En estos tiempos modernos, donde la inteligencia artificial se nos presenta como el nuevo Mesías tecnológico, decidí embarcarme en una empresa que, a priori, parecía sencilla: crear un cómic utilizando las flamantes nuevas habilidades de ChatGPT para la generación de imágenes. La idea era simple: tomar un viejo texto, darle unas pinceladas sobre el estilo de dibujo deseado y dejar que la máquina hiciera su magia. Lo que sucedió a continuación fue una mezcla de asombro, frustración y, por qué no decirlo, una pizca de diversión.
Con la confianza de quien ha visto ya demasiadas promesas tecnológicas incumplidas, le proporcioné a ChatGPT un texto añejo, de esos que huelen a papel amarillento y tinta seca. Le indiqué el estilo de dibujo que buscaba, esperando que la máquina comprendiera mis indicaciones con la precisión de un ilustrador veterano. Y, para mi sorpresa, en cuestión de minutos, tenía ante mí un documento de menos de diez páginas que, aunque rudimentario, se asemejaba a un cómic. “Espectacular”, pensé, mientras una sonrisa escéptica se dibujaba en mi rostro.
Y no era la primera vez que me asomaba a ese abismo futurista. En 2022, cuando aún andábamos jugando con los andamios de la inteligencia artificial, ya me aventuré a experimentar con GPT-3 para trazar una línea argumental que, más tarde, vestiría de imágenes gracias a Midjourney. Aquel ejercicio lo titulé —con la pompa que da la intuición de estar abriendo una puerta— «Un breve relato creado con GPT-3 como base para un cómic creado con Midjourney». Y lo cierto es que, comparado con lo que ahora es capaz de hacer esta última versión de ChatGPT, aquello parece una pieza arqueológica. Porque hoy, en este 2025 que ya huele a distopía, ChatGPT es capaz de encargarse de todo el proceso y, lo que es más importante, de dotar a los personajes de una consistencia más que notable. Una evolución meteórica que, si no impone respeto, al menos debería invitarnos a sentarnos un momento y mirar con atención.
Sin embargo, como suele ocurrir en estos casos, el diablo está en los detalles. Al examinar más de cerca el resultado, comenzaron a emerger las imperfecciones. Los textos, esos elementos esenciales que dan voz y alma a las viñetas, presentaban problemas evidentes. Las palabras se amontonaban sin orden ni concierto, como si hubieran sido arrojadas al azar por un tipógrafo ebrio. Las frases carecían de coherencia, y la ortografía parecía haber sido víctima de un naufragio lingüístico. En resumen, un desastre textual que haría sonrojar al más indulgente de los editores.
Pero no todo estaba perdido. Decidí darle una segunda oportunidad a nuestro amigo digital. Intenté explicarle, con la paciencia de un maestro zen, la importancia de la correcta disposición de las viñetas, la inserción adecuada de los textos y la necesidad de una narrativa fluida. Le proporcioné ejemplos. Sin embargo, ChatGPT, en su infinita sabiduría artificial, parecía no captar la esencia del arte secuencial. Las viñetas se sucedían sin lógica aparente, los textos seguían danzando al son de una melodía disonante y la cohesión brillaba por su ausencia.
Llegados a este punto, uno podría pensar que la frustración se apoderaría del experimentador. Y, en parte, así fue. Pero también hubo espacio para la reflexión. Es innegable que lo logrado en tan breve espacio de tiempo es, cuanto menos, notable. La capacidad de ChatGPT para generar imágenes y textos de forma casi instantánea abre un abanico de posibilidades que, hace apenas una década, hubieran parecido ciencia ficción. Sin embargo, también pone de manifiesto las limitaciones actuales de la inteligencia artificial en terrenos donde la creatividad, la intuición y el sentido común son fundamentales.
Porque, no nos engañemos, crear un cómic no es simplemente juntar dibujos y palabras en una página. Es un arte que requiere sensibilidad, comprensión del ritmo narrativo, conocimiento del lenguaje visual y una conexión íntima con el lector. Elementos que, por ahora, parecen estar más allá del alcance de la IA.
Así que, ¿qué conclusión extraer de esta pequeña odisea digital? Por un lado, la tecnología avanza a pasos agigantados y nos ofrece herramientas que, bien utilizadas, pueden ser de gran ayuda en el proceso creativo. Pero, por otro lado, es evidente que aún la máquina no puede sustituir el toque humano -de momento-, esa chispa de genialidad que convierte un conjunto de viñetas y textos en una obra de arte.
Mientras tanto, seguiremos experimentando, jugando y, por qué no, riendo con los tropiezos y aciertos de estas inteligencias artificiales que, aunque prometen mucho, aún tienen un largo camino por recorrer antes de poder sentarse en la mesa de los verdaderos artistas. Aquí dejo, a modo de muestra y con algo de ternura por la criatura, un pequeño PDF con el experimento: un cómic nacido de un viejo texto y la testarudez de una máquina. Juzguen ustedes mismos si es hijo digno del arte secuencial o apenas un borrador con pretensiones. En cualquier caso, el viaje ha merecido la pena.