El telón se ha levantado y la escena, como en los buenos dramas clásicos, no puede ser más explosiva: Donald Trump vuelve a la carga, y esta vez no trae tuits incendiarios ni discursos de reality show. No. Lo que trae es una medida que podría poner patas arriba la economía mundial: aranceles recíprocos a medio planeta. Sí, ha vuelto el proteccionismo, pero no como un matiz de campaña, sino como una declaración de guerra.

Trump, ese personaje que parece salido de una novela escrita por un Mark Twain cabreado y puesto de cafeína, ha decidido que Estados Unidos ya no jugará a ser la nodriza del comercio internacional. Que si el mundo le vende caro, él responderá más caro todavía. Como si estuviéramos en 1930 y no en un planeta hiperdigitalizado, interconectado y con deuda hasta en las servilletas.

Los nuevos aranceles irán del 10% al 20%, con alguna que otra sorpresa que supera el 40%. Europa, China, Canadá, todos recibirán su parte. La excusa oficial: proteger la industria nacional. La realidad: salvar los muebles de una economía que debe 36 billones de dólares y cuya deuda a corto plazo amenaza con colapsar la credibilidad del Tío Sam.

Porque aquí empieza el juego de trileros financieros. Trump no sólo quiere frenar la competencia extranjera, también quiere que la Reserva Federal baje los tipos de interés. Y si para eso hay que provocar una recesión, pues se provoca. Total, ya sabemos que el presidente de Los Estados Unidos es más de dinamitar puentes que de tenderlos. Si la economía se ralentiza, la Fed tendrá que abaratar el dinero. Y entonces, voilà: refinanciamos la deuda a precio de saldo. El sueño de cualquier tahúr de Wall Street.

Nada de esto es nuevo, por cierto. En plena Gran Depresión, allá por 1930, Estados Unidos ya cometió el error de aislarse del mundo con una batería de aranceles que pasaría a la historia como la Ley Smoot-Hawley. Con el objetivo de proteger la producción nacional y crear empleo, lo único que consiguió fue abrir una guerra comercial global que terminó hundiendo aún más el comercio internacional. La receta del desastre ya estaba escrita, pero como toda tragedia bien estructurada, los protagonistas actuales parecen empeñados en representarla de nuevo. Y no lo hacen solos. En aquellos tiempos también se apeló al orgullo nacional y al enemigo exterior. Hoy el discurso es idéntico, solo que amplificado por redes sociales y maquillado por asesores de comunicación. Pero el guion es el mismo: cerrar filas, imponer tasas y esperar que el castillo no se derrumbe antes de las elecciones. El problema es que, como siempre, la ruleta no gira sola. La Unión Europea, con su elegancia burocrática y su lentitud desesperante, ya afila sus propias armas. Lagarde avisa: una guerra comercial le costará a los europeos 121.000 millones de euros. Bruselas se prepara para devolver el golpe donde más duele: tecnología y agricultura. Vinos, aceites, coches alemanes, todos en la línea de fuego. El proteccionismo se ha puesto de moda.

Trump no solo busca proteger su industria: quiere salvar los muebles de una deuda impagable

La Unión Europea bosteza mientras nos acojo… acongoja

Ante la embestida arancelaria de Trump, la reacción de la Unión Europea ha sido —como era de esperarse— tan aparatosa como inofensiva. Bruselas, siempre dispuesta a redactar comunicados floridos antes que tomar decisiones firmes, ha anunciado que «estudia» aplicar contramedidas «cuidadosamente calibradas». Un eufemismo que en lenguaje comunitario suele significar que lo dejarán para cuando no moleste a nadie.

La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, ha manifestado su «profunda preocupación» por los aranceles estadounidenses, lo cual ha provocado una oleada de suspiros en los pasillos del Parlamento Europeo y el inevitable encargo de otro informe técnico de 500 páginas. Mientras tanto, las industrias europeas miran con estupor cómo sus productos serán castigados en EE. UU. sin que nadie en Bruselas decida mancharse las manos.

