No es ninguna sorpresa que el ejercicio Steadfast Dart 25 haya copado las páginas de esta edición de la Revista Española de Defensa. La OTAN, con su inexorable máquina de guerra, ha desplegado 10.000 efectivos en Bulgaria, Grecia y Rumanía para demostrar que el Atlántico sigue vigilando a Rusia con el dedo en el gatillo -hasta que Trump decida, claro-. A los nuestros les ha tocado aportar 3.200 militares, buques, aeronaves y vehículos. Una operación que no es moco de pavo y que, sin duda, tiene su miga si uno quiere entender el rumbo beligerante que han marcado los que mueven los hilos.

Junto a esto, la ministra Robles ha hecho su gira de rigor por los destacamentos de Rumanía y Turquía, lanzando mensajes de compromiso y hermandad entre aliados. Un gesto político que, visto con la lupa del pragmatismo, nos deja en la tesitura de siempre: servir de carne de cañón cuando la situación lo requiera.

Historia: Cuando éramos temidos

Pero si algo ha capturado mi atención en este número de la revista ha sido la sección de historia, que nos recuerda de dónde venimos. Entre sus joyas, el 500 aniversario de la Batalla de Pavía. Aquella gesta en la que los tercios españoles, a punta de pica y arcabuz, hicieron trizas al poder francés y dejaron a Francisco I clamando desde su celda que todo estaba perdido. Una victoria que cimentó la hegemonía española en Europa durante más de un siglo y que, por alguna razón, nos empeñamos en olvidar mientras otros glorifican sus desastres.

No fue solo un triunfo militar, fue una demostración de que el modelo de guerra española, basado en la disciplina, la capacidad de maniobra y la determinación de sus soldados, era imbatible. Mientras otras naciones se aferraban a la caballería pesada, nuestros tercios manejaban con maestría la combinación de piqueros, arcabuceros y espaderos en un despliegue letal que descolocó a los orgullosos franceses. Y allí, en el lodazal de Pavía, no solo se ganó una batalla, sino que se consolidó un dominio militar que haría temblar a Europa durante más de un siglo.

No podemos dejar de mencionar la importancia de la Infantería de Marina española, la más antigua del mundo. Desde sus inicios en el siglo XVI hasta su papel en conflictos recientes, estos soldados han representado la esencia del espíritu combativo español. Un cuerpo que ha sabido adaptarse a los tiempos, pero que aún conserva ese aire de hidalguía que lo hace temible en cualquier escenario de combate.

Otro artículo que merece la pena es el que rinde homenaje al general Ibáñez e Ibáñez de Ibero, militar y geodesta de fama internacional, cuya contribución a la ciencia fue clave para la Asociación Geodésica Internacional. Porque también hubo un tiempo en que el genio militar español no solo se medía en campos de batalla, sino en avances científicos que ponían a España en la vanguardia del conocimiento.

El legado de Ibáñez e Ibáñez de Ibero va más allá de la simple cartografía. Su trabajo permitió la unificación de los sistemas de medida en Europa, una hazaña que, aunque no tenga el estruendo de un cañón o el fragor de una carga de caballería, cambió para siempre la manera en que el mundo se entiende a sí mismo. Y como siempre, España lo dio al mundo sin pedir nada a cambio, con esa generosidad suicida que nos caracteriza.

Industria y tecnología: Preparando la guerra del futuro

El Ministerio de Defensa también nos cuenta sus planes para dotar a nuestras tropas con escudos digitales contra drones y avanzar en la estrategia cuántica de la OTAN. Palabras mayores para una guerra que ya no se pelea solo con fusiles, sino con algoritmos, inteligencia artificial y ataques cibernéticos que pueden poner de rodillas a cualquier país sin disparar una bala. No hace mucho comentaba en este rincón de la red sobre la guerra multidominio y mosaico.

