El interés por las tierras raras en Ucrania ha crecido notablemente en los últimos tiempos, generando un sinfín de especulaciones sobre su explotación y reparto. Se han mencionado posibles acuerdos entre Donald Trump y Volodímir Zelenski, que, de concretarse, otorgarían a Estados Unidos el derecho a extraer estos minerales. Sin embargo, toda esta farsa diplomática saltó por los aires ayer en un espectáculo bochornoso en el Despacho Oval. Un Zelenski que llegó con una mano delante y otra detrás terminó encontrándose con la versión más macarra de Trump, que, sin rubor, lo humilló en público. Como en las películas de gánsteres, cuando el capo deja claro quién manda y a quién le toca callar. Resultado: acuerdo roto, futuro incierto y Rusia relamiéndose en la sombra.

El oro sucio de la guerra

Uno, si es lo bastante ingenuo o cándido, podría creerse el cuento de que la geopolítica es una cuestión de principios, derechos humanos y soberanía nacional. Pero la historia, siempre sabia, nos recuerda que el mundo sigue girando sobre los mismos goznes oxidados de siempre: poder, intereses y pasta. Y en este caso, más que de pasta, hablamos de minerales. Porque si algo ha sido Ucrania a lo largo de su desgraciada historia es un apetitoso pastel con el que se atragantan los poderosos.

Estos días, los titulares repiten como loros amaestrados la cantinela de las “tierras raras” de Ucrania. Que si Trump y Zelenski iban a repartirse el botín. Que si Estados Unidos iba a proteger la mina de oro que es este país. Pero ¿cuánto hay de cierto en esto? ¿Realmente es Ucrania un cofre lleno de neodimio y lantano esperando a ser saqueado? O más bien nos estaban vendiendo un espejismo mientras los de siempre se quedaban con el premio gordo. Ahora que el acuerdo ha volado por los aires, la pregunta es: ¿quién recoge los pedazos?

Tierras raras: ni tan raras, ni tan ucranianas

Empecemos por lo básico. Las tierras raras no son ni tan escasas ni tan exclusivas de Ucrania. Las tierras raras no son realmente “tierras”, sino un grupo muy variado de elementos químicos y tampoco son tan escasos en la Tierra, ya que algunos son bastante abundantes (el cerio, por ejemplo, es el elemento 25º en la tabla de abundancia en la corteza terrestre, parecido al cobre). El nombre de tierras es heredado, porque en la historia de la química, a los óxidos se les llamaba tierras y a este grupo de elementos se les quedó pegado el nombrecito.

Se ha dado el nombre de tierras raras al conjunto de 17 elementos químicos: escandio, itrio y los 15 elementos del grupo de los lantánidos (lantano, cerio, praseodimio, neodimio, prometeo, samario, europio, gadolinio, terbio, disprosio, holmio, erbio, tulio, iterbio y lutecio).  El escandio y el itrio se incluyen entre las tierras raras porque aparecen frecuentemente mezclados con los lantánidos en los mismos yacimientos.

Si alguien cree que las tierras raras son un capricho geológico sin mayor trascendencia, más le vale repasar sus apuntes de química y tecnología. Porque sin esos elementos de nombres impronunciables, el mundo moderno se caería a pedazos como un castillo de naipes. El samario, por ejemplo, hace posible que los motores eléctricos no sean trastos pesados e ineficaces, gracias a unos imanes permanentes que desafían el sentido común y las leyes de la física. Mientras tanto, el iterbio y el terbio son los responsables de que los ordenadores de hoy no sean monstruos de varios kilos como en los años ochenta, sino pequeñas maravillas que caben en un bolsillo y almacenan más información que toda la Biblioteca de Alejandría.

¿Las pantallas planas que sustituyeron a aquellos vetustos tubos de rayos catódicos que ocupaban medio mueble del salón? Ahí tienen a los sospechosos habituales: europio e itrio, los alquimistas de los colores vivos. Si lo que les preocupan son aleaciones metálicas con propiedades casi mágicas, apunten cerio y erbio. Y si les gusta jugar con rayos láser, ya sea en cirugía, industria o en el garaje de un lunático con aspiraciones de James Bond, entonces incluyan en la ecuación al neodimio y el holmio.

Por cierto, el neodimio no solo sirve para eso. También tiñe cristales con una delicadeza que haría palidecer al mismísimo Murano y protege la vista de los soldadores absorbiendo la luz ámbar del arco voltaico. Y aún hay más: los astrónomos lo emplean para calibrar sus espectrómetros, porque en el fondo, sin estas tierras raras, tampoco podríamos mirar al cielo con la precisión que hoy damos por sentada. De hecho, ciertos cristales que contienen neodimio se emplean en la fabricación de rubíes sintéticos usados en láseres de radiación infrarroja. El YAG, el YLF, el YVO… siglas que suenan a jerga de laboratorio, pero que sostienen avances médicos y tecnológicos que van desde la odontología hasta la microcirugía.

