Me he quedado solo. Lo sé. A estas alturas del partido, decir que uno no piensa descargarse una aplicación suena a viejuno cascarrabias, a conspiranoico de tertulia y abuelo cebolleta. Y, sin embargo, aquí estoy. Plantado en mitad del siglo XXI con mi DNI físico en el bolsillo, con las huellas en la comisaría y la ceja enarcada ante la flamante aplicación MiDNI, que según dicen nos va a cambiar la vida. Pues mire usted, no. A mí que no me la cambien. Ya me la han cambiado bastante. Porque, seamos serios: si esto fuera realmente una mejora, una revolución digital sin trampas ni cartón, ¿por qué empieza uno a sentir que le están metiendo gato por liebre? Vale, sí, quizá soy ya un cascarrabias.

Así se activa el Gran Hermano en tu teléfono

Todo comienza como empiezan todas las cosas modernas y sospechosas: con una descarga en el móvil. El paisano, confiado, va a la tienda de aplicaciones —esa jungla donde abundan los clones, las apps chungas y las estafas con nombre similar— y allí busca MiDNI. Asegúrese usted, querido lector, de no instalar Mi DNI Fácil ni Mi DNI Legal Pro ni ninguna otra copia sacada de un garaje digital en Bucarest, que ya se están colando por las rendijas del sistema como cucarachas después de un apagón.

Superado el primer escollo —si no cae usted en la trampa del clon— llega el paso decisivo: la activación. Y aquí, como en todo lo que compete a nuestra administración, la cosa se complica. No basta con bajársela. No. Hay que pasar por ventanilla. O más bien, por comisaría.

la app genera un código QR de un solo uso, con validez temporal limitada, lo que reduce significativamente el riesgo de duplicación, interceptación o uso fraudulento

Tienes tres formas de activar tu DNI digital. La primera es pedir cita en una unidad de documentación de la Policía Nacional, y ya sabe usted lo que eso significa: hacer cola, aguantar a un funcionario que lo mismo ha desayunado mal que no ha desayunado, y salir de allí con cara de sospechoso. La segunda opción requiere un lector de DNI, un certificado digital válido y una fe inquebrantable en la informática, que es algo que yo perdí hace mucho tiempo. La tercera es ir a un PAD —sí, amigo, otro acrónimo (Punto de Actualización de Documentación)—, que no es más que un cajero automático sin alma donde uno mete los dedos, los datos y la dignidad para que le escupan un código de activación.

¿Y qué obtiene a cambio? Un código QR. Maravilla moderna. Un pixelado rectángulo mágico que promete sustituir el viejo gesto de sacar la cartera, pero que viene cargado con más incertidumbre que un parte meteorológico en marzo -y si es el marzo de 2025, ni le cuento-.

La falsa promesa de la seguridad

Dicen que el DNI digital es seguro. Dicen que no guarda tus datos. Que si pierdes el móvil, no pasa nada. Que los QR son de un solo uso. Que no hay geolocalización, ni rastreo, ni sorpresas. Y yo, que ya tengo los suficientes años para desconfiar de cualquiera que diga “no pasa nada”, me echo a reír. No, gracias. Porque no se trata solo de que los datos estén o no almacenados. Se trata de lo que ocurre una vez que compartes tu información con otro. Te acercas al mostrador de un hotel, escaneas tu código, seleccionas la opción «DNI Simple», y confías —como un idiota— en que el recepcionista no hará captura de pantalla, no reenviará el dato, no lo venderá al mejor postor o no se le colará un virus que lo mandará todo a los servidores de un tipo en Uzbekistán. Y eso, querido lector, no es paranoia. Es historia reciente.

Porque aquí viene el chiste final del sistema: una vez escaneado el QR, no puedes revocar el acceso a esa información. Ni sabes quién lo tiene, ni cuándo la usará, ni para qué. No hay un panel de control, no hay una lista de accesos, no hay un «deshacer». Es como echar un mensaje en una botella y rezar porque no lo encuentre un trincas.

Y si eso le parece poca cosa, pregúntese por qué otras plataformas, como las llamadas wallets descentralizadas, sí permiten revocar credenciales, limitar su uso, y hasta borrar el historial de acceso. Porque la tecnología lo permite. Lo que no lo permite, o no lo quiere permitir, es el sistema. Y eso, amigo mío, no es modernidad: es control.

El truco del Estado que te cuida (demasiado)

Nos dicen que esto es por nuestro bien. Todo es más fácil. No tenemos que cargar con el DNI físico —aunque, eso sí, sigue siendo obligatorio—, que podremos identificarnos en cualquier parte de España con un simple escaneo y para redondear la faena en 2026 tendrá más funcionalidades, como si esto fuera una cafetera inteligente que aún no hace café.