La lucha contra drones hostiles es una prioridad. Se habla de sistemas de interferencia y neutralización capaces de derribar estos ingenios sin necesidad de un solo disparo. También se menciona la posibilidad de escudos electrónicos que bloqueen las señales de control de los drones enemigos y los dejen flotando como cacharros inofensivos en el aire. Si bien la guerra sigue dependiendo de la infantería y los blindados, el futuro pinta más tecnológico que nunca.

El Ejército español también está trabajando en la modernización de su flota de carros de combate, incluyendo mejoras en el Leopard 2E. Con blindajes mejorados y sistemas de detección avanzados, estos tanques seguirán siendo una pieza clave en cualquier enfrentamiento terrestre.

Los sistemas de misiles de nueva generación, como el misil SPIKE LR2, están siendo evaluados para su integración en nuestras fuerzas armadas. Con mayor alcance y precisión, estas armas suponen un avance crucial en la capacidad de ataque y defensa de nuestro país.

Por otro lado, la OTAN ha puesto la mirada en la computación cuántica. No es ciencia ficción: se trata de desarrollar una capacidad de procesamiento de datos tan rápida y avanzada que permita descifrar códigos de comunicación en cuestión de segundos o diseñar sistemas de encriptación imposibles de vulnerar. En una era en la que la información es poder, este tipo de tecnología marcará la diferencia entre ganar y perder una guerra antes incluso de que comience.

En los laboratorios de investigación, también se están desarrollando sistemas de camuflaje adaptativo basados en nanotecnología. La idea es simple: un soldado o un vehículo podría cambiar de color y mimetizarse con el entorno en tiempo real, dificultando su detección. Si se perfecciona esta tecnología, estaríamos ante un cambio de paradigma en la guerra moderna.

Échale un ojo a la Revista Española de Defensa

Esta revista nos recuerda que la guerra nunca se ha ido, solo ha cambiado de forma. Mientras los de siempre deciden dónde y cuándo tocará jugarse el pellejo -nosotros, ellos no-, aquí seguimos, como hace quinientos años en Pavía, ¿listos para la refriega?. Aunque a diferencia de entonces, ya no nos guía un monarca con ansias de imperio, sino burócratas que reparten discursos desde sus despachos. Veremos cuánto dura la farsa antes de que nos toque poner otra vez el pecho en primera línea.

Por cierto, esta revista está disponible de forma gratuita en formato PDF, una oportunidad para que cada uno saque sus propias conclusiones sobre el estado de nuestra defensa. Y tú, lector, ¿qué opinas? ¿Tenemos una capacidad de defensa a la altura de los tiempos, o seguimos anclados en la retórica vacía mientras otros hacen sus deberes?

Balas ecológicas y cañones con perspectiva de género

Ahora permíteme, querido lector, que me esbocarre un poco a cuenta de los eufemismos de nuestro políticos. Hace siglos, la guerra era la guerra. Se llamaba así y punto. Uno armaba a sus soldados, los enviaba al frente y, si tenía suerte, volvía con más territorio, menos enemigos y un par de cicatrices de las que presumir en la taberna. Pero ahora no. Ahora resulta que no nos estamos rearmando, sino dando «un salto tecnológico”. No fabricamos bombas, desarrollamos “sistemas de protección integral para la paz”. No compramos tanques, invertimos en “plataformas de movilidad táctica con impacto reducido en la huella de carbono”. Y no reclutamos soldados, apostamos por la “igualdad en el acceso a la defensa”. Hay que joderse.

El arte de disfrazar lo obvio es una de las grandes especialidades de nuestra clase política. A ver si lo entienden: los cañones están para disparar y escabechar al enemigo. Las balas, para agujerear al enemigo. Y un ejército, si se gasta el dinero en armamento, es porque, llegado el caso, habrá que usarlo. No hay más. Pero no, en esta España nuestra donde la neolengua avanza más rápido que el sentido común, nadie se atreve a decir las cosas como son. Aquí no gastamos dinero en armas, sino en “garantizar la seguridad en entornos dinámicos y cambiantes”. No fortalecemos la defensa, sino que “protegemos los valores de la democracia”. Y cuando nos toque entrar en guerra –que nos tocará, porque la historia es una cabrona cíclica–, seguramente hablaremos de “intervenciones estratégicas en defensa de los derechos humanos”.