¿Y los imanes permanentes? Ah, amigos, ahí sí que juega en la primera división. Los Nd₂Fe₁₄B, con su nombre de conjuro arcano, son el músculo de auriculares, altavoces, discos duros y sensores. Más baratos y potentes que los viejos imanes de samario-cobalto, son los responsables de que la tecnología de consumo funcione con precisión de reloj suizo.

Pero no se engañen: las tierras raras no están solo en lo que vemos y tocamos. Están donde menos lo imaginamos, en las entrañas del sistema industrial moderno. En las refinerías de petróleo, en la superconductividad de ciertos materiales cerámicos, en fibras ópticas que transmiten datos a la velocidad de la luz, en baterías nucleares, refrigeración avanzada, almacenamiento de energía y hasta en tubos de rayos X y microondas. En resumen, están en todas partes. Y sin ellas, volveríamos a la edad del bronce con la misma rapidez con la que hoy damos un clic en nuestro móvil sin pensar en qué demonios lo hace funcionar.

Visto lo anterior, China, que tonta no es, lleva décadas dominando este mercado, no porque tenga todas las reservas, sino porque está dispuesta a comerse la mierda tóxica que supone extraerlas. En cambio, en Occidente preferimos presumir de ecologistas y comprarle a Pekín los materiales que hacen funcionar nuestras industrias, con el añadido de que ellos imponen los precios y nosotros tragamos. Así es el juego.

Entonces, si China manda en este negocio, ¿qué demonios pintaban Trump y Zelenski negociando tierras raras? La respuesta es sencilla: humo. Un espejismo para despistar a la prensa, a los incautos y a los ingenuos que aún creen en la narrativa oficial. Porque el verdadero botín de Ucrania no son las tierras raras, sino todo lo demás. Y ahora, ni siquiera eso.

Ucrania: el tesoro de Europa

Si de algo está bien surtida Ucrania, es de recursos naturales. Manganeso, titanio, litio, uranio, cobre… Un catálogo de riquezas que haría salivar a cualquier potencia. Para colmo, tiene la famosa tierra negra o “Chernozem”, una palabra de raíz rusa que une chorniy, negro, y zemlya, tierra. Un suelo tan rico en humus y carbono que bastaría con rascarlo con las uñas para notar la vida que lleva dentro, sin duda el mejor suelo agrícola de Europa, que ya en tiempos de Hitler era un objeto de deseo. En la Segunda Guerra Mundial, los nazis cargaban trenes enteros con tierra ucraniana para fertilizar sus campos. Algo sabían los alemanes sobre el valor de este lugar. El área agrícola utilizada cubre el 70% de las tierras de cultivo, o cerca de 42 millones de hectáreas, y es capaz de alimentar a 500 millones de personas. Ese es el auténtico tesoro de Ucrania. No el petróleo, no el gas, ni siquiera las tierras raras que tanto ansían en Washington, Moscú y Pekín.

Y aquí viene la clave: los recursos ucranianos más jugosos, los que realmente importan, están en las zonas ocupadas por Rusia. Donetsk, Lugansk, Zaporiyia… Todos esos nombres que suenan en los telediarios como escenarios de bombardeos son, en realidad, minas de oro mineral. Y si la guerra en Ucrania se prolonga es, entre otras cosas, porque hay demasiado en juego como para que la historia termine con un simple armisticio. Ahora, con Zelenski sin padrinos y con Trump cerrándole la puerta en las narices, no hace falta ser un genio para adivinar quién está ganando la partida.

Trump, Putin y el gran timo mineral

Zelenski puede firmar los pactos que quiera, pero si buena parte de los minerales estratégicos de Ucrania están bajo control ruso, ¿qué demonios iba a repartir con Estados Unidos? Es como negociar la compra de un coche que no es tuyo. Y ahora que Trump lo ha dejado en la estacada, la realidad es que el único con capacidad de negociar algo en serio es Vladímir Putin. ¿Acaso alguien cree que Rusia va a ceder sin sacar tajada? A otro perro con ese hueso.

Para añadir más picante al asunto, resulta que Rusia, en una jugada de ajedrez geopolítico, le ha ofrecido a Estados Unidos acceso a sus propias tierras raras y a las de las regiones ocupadas en Ucrania, de traca. Un movimiento que, como siempre, deja a Zelenski como mero espectador en una partida donde los grandes jugadores deciden por él.

