Hace unos años, en 2008, escribí un artículo con olor a humo y desesperanza. Hablaba del miedo. Del miedo cotidiano, del que no sale en las noticias, del que se esconde en la mirada baja del tipo que viaja en metro con la nómina tiritando en el bolsillo. Aquel miedo que se colaba en nuestras vidas con la suavidad pegajosa del humo de un cigarro en una habitación cerrada. No mataba de inmediato, pero lo iba dejando todo impregnado de angustia. Entonces el miedo era al despido, al banco, a la letra de la hipoteca.
Hoy, sin embargo, nos lo sirven en bandeja desde Bruselas. Envasado al vacío, con su código QR y su manual de instrucciones. La Comisión Europea, oráculo moderno del apocalipsis, acaba de presentar su “estrategia de preparación ante grandes crisis”. Así, con mayúsculas. Y no se crean que lo dicen con dramatismo: lo sueltan con la naturalidad del que te recomienda comprar paraguas porque va a llover sangre.
Se trata, según dicen, de anticiparse a lo que viene: pandemias, guerras, atentados, colapsos energéticos, apagones, catástrofes naturales, políticos, accidentes nucleares. A este paso, solo falta que incluyan un brote de zombis o la resurrección de Franco -en ello se anda-.
Y la solución, la gran estrategia de los seres de luz de traje gris que rigen los destinos de Europa, es que usted y yo tengamos en casa reservas para aguantar 72 horas sin ayuda externa. Tres días. Agua, alimentos no perecederos, medicamentos, papel higiénico -este que no falte-, baterías. Poco más. Ni una mención a reforzar infraestructuras, a blindar hospitales, a coordinar fuerzas civiles. Nada de Estado. Solo la idea de que te las apañes como puedas, con tu mochila de supervivencia y tu linterna.
No sé ustedes, pero a mí este tipo de mensajes me huelen a pólvora húmeda. No por lo que dicen, sino por lo que insinúan. Nos están entrenando para obedecer en silencio. Para asumir que el desastre es inevitable. Que no habrá nadie al otro lado del teléfono. Que lo mejor es tener pilas y callarse -véase lo sucedido en Valencia hace muy poco-.
Porque el miedo, ya lo dije entonces y lo repito ahora, no mata al principio. Se instala. Se infiltra. Se acomoda en las rendijas del alma y convierte a hombres y mujeres libres en cobardes organizados. El miedo es el arte de la sumisión voluntaria. El bozal sin correas. La trinchera que uno cava con sus propias manos. Y, lo peor, es que funciona.
Lo vi hace quince años, cuando la gente dejaba de emprender por miedo al fracaso. Lo vi en oficinas donde la creatividad moría estrangulada por la prudencia, donde nadie abría la boca por temor a equivocarse. Hoy lo veo en padres que no protestan aunque la escuela se caiga a pedazos. En ciudadanos que aceptan precios, impuestos y decisiones que les joden la vida con una resignación casi oriental. El miedo es eso. Una plaga sin vacuna.
La diferencia es que ahora lo recomiendan desde arriba. Nos dan la receta con una sonrisa de tecnócrata y nos invitan a meterla en una mochila. Mientras tanto, los que mandan se pasean entre cumbres y gabinetes blindados, protegidos por escoltas, expertos y redes de seguridad. Ellos nunca pasarán hambre, ni sed, ni frío. Usted sí.
¿Y qué hacemos nosotros? Compramos pilas. Llenamos el carrito del súper con conservas y más papel higiénico. Le decimos a los niños que no se preocupen, que “es por si acaso”. Y con ese “por si acaso” vamos hipotecando nuestra libertad. Porque un pueblo con miedo no protesta, no discute, no se levanta. Solo sobrevive.
Y yo, francamente, me niego a sobrevivir. Prefiero vivir, aunque me equivoque. Prefiero decidir, aunque me cueste. Prefiero ser libre con hambre, que esclavo con botiquín de primeros auxilios.
Decálogo para enfrentar el miedo sin pedir permiso
- No compres miedo envuelto en papel institucional.
Si parece precaución, pero huele a control, es miedo. - Desconfía del que te dice que es “por tu bien”.
Siempre hay alguien que se enriquece mientras tú te escondes. - Prepárate, sí, pero no te encierres.
Un hombre prevenido vale por dos, pero uno aterrorizado no vale para nada. - El miedo no es excusa para dejar de pensar.
Si no dudas, ya has perdido. - Recuerda que los gobiernos también se equivocan.
A veces por incompetencia. Otras, por diseño. - La libertad no cabe en una mochila de 72 horas.
No lo olvides nunca. - No te acostumbres a la alarma.
Vivir con el sobresalto constante es dejar de vivir. - Lee, estudia, discute.
La ignorancia es el mejor aliado del miedo. - Comparte. Habla. No te aísles.
Los que vencen el miedo no lo hacen solos. - Y sobre todo: manda al carajo al miedo cada mañana.
Sin excusas. Sin rituales. Solo con dignidad.
Europa se está preparando para el fin del mundo. Pero no nos dice cómo evitarlo, sino cómo aceptarlo. Y eso, amigos míos, es el triunfo del miedo.
La pregunta sigue siendo la misma que me hice en 2008: ¿Quién maneja tu vida? ¿Tú… o tus miedos?
Yo ya he decidido. Y no pienso obedecer con la mochila al hombro y la cabeza gacha. ¿Y tú?