Ha sido duro escuchar las verdades del nuevo sheriff de Washington sobre lo que piensa de Europa. Y, sinceramente, en muchos de los postulados del discurso de J.D. Vance, no puedo por menos que estar de acuerdo. El ahora vicepresidente de los Estados Unidos ha irrumpido en la Conferencia de Seguridad de Múnich como un elefante en una cacharrería, y la vieja Europa ha pasado del estupor a la indignación en cuestión de horas. La cumbre de líderes convocada por Macron para este lunes en París promete ser un intento desesperado de recomponer el ánimo de unos dirigentes a los que les han dado un bofetón sin anestesia.

El fin de la tutela: Europa, apáñatelas tú sola

El discurso de Vance comenzó con el ritual obligado de agradecimientos. Pero la cortesía duró lo que un café mal servido: pronto llegó el mensaje central. Se acabó la mamandurria de depender de EE.UU. para todo. Europa debe ponerse los pantalones y asumir que no puede seguir jugando a potencia moral sin mancharse las manos. En Washington están hartos de financiar la defensa de una Europa que sigue creyendo que la diplomacia es un club de debate y no una jungla donde el más fuerte impone las reglas.

Porque Vance no ha hablado con la melosa diplomacia de costumbre. Ha venido a recordar lo obvio: Europa ya no es el centro del mundo, depende de EE.UU. para su defensa y encima se permite el lujo de sermonear sobre valores democráticos mientras aplica censura, anula elecciones y persigue a ciudadanos por rezar en silencio en la vía pública. El cinismo europeo ha quedado expuesto sin contemplaciones. Con una claridad que desarma, Vance ha señalado la hipocresía de unos dirigentes que llevan años metidos en la burbuja de Bruselas, tomando decisiones a espaldas de sus propios ciudadanos y silenciando toda disidencia con la excusa de la «desinformación» o los «discursos de odio». Vance dejó claro que ni Rusia ni China son el problema más grave de Europa. No. La verdadera amenaza es su suicidio ideológico.

El enemigo no está fuera, sino dentro

El estadounidense ha ido más allá. Ha recordado cómo Europa, la vencedora de la Guerra Fría, ha acabado adoptando algunos de los peores vicios de los perdedores. Ha criticado la obsesión de las élites comunitarias por censurar voces incómodas, criminalizar opiniones y, en última instancia, socavar la esencia de la democracia con el pretexto de protegerla. En Múnich, los organizadores, con esa arrogancia de los que se creen dueños de la moral universal, vetaron a representantes de partidos populistas. No se puede permitir que alguien se salga del guion, no vaya a ser que el rebaño empiece a pensar por sí mismo. Para justificarlo, recurren a la palabra mágica: «desinformación». Y aquí entra la gran paradoja: se dice que Europa está en peligro porque Rusia manipula las redes sociales con cuatro anuncios mal pagados. Pero, si una democracia puede tambalearse por unos memes en Facebook, es que esa democracia no vale ni el papel en el que está escrita. Sin duda Europa se encuentra en un callejón sin salida, víctima de sus propias contradicciones y de una parálisis estructural que la ha convertido en un actor secundario en el tablero global.

El punto álgido del discurso ha llegado cuando Vance ha abordado el problema de la inmigración masiva. Sin rodeos, ha señalado que ningún ciudadano europeo votó para abrir las puertas de par en par a millones de inmigrantes sin control. No se trata de xenofobia ni de histeria colectiva, sino de un hecho objetivo: las decisiones políticas de los últimos años han provocado un caos social que ahora se intenta minimizar con eufemismos y estadísticas maquilladas. La realidad es otra: ciudades al borde del colapso, conflictos culturales en aumento y una sensación de inseguridad que crece entre la población. Vance mencionó el último atentado en Múnich, cometido por un «refugiado» conocido por la policía. Un caso más en la larga lista de ataques cometidos por jóvenes varones, «solicitantes de asilo», que agradecen la hospitalidad europea con cuchillos y furgonetas. Pero, por supuesto, nadie en el poder se atreve a hablar claro. La élite sigue vendiendo su cuento de hadas multicultural mientras la realidad les estalla en la cara.

A esto se suma el papel de los burócratas de Bruselas, que parecen más preocupados por sus discursos grandilocuentes que por tomar medidas reales. Se habla de «cohesión europea» y «valores comunes», pero en el día a día son los ciudadanos de a pie quienes pagan el precio de las decisiones políticas erradas. Mientras tanto, en Berlín y París, los líderes europeos se retuercen en reuniones de emergencia, intentando construir una narrativa con la que sofocar la indignación popular sin asumir ninguna responsabilidad real.

La invasión silenciosa: inmigración descontrolada y el miedo a decir la verdad

El problema es que, como bien ha señalado Vance, la democracia europea se encuentra en una crisis existencial. Ya no basta con ondear la bandera de los derechos humanos mientras se pisotea la libertad de expresión y se criminaliza el pensamiento disidente. Cada vez más ciudadanos desconfían de unas instituciones que parecen desconectadas de la realidad. Lo irónico es que aquellos que presumen de defender la democracia han adoptado, sin darse cuenta, algunas de las tácticas más infames de los regímenes totalitarios a los que tanto critican.