Una vez que un QR es escaneado por un tercero, la app no ofrece forma de impedir que el receptor conserve o reutilice la información

Lo que no nos dicen es que todo este tinglado viene con su ración de vigilancia maquillada de comodidad. Porque cuando el Estado te dice “yo me ocupo”, conviene mirar dos veces. No por rebeldía gratuita, sino por higiene democrática. Porque esta aplicación no ha salido de la mente de un ingeniero libre, sino del Ministerio del Interior y la Policía Nacional, que no son precisamente los campeones del anonimato civil.

No es que se espíe, dicen. No hay rastreo, aseguran. Pero si alguna vez una ley lo permite, si un requerimiento judicial lo exige, si el marco legal cambia —como siempre cambia—, ¿quién te garantiza que esa app no se convierta en el ojo que todo lo ve? La tecnología no es buena ni mala: es una navaja. Y depende de quién la maneje, puede afeitarte o degollarte.

Cuando el progreso es una coartada

Yo no estoy en contra del progreso. Nunca lo he estado. Pero sí estoy en contra de que se me imponga como un dogma, como un nuevo sacramento digital al que debo comulgar o quedarme fuera del templo. Porque este no es un avance neutro. Es una jugada política, tecnológica y cultural que pretende, bajo el disfraz de la utilidad, colarnos un nuevo marco de relación con el poder.

Hoy es el DNI. Mañana será el permiso de conducir. Luego el historial médico -este ya está-, las multas, el registro de desplazamientos. Y lo harán con esa sonrisa de marketing institucional que mezcla banderas, confeti y promesas de eficiencia. Nos dirán que es voluntario, pero nos irán empujando poco a poco, con burocracia, con incentivos, con pequeñas penalizaciones para el que no se digitalice -acuérdese, se vacunó del Covid-19 por propia voluntad, sin coacción alguna-.

Nos dirán que es voluntario, pero nos irán empujando poco a poco, con burocracia, con incentivos, con pequeñas penalizaciones para el que no se digitalice

No es obligatorio, dirán. Pero ya verá usted lo difícil que será en unos años hacer cualquier trámite sin esa aplicación de los demonios. Igual que con la banca, las facturas, la sanidad. Todo acaba en una pantalla. Todo acaba en control.

Yo no me bajo esa aplicación, y punto

A estas alturas, usted ya lo habrá entendido: no pienso bajarme MiDNI. No pienso escanear mi identidad, empaquetarla en un QR, y ofrecerla al primero que me pida “una verificación rápida”. Ya bastante tengo con que sepan por dónde ando, qué compro y qué opino en esta red de redes donde uno ya ni se pertenece a sí mismo. Tendré mi DNI físico en la cartera, como un caballero. Mostraré mi cara, firmaré con bolígrafo, miraré a los ojos. No por nostalgia. No por manía. Por decencia.

Porque en este mundo donde todo se guarda, se rastrea y se reutiliza, hay algo profundamente revolucionario en no estar en todas partes. En no dejar rastro. En no entregar la última parcela de tu vida al sistema que, con voz suave y aplicaciones bonitas, te va cerrando la puerta trasera. Lo digital será el futuro, dicen. Tal vez. Pero yo no pienso ser su cobaya.

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Enrique Pampliega
Con más de tres décadas dedicadas a integrar la geología con las tecnologías digitales, he desempeñado múltiples funciones en el Ilustre Colegio Oficial de Geólogos (ICOG) desde 1990. Mi trayectoria incluye roles como jefe de administración, responsable de marketing y calidad, community manager y delegado de protección de datos. He liderado publicaciones como El Geólogo y El Geólogo Electrónico, y he gestionado proyectos digitales innovadores, como la implementación del visado electrónico, la creación de sitios web para el ICOG, la ONG Geólogos del Mundo y la Red Española de Planetología y Astrobiología, ente otros. También fui coordinación del GEA-CD (1996-1998), una recopilación y difusión de software en CD-ROM para docentes y profesionales de las ciencias de la Tierra y el medio ambiente. Además de mi labor en el ICOG, he participado como ponente en eventos organizados por Unión Profesional y la Unión Interprofesional de la Comunidad de Madrid, abordando temas como la calidad en el ámbito colegial o la digitalización en el sector. También he impartido charlas sobre búsqueda de empleo y el uso de redes sociales en instituciones como la Universidad Complutense o el Colegio de Caminos de Madrid. En 2003, inicié el Blog de epampliega, que en 2008 evolucionó a Un Mundo Complejo. Este espacio personal se ha consolidado como una plataforma donde exploro una amplia gama de temas, incluyendo geología, economía, redes sociales, innovación y geopolítica. Mi compromiso con la comunidad geológica fue reconocido en 2023, cuando la Asamblea General del ICOG me distinguió como Geólogo de Honor. En 2025 comienzo una colaboración mensual con una tribuna de actualidad en la revista OP Machinery.

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