Mientras en Washington se actúa con decretazo y martillo, Bruselas prepara informes, consulta a 27 gobiernos y convoca cumbres con croissants

Lo cierto es que la Unión Europea, tan orgullosa en sus gestos y tan lenta en sus reflejos, sigue atrapada en su eterno laberinto de consensos, vetos cruzados y lentitud institucional. La amenaza de responder golpeando a sectores sensibles para la economía estadounidense, como la tecnología o el agroalimentario, suena bien… hasta que uno recuerda que hay que poner de acuerdo a 27 países para mover un dedo. Y que ese dedo, para cuando se levante, ya habrá perdido toda capacidad de disuasión.

Se habla del «Instrumento Anticoerción«, activado recientemente con gran fanfarria, como si fuera el martillo de Thor -ojo que Trump decíamos es Thor-. Pero al final parece más un cucharón de sopa. Bruselas promete firmeza mientras prepara otra cumbre con croissants, traductores y promesas de estudio. Lo cierto es que, mientras Trump reparte leña a base de decretos y tarifas, Europa sigue buscando la hoja de ruta entre los pliegues de su burocracia.

En resumen, la UE promete responder, pero no aclara cuándo, ni cómo, ni con qué contundencia. Y mientras tanto, el reloj corre, los precios suben y los productores europeos —esos que financian la fiesta con sus impuestos— ven cómo su competitividad se va por el sumidero. Y como siempre, cuando llegue la respuesta, probablemente sea tarde, tibia y decorada con banderitas azules. Porque el arte de no molestar a nadie sigue siendo la especialidad de la casa.

España despliega el paraguas… de propaganda

Y como no podía faltar el numerito patrio de rigor, salió Sánchez a escena —esta vez desde La Moncloa, que da más empaque que un plató de televisión amiga— y lo hizo como quien recita un salmo ante su feligresía: con voz grave, ceño fruncido y la escenografía justa para que el plano general quedara apañado en el telediario. Anunció, entre redoble de tambores y fanfarria de trompeta institucional, su flamante “Plan de Respuesta y Relanzamiento Comercial”. Así, con todas las mayúsculas que permite la tipografía y el autobombo. Un plan —según sus propias palabras, que para eso lo firma él y lo pagaremos nosotros— con más de 14.000 millones de euros destinados a mitigar los efectos de la guerra comercial de Trump. Y justo detrás del atril, por cierto, ya tenían listo el spot publicitario en plan buen rollito y lo nuestro y eso, vamos, apelando al terruño.

Dice Sánchez que este plan será “un escudo que proteja la economía”. Nada menos. Y que si la tormenta se desata —como si no estuviéramos ya todos calados hasta los huesos—, España dispondrá de un “doble paraguas”: el europeo y el español. Palabra de presidente. Lo que no aclaró es si ese paraguas será de lona o de papel pinocho, ni si lo sostendrá alguien que sepa en qué dirección sopla el viento. Porque visto lo visto, será otro artilugio inútil que se rompe al primer chubasco.

Los más de 14.000 millones anunciados por Sánchez tienen truco: la mitad no es de nueva financiación, sino dinero ya presupuestado para otras medidas

Del dinero, por supuesto, no se sabe gran cosa. De los 14.100 millones prometidos, 7.400 serían de nueva financiación —es decir, más deuda, para que la paguen nuestros hijos, si tienen trabajo— y el resto, 6.700 millones, reciclaje de instrumentos antiguos. Esos mismos fondos que reaparecen cada vez que hay elecciones o hace falta tapar algún agujero. Lo de siempre: los mismos duros con distinta chaqueta y la eterna cara de póker del personal que se los cree, pobres diablos.

El plan se articula en dos “grandes pilares”, como si habláramos de una catedral gótica en construcción: por un lado, ayudas para empresas y empleo, con avales del ICO y un fondo de inversión industrial; por otro, incentivos para el automóvil, cómo no, porque si hay algo que da rédito electoral es tocar el claxon de los coches. Especialmente si son eléctricos, con pegatina verde y subvención debajo del capó. Todo bien empaquetado en tecnicismos y sonrisas de comité.

