Es un día cualquiera cuando uno se encuentra con un libro como Geohispanidad. Lo abres como si fuera un tomo más, otro mamotreto de geopolítica lleno de gráficas y palabras altisonantes, y te das de bruces con un estandarte. A lo largo de sus seiscientas páginas —que no se leen, se beben como una bota de vino fuerte al raso—, Pedro Baños te recuerda quién eres, de dónde vienes, y lo más importante: hacia dónde podrías ir si tuvieras un par de narices.
Baños no escribe, desenvaina. En lugar de párrafos, lanza mandobles. Y lo hace sin pedir permiso, con la firmeza de quien ha estado en cuarteles, ha olido a hierro oxidado y sabe que en la guerra de ideas también hay bajas. Porque este libro es, en el fondo, un desafío. Una proclama que empieza con una pregunta que parece ingenua, pero que es dinamita: ¿Y si todos los hispanos volviéramos a ser uno?
¿Qué peso tendría en el mundo un bloque unido de quinientos millones de hispanohablantes?
La pregunta, en apariencia académica, encierra toda una carga de profundidad. ¿Qué peso tendría en el mundo un bloque unido de quinientos millones de hispanohablantes? ¿Qué influencia tendría en la economía, en la cultura, en la política internacional? ¿Qué pasaría si, por una vez, dejáramos de mirar al norte con complejo y nos miráramos entre nosotros con respeto? Baños no responde con florituras. Se remanga y contesta con datos, historia y verdad.

Porque, no se engañe el lector, Geohispanidad no es una ensoñación nostálgica de carlistas trasnochados ni una exaltación romántica del pasado imperial. Es, por el contrario, un análisis riguroso, apoyado en cifras, hechos y contextos, sobre lo que fuimos y lo que podríamos volver a ser. Y, sobre todo, una denuncia descarnada de cómo y por qué nos deshicieron.
Baños, que no es precisamente un monaguillo, planta cara a la Leyenda Negra con la entereza de un oficial que ha visto pasar demasiadas mentiras por delante del despacho. Desmonta, sin concesiones, ese cuento anglosajón según el cual los españoles fuimos los bárbaros del mundo, los genocidas del Nuevo Continente, los villanos de la historia global. Y lo hace con la pluma y el dedo acusador apuntando, cómo no, hacia Londres y Washington.
Porque si hubo un genocidio, dice Baños, no lo perpetraron los nuestros. El imperio español, con todos sus errores y contradicciones, con sus abusos y su codicia —como todo imperio, como toda empresa humana— no fue una maquinaria de exterminio, sino una civilización expansiva, integradora, constructiva. Ahí están las universidades fundadas en América antes que en muchas capitales europeas, las ciudades, los sistemas jurídicos, los caminos, las catedrales, las gramáticas. Ahí está, sobre todo, la mezcla.
Y este es uno de los puntos más emocionantes del libro: la reivindicación del mestizaje como virtud, no como defecto. Mientras otros imperios segregaban, apartaban, clasificaban a los pueblos conquistados como razas inferiores, España mezcló su sangre con la de los pueblos originarios. No por filantropía, sino porque lo nuestro no fue una invasión, fue una fusión. Y el resultado no fue un imperio racial, sino un continente mestizo. Un milagro cultural que aún hoy, cinco siglos después, late en las venas de buena parte de este mundo.
Leer Geohispanidad es volver a creer que aún se puede ser español sin complejos, hispano sin pedir perdón
Pero el libro no se queda en lo que fuimos. Lo mejor, lo más bravo, es lo que plantea que podemos llegar a ser. Baños no se contenta con contarnos la historia; nos lanza al futuro como quien arroja un guante a la cara del destino. ¿Por qué no soñar —dice— con una comunidad hispánica fuerte, cohesionada, capaz de plantar cara a los gigantes del siglo XXI? ¿Por qué no articular una unión económica, política, cultural que dé voz a los hispanos en el mundo globalizado?