Vance ha dejado claro que la seguridad y la prosperidad europeas dependen de un cambio profundo de mentalidad. Estados Unidos no seguirá sosteniendo a un continente que se niega a asumir su propio destino. Y si Europa sigue en su empeño de censurar, de imponer discursos únicos y de castigar a quienes piensan distinto, el resultado será el mismo que hemos visto en otros imperios en decadencia: un colapso lento pero inexorable.

El mensaje final de Vance es un dardo envenenado a las élites europeas. Gobernar a espaldas del ciudadano es la receta perfecta para el desastre. La gente votó a favor del Brexit porque estaba harta de la ingeniería social de Bruselas. La gente vota por partidos populistas porque quiere recuperar el control sobre su destino. Pero los burócratas europeos, en su burbuja, siguen empeñados en ignorarlos, creyendo que con más censura y más controles van a detener la ola de descontento.

¿Quién es J.D. Vance?

Curiosamente, si hay una palabra que define a J.D. Vance, es hillbilly. Un término que, para muchos, es un insulto. Pero que, en realidad, es una marca de identidad. Hillbilly es como llaman en Estados Unidos a los blancos pobres de las montañas de los Apalaches y otras zonas rurales. Los olvidados, los que no aparecen en las películas de Hollywood, los que fueron barridos por la globalización y despreciados por la élite. Gente que ha crecido en casas de madera desvencijadas, que han visto cerrar las minas y las fábricas donde trabajaban sus padres, y que han tenido que aprender a sobrevivir en un mundo que los ha dado por perdidos.

Allá por 2018 leí el libro Hillbilly, una elegía rural, de Vance. Sin duda J.D. Vance no es un académico de despacho ni un analista de tertulia televisiva. Es un tipo que ha mamado el óxido y la desesperanza de la América profunda, la de las fábricas cerradas, los pueblos en ruinas y las familias que se desmoronan entre drogas y pobreza. Su libro no es una novela ni un ensayo, es un puñetazo envuelto en un relato autobiográfico sobre cómo se sobrevive en los márgenes del sistema, en esa América de la que todos hablan y que casi nadie conoce de verdad.

Porque en Europa nos gusta pontificar sobre los yanquis, con esa superioridad moral de quien se cree con el monopolio de la civilización. Pero luego llega un Vance, se sube al estrado y nos recuerda que el mundo no funciona como nos gustaría, sino como es. Su libro, que en su día fue leído como un testimonio desgarrador sobre la decadencia de la clase trabajadora blanca en Estados Unidos, se ha convertido con el tiempo en una clave de lectura de lo que nos viene encima. Porque en esas páginas no hay victimismo barato ni lloriqueos identitarios, sino un retrato crudo de una comunidad que se hunde y un muchacho que, a base de sangre, sudor y disciplina militar, logra escapar del fango.

La vieja Europa, con su paternalismo y su superioridad de salón, no entiende a tipos como Vance. Tampoco entendió a Trump hasta que fue demasiado tarde. Ahora, después de escuchar a Vance, va a tener que tragar quina, como decía mi abuela. Y si alguien quiere comprender de dónde sale este hombre que habla claro, que incomoda y que se ha convertido en el azote de la burocracia bienpensante, que lea Hillbilly, una elegía rural. Allí está todo. Y lo que viene después, lo veremos.

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Enrique Pampliega
Con más de tres décadas dedicadas a integrar la geología con las tecnologías digitales, he desempeñado múltiples funciones en el Ilustre Colegio Oficial de Geólogos (ICOG) desde 1990. Mi trayectoria incluye roles como jefe de administración, responsable de marketing y calidad, community manager y delegado de protección de datos. He liderado publicaciones como El Geólogo y El Geólogo Electrónico, y he gestionado proyectos digitales innovadores, como la implementación del visado electrónico, la creación de sitios web para el ICOG, la ONG Geólogos del Mundo y la Red Española de Planetología y Astrobiología, ente otros. También fui coordinación del GEA-CD (1996-1998), una recopilación y difusión de software en CD-ROM para docentes y profesionales de las ciencias de la Tierra y el medio ambiente. Además de mi labor en el ICOG, he participado como ponente en eventos organizados por Unión Profesional y la Unión Interprofesional de la Comunidad de Madrid, abordando temas como la calidad en el ámbito colegial o la digitalización en el sector. También he impartido charlas sobre búsqueda de empleo y el uso de redes sociales en instituciones como la Universidad Complutense o el Colegio de Caminos de Madrid. En 2003, inicié el Blog de epampliega, que en 2008 evolucionó a Un Mundo Complejo. Este espacio personal se ha consolidado como una plataforma donde exploro una amplia gama de temas, incluyendo geología, economía, redes sociales, innovación y geopolítica. Mi compromiso con la comunidad geológica fue reconocido en 2023, cuando la Asamblea General del ICOG me distinguió como Geólogo de Honor. En 2025 comienzo una colaboración mensual con una tribuna de actualidad en la revista OP Machinery.

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