Y como guinda del pastel, se ha convocado la Mesa de Diálogo Social. Con patronal, sindicatos y todos los figurantes del reparto. También habrá una Conferencia Sectorial de Comercio —otro nombre pomposo para una reunión con croissants y traductores— presidida por el ministro Carlos Cuerpo. Él, que tendrá la ingrata tarea de explicar en el Congreso cómo un paraguas de papel, reforzado con deuda y propaganda, nos va a salvar del chaparrón global. Pobre hombre.

En resumen: más promesas, cifras redondas que no cuadran, palabras altisonantes y escenografía institucional de cartón piedra. Mientras tanto, el aceite subirá, el vino se quedará en las bodegas y el pequeño exportador hará cuentas en la servilleta del bar, preguntándose dónde demonios está ese doble paraguas. Porque cuando el agua sube hasta el cuello, no basta con metáforas huecas -véase el caso que asolo Valencia- . Hay que saber nadar. Y aquí, en lugar de clases de natación, seguimos montando decorados para la foto. De traca.

Y a ti, ¿Cómo te afecta todo esto?

Querido lector, mientras los grandes estrategas de la política internacional juegan su partida de ajedrez con la economía mundial, tú, ciudadano de a pie, te preguntas: «¿Y a mí en qué me salpica este embrollo de aranceles y promesas millonarias?» Veamos, con la lupa de la ironía, cómo este vodevil internacional puede colarse en tu salón.

Piensas que en tu torre de marfil burocrática estás a salvo. Pero recuerda, amigo, que el Estado se financia con impuestos. Si la economía se resiente, la recaudación baja. Y cuando hay menos dinero en la caja, empiezan las congelaciones salariales y los recortes. Pero tranquilo, que el gobierno ya ha prometido una lluvia de millones para salvar la economía. ¿De dónde? De más deuda, por supuesto. Total, pagarla será problema de otros.

Trabajas en una empresa que exporta, pongamos, aceitunas a Estados Unidos. Con los nuevos aranceles, esas aceitunas se encarecen al otro lado del charco, las ventas caen y, claro, la empresa empieza a mirar la lista de empleados como quien revisa la despensa antes de una cuarentena. Tú, mientras tanto, esperas que el famoso Plan de Respuesta y Relanzamiento Comercial te salve. Pero, ¿de dónde saldrán esos más de 14.000 millones de euros anunciados? Ah, sí, de más deuda que pagarán tus hijos y nietos, si es que llegan a donde deben, que ya sabemos cómo acaba esto.

Eres un valiente autónomo que importa componentes electrónicos de EE.UU. para montar tus artilugios aquí. Con los aranceles, esos componentes suben de precio. Tienes dos opciones: o subes tus precios y espantas a los clientes, o los mantienes y trabajas por amor al arte. Mientras tanto, el gobierno te promete ayudas de ese saco sin fondo de miles de millones. Pero, entre papeleo, requisitos y esperas, es más fácil que te toque la lotería que ver un euro de esas ayudas.

He aquí, compatriotas, el auténtico Kit de Supervivencia Español para 72 horas de crisis -o las que se tercien-. Nada de linternas ni raciones liofilizadas: aquí lo que hay es un blanco que responde al nombre de Trumpazo y un tinto con el sello inconfundible de Sánchez te cuida. No se recomienda para menores ni para adultos con alma de seminarista, que luego lloran. Ideal para estados de alarma, tertulias en la barra del bar o sobremesas donde la patria se defiende con más ahínco que en el Congreso. Si lo acompaña de chorizo y aceitunas, sepa que puede perder la noción del tiempo. Y si no hay crisis, tampoco pasa nada: se descorcha igual.

Tu pensión, ese sagrado derecho ganado tras años de trabajo, depende de que las arcas públicas estén llenas. Si la economía va mal, las arcas se vacían. Pero no te preocupes, que el gobierno tiene un plan: endeudarse más para gastar miles de millones en salvar la economía. Eso sí, cuando haya que devolver ese dinero, quizá te toque apretarte aún más el cinturón. Pero, ¿qué más da? Para entonces, ya habrás aprendido a vivir del aire o con suerte la has palmado.