Y aquí, hay que decirlo, se vuelve casi quijotesco. Pero en el mejor sentido del término. Porque el suyo no es un delirio de iluminado, sino una lucidez que incomoda. Como el loco de la Mancha, Baños no propone imposibles: propone lo que todos ven y nadie se atreve a imaginar. Lo que nos falta no son recursos —tenemos de sobra—, ni población —medio planeta habla nuestra lengua—, ni historia común —que la tenemos, y bien marcada—. Lo que nos falta, y esto lo repite como un eco de guerra, es voluntad.
Una voluntad que él mismo pone sobre la mesa, sin esperar que otros lo hagan. En los capítulos finales, Baños se atreve a bosquejar un modelo de integración hispana. Puede ser una Commonwealth hispana, una confederación, un mercado común, lo que se quiera. La forma, dice, no importa tanto como el fondo. Lo que cuenta es que dejemos de actuar como si fuéramos pequeños países sin más destino que ser peones de otros. Porque si seguimos por ese camino, seremos explotados por China, por Estados Unidos, por Rusia o por quien tenga el látigo más largo. Pero si nos unimos, si tejemos alianzas entre iguales, si recuperamos la conciencia de civilización común, entonces seremos jugadores. No peones.
Y no se crean que Baños se refugia en la política. No. El suyo es un llamamiento cultural. Habla de televisión, de libros, de lengua, de religión incluso. Porque sabe, como sabían los viejos imperios, que una civilización no se sostiene solo con ejércitos y tratados, sino con símbolos, con mitos compartidos, con valores que se transmiten de padres a hijos. Por eso insiste en rescatar la Hispanidad no como un vestigio del pasado, sino como una propuesta para el presente. Una alternativa al nihilismo posmoderno, al individualismo consumista, al globalismo desarraigado.
En ese sentido, Geohispanidad es también un libro profundamente incómodo. A los progresistas les parecerá reaccionario. A los liberales, estatista. A los nacionalistas, imperialista. Pero Baños no está aquí para agradar. Está para despertar. Para sacudir conciencias. Para recordar que, aunque nos lo hayan robado todo —el oro, la memoria, la autoestima— aún tenemos algo que nadie puede quitarnos: la lengua, la cultura, la historia común. Y eso, si se cultiva, puede volver a ser pólvora.
Confieso que he cerrado este libro con un nudo en la garganta y una sonrisa en los labios. El nudo, por todo lo que fuimos y dejamos perder. La sonrisa, por saber que hay aún quienes no se rinden. Y Baños es uno de ellos. Un viejo soldado con alma de cronista. Un español de los que se visten por los pies, de los que no pedían disculpas por existir. Un hombre que, con sus libros, sus vídeos, sus intervenciones públicas, se ha convertido en una trinchera viva de la razón hispánica. Algo que incomoda y jode, de ahí la retahíla de odiadores que buscan el menor de sus yerros. Yerros ciertos o inventados, todo sirve de munición al hater.
Sólo falta decidir si seguimos arrastrándonos o trazamos el rumbo de vuelta al lugar que nunca debimos perder
No es el primer libro suyo que leo. Tampoco será el último. Porque leer a Pedro Baños es volver a creer que, en medio del caos posmoderno, aún se puede ser español sin complejos, hispano sin pedir perdón, ciudadano de una cultura milenaria que tiene mucho que decir en el mundo por venir.
Por eso recomiendo Geohispanidad. No por lo que enseña —que es mucho—, sino por lo que provoca. Porque uno no termina este libro siendo el mismo. Al cerrarlo, uno quiere alzar la voz en español, caminar por América como por su casa, mirar al pasado con orgullo y al futuro con esperanza. Y eso, en los tiempos que corren, es casi un acto revolucionario.
Baños nos ha dado un mapa. Nos corresponde a nosotros decidir si queremos seguir arrastrándonos por las cunetas del mundo o si nos atrevemos, de una vez, a trazar el rumbo de vuelta al lugar que nunca debimos perder. Al fin y al cabo —como él mismo recuerda—, si Cortés, Pizarro, Orellana o Cabeza de Vaca lo hicieron, nosotros, sus herederos, no tenemos excusa.