrocar al general Noriega, Estados Unidos lanzó la Operación Causa Justa y metió tanques en las calles de Panamá, dejando muertos, ruinas y la memoria amarga de una intervención disfrazada de cruzada moral. Así que, cada vez que un presidente norteamericano menciona el canal con demasiada vehemencia, es normal que los panameños sientan un escalofrío.
Trump, sin embargo, no habla de tanques. Habla de privilegios comerciales y tarifas preferenciales para los buques de bandera estadounidense. Un “trato VIP” que, llevado al extremo, podría dinamitar los principios de neutralidad que mantienen el equilibrio del canal. Y ahí estaba Vázquez, marcando la línea con diplomacia: “La neutralidad no está en venta”. Lo dijo con una elegancia que me recordó a esos discursos que parecen más espadas que palabras.
El fantasma chino en la sala
Trump tiene una fijación casi poética con China. Cada discurso suyo lleva un epílogo donde Pekín es el villano de turno, el dragón que se cuela en todos los rincones del planeta. Ahora bien, ¿tienen los chinos alguna influencia en el Canal de Panamá? Ricaurte Vázquez fue tajante: “Aquí, ni sombra de Pekín”. Sin embargo, nadie puede negar que China ha extendido sus tentáculos por América Latina con una habilidad temible, fundamentalmente para Estados Unidos. Inversiones en puertos, trenes y proyectos de infraestructura. El dragón ha dejado huella, aunque de ahí a tener el control del canal hay un abismo.
Pero Trump no es hombre de matices. Para él, un contrato de obra pública es un casus belli. Y en este teatro geopolítico, lo que importa es quién lanza la frase más rimbombante. Porque si algo sabe hacer Trump es convertir las sospechas en titulares de periódico y los rumores en certezas de X.
De Groenlandia al Golfo de Trump
Lo de Groenlandia fue un episodio digno de vodevil, y lo de Canadá… bueno, es el delirio expansionista en su máxima expresión. Pero, ¿qué decir del famoso “Golfo de América”? Me imagino la reunión donde alguien le sugirió ese cambio con cara seria, mientras yo no puedo evitar visualizar el rótulo: «El Golfo de Trump». No lo puedo evitar, soy español. Y si aquí le dices a alguien “golfo”, no estás hablando de un accidente geográfico.
Los tratados y las consecuencias
El Tratado Torrijos-Carter es más que un papel firmado en 1977. Es un símbolo de soberanía recuperada. Pretender reescribirlo es como abrir la caja de Pandora con las dos manos. Y lo peor es que Trump parece dispuesto a hacerlo, convencido de que las normas se doblan a su antojo. ¿Qué pasaría si Estados Unidos decide imponer su criterio? Litigios interminables, barcos varados y las tarifas por las nubes. Desde Japón hasta Rotterdam, el caos económico sería monumental.
Pero Trump no se preocupa por los desastres. Él siempre juega como si ya hubiera ganado antes de mover ficha.
La memoria líquida del canal
El Canal de Panamá ha visto pasar de todo: buques de guerra, espías disfrazados de turistas y hasta leyendas que surcan sus esclusas. Cuando escuché la última ocurrencia de Trump, no pude evitar pensar en la resistencia panameña. Este pueblo ha aguantado invasiones, saqueos y traiciones diplomáticas. Si alguien cree que cederán ante un Xuit presidencial, es que no conoce su historia.
Mientras tanto, yo me termino el café y dejo las redes a un lado. La reflexión es inevitable: ¿hasta dónde llegará este hombre con su ansia de grandeza? ¿Es Panamá solo un peón en su guerra comercial con China? ¿Y qué pasará cuando los demás gigantes decidan mover ficha también?
Los barcos siguen cruzando, las aguas guardan secretos y el destino de este juego de poder aún está por decidirse, veremos.