En resumen: promesas, cifras redondas, palabras altisonantes y escenografía institucional de cartón piedra. Mientras tanto, el aceite subirá, el vino se quedará en las bodegas y el pequeño exportador hará cuentas en la servilleta del bar, preguntándose dónde demonios está ese doble paraguas. Porque cuando el agua sube hasta el cuello, no basta con metáforas huecas. Hay que saber nadar. Y aquí, en lugar de clases de natación, seguimos montando decorados para la foto.

Y mientras tanto, al otro lado del Atlántico, Trump blande su mazo como un Thor rubicundo en campaña, descargando rayos arancelarios como si el mundo fuera su tablero personal. Con cada golpe en la mesa, tiemblan las exportaciones, sube el pan y baja el optimismo. Él se presenta como salvador del Imperio. Nosotros, mientras tanto, nos preparamos para pagar la factura del trueno. Porque, en definitiva, mientras los políticos juegan a ser héroes con dinero que no tienen, tú, ciudadano corriente, eres quien paga la fiesta. Y cuando llegue la resaca de esta borrachera arancelaria, serás tú quien tenga que lidiar con el dolor de cabeza. Pero, ¡eh!, al menos podrás decir que viviste tiempos interesantes. De los que arrugan el bolsillo y afinan el sarcasmo. En definitiva, date por jodido.

Manual de resistencia para curritos en tiempos de aranceles

Frente al diluvio de titulares, la marea de promesas huecas y el vendaval de cifras que no entienden ni los que las recitan, al currito español no le queda otra que apretar los dientes, ajustar el cinturón —otra vez— y seguir tirando del carro como ha hecho toda la vida. Que sube el aceite, pues mojamos pan con moderación. Que el vino se queda en las bodegas por culpa de los aranceles yanquis, pues más razón para hacer patria.

Porque si algo hemos aprendido tras décadas de rescates, recortes y revolcones es que aquí, la resistencia no se grita en ruedas de prensa: se cultiva en las sobremesas, con el vaso lleno y el alma medio vacía. Y si la cosa se pone fea —que se va a poner—, la estrategia es clara: apoyo logístico blanco y tinto.

Sí, señor. Vino. Del nuestro. Del bueno. Del que no necesita etiqueta en inglés para saber que es el mejor del mundo. Que Trump no lo quiera en su mesa no significa que no deba estar en la nuestra. Así que, mientras los economistas sacan sus gráficos y los ministros sus powerpoints, tú abre una botella y brinda. Por lo que fuimos, por lo que somos y, si queda resuello, por lo que nos dejen ser, con un par.

Porque si vamos a resistir otra ronda de promesas incumplidas, de deudas heredadas y de patrioterismos de escaparate, mejor hacerlo con un buen Rioja o un Ribera en la mano. O un blanco fresquito, que tampoco somos talibanes.

Total, para lo que queda en el convento… que repiquen las copas. Y que arda el mundo si quiere. Eso sí, con una sonrisa. No se pierda el vídeo que acompaña el siguiente Xweet.

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Enrique Pampliega
Con más de cuatro décadas de trayectoria profesional, iniciada como contable y responsable fiscal, he evolucionado hacia un perfil orientado a la comunicación, la gestión digital y la innovación tecnológica. A lo largo de los años he desempeñado funciones como responsable de administración, marketing, calidad, community manager y delegado de protección de datos en diferentes organizaciones. He liderado publicaciones impresas y electrónicas, gestionado proyectos de digitalización pioneros y desarrollado múltiples sitios web para entidades del ámbito profesional y asociativo. Entre 1996 y 1998 coordiné un proyecto de recopilación y difusión de software técnico en formato CD-ROM dirigido a docentes y profesionales. He impartido charlas sobre búsqueda de empleo y el uso estratégico de redes sociales, así como sobre procesos de digitalización en el entorno profesional. Desde 2003 mantengo un blog personal —inicialmente como Blog de epampliega y desde 2008 bajo el título Un Mundo Complejo— que se ha consolidado como un espacio de reflexión sobre economía, redes sociales, innovación, geopolítica y otros temas de actualidad. En 2025 he iniciado una colaboración mensual con una tribuna de opinión en la revista OP Machinery. Todo lo que aquí escribo responde únicamente a mi criterio personal y no representa, en modo alguno, la posición oficial de las entidades o empresas con las que colaboro o he colaborado a lo largo de mi trayectoria.

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