No soy de los que creen en señales ni en designios divinos. A lo largo de mi vida he aprendido que la realidad tiene más que ver con las probabilidades que con los cuentos bienintencionados. Pero hay momentos en los que, si uno se pone a atar cabos, dan ganas de empezar a creer en maldiciones o en conjuras del destino.

Todo empezó con una vacuna. Me la pusieron como a todo el mundo –hoy los políticos dicen con toda desvergüenza que voluntariamente-, una dosis más en el brazo, un pinchazo que supuestamente venía a protegerme de la peste del siglo XXI. Nada extraño hasta que, poco después, comencé a desarrollar asma. Yo, que nunca en mi vida había tenido problemas para respirar, me descubrí ahogado en mitad de la noche, tomando aire con la desesperación de quien se da cuenta de que su cuerpo ya no le pertenece. Llámenme terraplanista si quieren, conspiranoico o lo que les plazca, pero es lo que viví. Y lo que vino después hizo que todo aquello pareciera un mal menor.

Todo empezó con una vacuna. Me la pusieron como a todo el mundo, una dosis más en el brazo

Apenas me estaba acostumbrando a esta nueva realidad cuando llegó el mazazo: cáncer de colon. El diagnóstico, esas palabras frías y afiladas que salen de la boca del médico con la precisión de un verdugo, te parte en dos. No hay eufemismos que lo endulcen. Te toca, y punto. A partir de ese momento, el calendario deja de contar los días con normalidad: ya no son lunes o jueves, son cirugías, pinchazos, revisiones. Se acabaron las tonterías y las pérdidas de tiempo.

Sobreviví a la operación, aunque no sin sacrificios. Durante nueve meses llevé una ileostomía, ese agujero artificial en la tripa que te hace sentir menos humano y más máquina defectuosa. Nueve meses en los que cada comida, cada gesto, cada salida de casa requería una planificación militar. Pero la promesa de una reconstrucción y de la “muerte” del cáncer me hizo seguir adelante. Me reconstruyeron, efectivamente, y me dijeron que todo había terminado. Que volviera a mi vida, que el enemigo había sido vencido.

Mentían. O, mejor dicho, no tenían forma de saber lo que vendría después.

Seis meses más tarde, cuando empezaba a creer que podía mirar el futuro sin temor, la enfermedad reapareció. Esta vez, en un pulmón. Es difícil explicar lo que se siente cuando te dicen que el cáncer ha vuelto. Es como si un asesino que dabas por muerto regresara, esta vez con otra arma, más cruel y certera. ¿Y qué haces entonces? Pues lo de siempre: apretar los dientes, aceptar que habrá otra cirugía, otra parte de tu cuerpo que irá al cubo de la basura, otro giro en tu vida que no pediste pero que te toca asumir.

Así que aquí estamos. Hoy, Día Mundial contra el Cáncer, recibiendo quimioterapia. Y mientras el veneno recorre mis venas, recuerdo el libro que me recomendó mi oncólogo: Vida Anticáncer, de Lorenzo Cohen y Alison Jefferies. No soy de esos que se dejan llevar por libros de autoayuda o promesas de curaciones milagrosas, pero este libro tiene algo diferente. No te promete que vencerás al cáncer con dietas extravagantes o con pensamientos positivos. Te da herramientas, reales y prácticas, para afrontar esta guerra de la mejor manera posible.

Vida Anticáncer

El libro Vida Anticáncer propone una estrategia para reducir el riesgo de desarrollar cáncer y mejorar la calidad de vida de quienes lo padecen. Se basa en seis pilares fundamentales:

  1. Alimentación: Nada de dietas milagrosas ni de soluciones mágicas. Comer bien significa evitar ultraprocesados, reducir el azúcar y dar prioridad a los alimentos naturales. Nada que no supiera ya mi abuela, pero que el mundo moderno parece haber olvidado.
  2. Gestión del estrés: El cáncer no solo ataca el cuerpo, también se ensaña con la mente. El estrés es un aliado silencioso de la enfermedad, y aprender a gestionarlo es tan importante como cualquier tratamiento médico.
  3. Actividad física: No es cuestión de convertirse en un atleta, pero sí de moverse. El sedentarismo mata, y si uno quiere plantarle cara al cáncer, más vale que lo haga desde una posición de fuerza, con el cuerpo en movimiento.
  4. Redes de apoyo: Para mí, este ha sido el pilar más importante. Si algo he aprendido en estos años de batalla es que nadie lucha solo. La familia, los amigos, los médicos, incluso los desconocidos que se cruzan en tu camino y te dan una palabra de ánimo, todos forman parte de esa trinchera en la que resistes. Sin ellos, la batalla es mucho más dura.
  5. Calidad del sueño: Dormir bien es un lujo que muchos no valoran hasta que lo pierden. Y en esta lucha, el descanso es parte de la estrategia. Un cuerpo que no descansa es un cuerpo que se rinde antes de tiempo.
  6. Evitar toxinas ambientales: No podemos vivir en una burbuja, pero sí podemos minimizar nuestra exposición a productos que nos envenenan lentamente. Desde los pesticidas en los alimentos hasta los químicos en los productos de limpieza, cada pequeño cambio cuenta.

Cohen y Jefferies no venden humo. No dicen que siguiendo estos seis pilares uno evitará el cáncer o lo vencerá con facilidad. Lo que hacen es darnos armas, herramientas que nos ayuden a estar en la mejor forma posible para afrontar esta guerra. Porque de eso se trata: de luchar con todo lo que se tiene, sin falsas esperanzas pero sin rendirse antes de tiempo.

He visto caer a muchos en esta lucha. Familiares, amigos, compañeros, conocidos. Gente valiente que peleó hasta el final con todo lo que tenía. Vaya mi recuerdo este día también para ellos. Y aunque el enemigo sea implacable, hay algo que nunca podrá quitarnos: la dignidad de seguir adelante, de luchar con coraje y de aferrarnos a la vida con uñas y dientes hasta el último aliento.

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Enrique Pampliega
Con más de tres décadas dedicadas a integrar la geología con las tecnologías digitales, he desempeñado múltiples funciones en el Ilustre Colegio Oficial de Geólogos (ICOG) desde 1990. Mi trayectoria incluye roles como jefe de administración, responsable de marketing y calidad, community manager y delegado de protección de datos. He liderado publicaciones como El Geólogo y El Geólogo Electrónico, y he gestionado proyectos digitales innovadores, como la implementación del visado electrónico, la creación de sitios web para el ICOG, la ONG Geólogos del Mundo y la Red Española de Planetología y Astrobiología, ente otros. También fui coordinación del GEA-CD (1996-1998), una recopilación y difusión de software en CD-ROM para docentes y profesionales de las ciencias de la Tierra y el medio ambiente. Además de mi labor en el ICOG, he participado como ponente en eventos organizados por Unión Profesional y la Unión Interprofesional de la Comunidad de Madrid, abordando temas como la calidad en el ámbito colegial o la digitalización en el sector. También he impartido charlas sobre búsqueda de empleo y el uso de redes sociales en instituciones como la Universidad Complutense o el Colegio de Caminos de Madrid. En 2003, inicié el Blog de epampliega, que en 2008 evolucionó a Un Mundo Complejo. Este espacio personal se ha consolidado como una plataforma donde exploro una amplia gama de temas, incluyendo geología, economía, redes sociales, innovación y geopolítica. Mi compromiso con la comunidad geológica fue reconocido en 2023, cuando la Asamblea General del ICOG me distinguió como Geólogo de Honor.

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