Claro, todo esto hay que pagarlo. Y como de algún sitio hay que sacar el dinero, pues saldrá de donde siempre: de los impuestos de los españolitos, de los recortes en sanidad y educación, o de la deuda pública que algún día acabarán pagando nuestros nietos. Pero como eso suena feo, nos lo envuelven con un lacito de resiliencia, sostenibilidad y perspectiva de género, no vaya a ser que alguien se sienta ofendido por la idea de que los fusiles y los morteros sigan funcionando como lo han hecho desde que el primer cavernícola descubrió que una piedra en la cabeza es un argumento bastante convincente.

No deja de tener su gracia que un gobierno que presume de pacifista acabe firmando contratos millonarios con la industria armamentística mientras nos vende el cuento de que nuestras armas son más humanas, más verdes, más progresistas. Al paso que vamos, cualquier día veremos comunicados oficiales anunciando la fabricación de misiles inclusivos, bombas con baja huella de carbono y proyectiles biodegradables. Quizá hasta un fusil de asalto que funcione con energía solar y disparos veganos. Todo en nombre de la paz, por supuesto.

Pero la realidad es terca, y cuando los tambores de guerra suenan, poco importan los discursos. En el momento en que la OTAN nos llame a filas, cuando las balas empiecen a volar y la única resiliencia que importe sea la del chaleco antibalas, ya veremos qué dice nuestro gobierno. Porque los mismos que hoy se llenan la boca con frases rimbombantes y eufemismos de oficina serán los que mañana tendrán que enviar soldados a donde haga falta. Y entonces, cuando toque pelear, igual descubren que lo de la perspectiva de género no detiene los obuses y que el cambio climático no es el mayor problema cuando tienes un dron enemigo sobrevolando tu posición.

Así que, en vez de tanto palabreo hueco, harían bien en decir las cosas como son. Porque un país que tiene ejército potente y preparado dispone de un argumento de disuasión perfecto y, llegado el momento, si hay que usarlo, se usa. Y si no queremos ser unos peleles cuando llegue ese día, mejor que dejemos de inventarnos cuentos para niños y asumamos que la guerra, cuando llega, no pregunta por la sostenibilidad ni la inclusión. Solo distingue entre los que están preparados y los que acaban enterrados.

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Enrique Pampliega
Con más de tres décadas dedicadas a integrar la geología con las tecnologías digitales, he desempeñado múltiples funciones en el Ilustre Colegio Oficial de Geólogos (ICOG) desde 1990. Mi trayectoria incluye roles como jefe de administración, responsable de marketing y calidad, community manager y delegado de protección de datos. He liderado publicaciones como El Geólogo y El Geólogo Electrónico, y he gestionado proyectos digitales innovadores, como la implementación del visado electrónico, la creación de sitios web para el ICOG, la ONG Geólogos del Mundo y la Red Española de Planetología y Astrobiología, ente otros. También fui coordinación del GEA-CD (1996-1998), una recopilación y difusión de software en CD-ROM para docentes y profesionales de las ciencias de la Tierra y el medio ambiente. Además de mi labor en el ICOG, he participado como ponente en eventos organizados por Unión Profesional y la Unión Interprofesional de la Comunidad de Madrid, abordando temas como la calidad en el ámbito colegial o la digitalización en el sector. También he impartido charlas sobre búsqueda de empleo y el uso de redes sociales en instituciones como la Universidad Complutense o el Colegio de Caminos de Madrid. En 2003, inicié el Blog de epampliega, que en 2008 evolucionó a Un Mundo Complejo. Este espacio personal se ha consolidado como una plataforma donde exploro una amplia gama de temas, incluyendo geología, economía, redes sociales, innovación y geopolítica. Mi compromiso con la comunidad geológica fue reconocido en 2023, cuando la Asamblea General del ICOG me distinguió como Geólogo de Honor. En 2025 comienzo una colaboración mensual con una tribuna de actualidad en la revista OP Machinery.

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