Europa: la gran ausente

Mientras Trump y Putin se reparten las cartas y China espera su turno, Europa sigue en su letargo habitual, un continente desnortado que ni está ni se le espera. Si alguna vez tuvo relevancia en la geopolítica global, hace tiempo que la perdió, atrapada en su burocracia infinita y sus discursos llenos de palabras vacías.

Francia, con Emmanuel Macron al timón, es el ejemplo perfecto de la decadencia. Un presidente que se cree Napoleón pero que no manda ni en su propio país. Con una popularidad que se desmorona como un castillo de naipes, sus gestos diplomáticos no impresionan a nadie. Al otro lado del canal, el Reino Unido, que decidió irse de la UE para ser más independiente, sigue tan irrelevante como siempre, con un primer ministro que parece sacado de una película de bajo presupuesto.

Europa, que antaño dictaba las normas del juego, hoy no es más que una sombra de sí misma. Incapaz de tomar decisiones estratégicas, solo reacciona cuando la realidad le estalla en la cara. Y mientras en Washington, Moscú y Pekín juegan a la geopolítica de verdad, Bruselas sigue redactando informes y organizando cumbres que no sirven para nada.

Eso sí, en un arrebato de audacia, la Comisión Europea tuvo a bien presentar en marzo de 2023 un borrador de normativa sobre materias primas críticas minerales. Con la firme intención de reducir la dependencia de terceros y alcanzar una autonomía geológico-minera, se propusieron objetivos ambiciosos para 2030: extraer el 10% de las materias primas críticas desde el propio territorio de la UE, procesar el 40% de la demanda, reciclar el 25% de los residuos minerales y asegurarse de que no más del 65% de cada materia prima provenga de un único país extranjero.

Un plan prometedor, sin duda. Lástima que, como suele ocurrir con las iniciativas de Bruselas, la diferencia entre los objetivos y la realidad tienda a ser abismal. Mientras tanto, China, Rusia y Estados Unidos siguen jugando su partida, y Europa sigue convencida de que con buenas intenciones y normativa burocrática va a recuperar el tiempo perdido. Buena suerte con eso.

El botín de guerra

Al final, lo que está en juego en Ucrania es algo más que su soberanía o su futuro político. Es un mercado de recursos naturales que despierta el apetito de todas las grandes potencias. Mientras tanto, los ucranianos siguen pagando el precio en sangre y miseria, mientras los acuerdos secretos se firman en despachos lujosos con copas de brandy y sonrisas ensayadas.

Porque, al final, la geopolítica no es más que la versión moderna de la piratería. Los barcos ya no llevan velas negras ni cañones, pero los corsarios siguen siendo los mismos. Trump le cerró la puerta en la cara a Zelenski, y Putin está esperando en la otra acera con una oferta que el ucraniano ya no podrá rechazar. La guerra, como siempre, no la gana el que más se victimiza, sino el que mejor juega sus cartas. Y en esta partida, Zelenski acaba de perder la mano.

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Enrique Pampliega
Con más de tres décadas dedicadas a integrar la geología con las tecnologías digitales, he desempeñado múltiples funciones en el Ilustre Colegio Oficial de Geólogos (ICOG) desde 1990. Mi trayectoria incluye roles como jefe de administración, responsable de marketing y calidad, community manager y delegado de protección de datos. He liderado publicaciones como El Geólogo y El Geólogo Electrónico, y he gestionado proyectos digitales innovadores, como la implementación del visado electrónico, la creación de sitios web para el ICOG, la ONG Geólogos del Mundo y la Red Española de Planetología y Astrobiología, ente otros. También fui coordinación del GEA-CD (1996-1998), una recopilación y difusión de software en CD-ROM para docentes y profesionales de las ciencias de la Tierra y el medio ambiente. Además de mi labor en el ICOG, he participado como ponente en eventos organizados por Unión Profesional y la Unión Interprofesional de la Comunidad de Madrid, abordando temas como la calidad en el ámbito colegial o la digitalización en el sector. También he impartido charlas sobre búsqueda de empleo y el uso de redes sociales en instituciones como la Universidad Complutense o el Colegio de Caminos de Madrid. En 2003, inicié el Blog de epampliega, que en 2008 evolucionó a Un Mundo Complejo. Este espacio personal se ha consolidado como una plataforma donde exploro una amplia gama de temas, incluyendo geología, economía, redes sociales, innovación y geopolítica. Mi compromiso con la comunidad geológica fue reconocido en 2023, cuando la Asamblea General del ICOG me distinguió como Geólogo de Honor. En 2025 comienzo una colaboración mensual con una tribuna de actualidad en la revista OP Machinery.

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