Yo no sé ustedes, pero a mí me basta un fin de semana de buen tiempo, una barra limpia y una tapa bien servida para reconciliarme con el género humano. Lo demás —la política, las guerras, los telediarios y hasta el euríbor— puede esperar en la puerta, con cara de lunes y manos en los bolsillos. Por eso, cuando me enteré —más por instinto que por fanfarria— de que este próximo fin de semana (25, 26 y 27 de abril) vuelve a celebrarse en Meco la Feria de la Tapa, me entró un cosquilleo en el estómago y otro en la memoria.
La cosa no se ha anunciado con cohetes ni pancartas, pero ahí está. Como los buenos bares: sin necesidad de reclamo, porque el que sabe volver, vuelve. La referencia, casi en clave de sibarita local, aparece en la página 19 del panfleto municipal. Y con eso basta para que uno empiece a imaginarse el circuito: barra, tapa, trago, comentario socarrón, y vuelta a empezar. Como debe ser.

No es la primera vez que lo hacemos. El año pasado ya hubo ruta, calor humano y platos que iban de lo exquisito a lo valiente, pasando por alguna que otra excentricidad que merecería estudio aparte —como aquel experimento incomprendido de nocilla con caviar (es broma), que a día de hoy sigo sin decidir si era un guiño a la nouvelle cuisine o una venganza personal contra el paladar colectivo—. Pero también hubo mucho bueno, mucho decente, mucho de esa cocina de batalla que en los pueblos se defiende con cuchara, fuego lento y cara de “aquí se come”.
Así que ahora, con la segunda edición a las puertas, me permito recomendar —con la solemnidad de quien ya ha hecho la ronda y ha sobrevivido al exceso de alioli— que se pasen ustedes por Meco. Vengan solos, con pareja, en comandita o de infiltrados. No hace falta ser del lugar para ser bien recibido. Aquí se tapa con libertad, se vota con estómago y se premia con justicia… o al menos con cierta simpatía hacia el camarero que ha sabido poner el vermú antes de que lo pidas.
Ahora bien, tengan cuidado, viajeros del buen yantar, porque este Meco nuestro está en plena remodelación. Obras por aquí, zanjas por allá, calles cortadas como en novela de espías. Para llegar a ciertos bares hace falta más que hambre: hace falta intuición, temple y un plano de las trincheras de obra que brotan por doquier. Que no se diga luego que no se avisó.
El formato del evento es sencillo: bares y restaurantes del municipio presentan su tapa estrella; los vecinos y visitantes las prueban, las valoran, y al final se reparten premios, tanto para los hosteleros como para el público que participa. Lo clásico, lo eficaz. Lo que funciona desde que alguien puso una aceituna sobre una rebanada y decidió cobrar por ello con dignidad.
Y, claro, como aún no se ha publicado el listado de locales participantes, toca estar atentos. Imagino que esta semana el Ayuntamiento se pronunciará y nos dirá en qué frentes gastronómicos se librará la batalla. Porque esto es una guerra noble: la de conquistar paladares a base de buena mano y mejor género.
Hay quien piensa que estas ferias son puro escaparate. Y puede que algo de eso haya. Pero yo prefiero verlas como trincheras del placer cotidiano. Como altares paganos donde se rinde culto al sabor, al buen hacer y a la necesidad básica —y no siempre bien resuelta— de comer bien sin hipotecarse. Que ya bastante tenemos con lo demás.
Así que no me digan luego que no lo sabían. Desde aquí, desde esta trinchera mequera donde uno escribe con la panza llena y el alma tranquila, les lanzo la invitación: vengan a Meco este fin de semana. Recorran sus calles, entren a sus bares, prueben lo que se cuece. Habrá tapeo del bueno, ambiente de pueblo, charlas de barra, alguna sorpresa agradable y, con suerte, alguna de esas tapas que se recuerdan más por lo que evocan que por lo que cuestan. Y si además les toca el sorteo de la cena, ya me invitan. Que uno también tiene derecho a disfrutar de los premios, aunque sea con retranca.
Y si estuviste en la edición del año pasado, ¿qué te pareció? ¿Hubo alguna tapa que aún recuerdes o alguna que prefieras olvidar? Te leo en los comentarios.