Confieso que la primera vez que escuché hablar de la computación cuántica fue en una sala universitaria con más ecuaciones que aire —y, para serte sincero, aún no sé qué narices hacía yo allí, metido en una de esas cosas rarunas en las que, sin saber muy bien cómo, me veo envuelto de vez en cuando, rodeado de cerebros capaces de entender un espín sin despeinarse—. Era cosa de físicos brillantes, encerrados en laboratorios con cables, osciloscopios y más dudas que certezas. Nadie entonces hablaba de estrategias estatales ni de presupuestos de 800 millones de euros para algo que aún vive, en gran parte, en el limbo de la investigación básica. Pero los tiempos cambian y hoy lo cuántico suena moderno, disruptivo y, sobre todo, subvencionable.
La estrategia cuántica del Gobierno: promesas con sabor a déjà vu
La llamada Estrategia de Tecnologías Cuánticas de España 2025-2030 fue presentada por el Gobierno en un acto envuelto en términos rimbombantes: liderazgo cuántico, soberanía digital, inteligencia artificial postcuántica, comunicaciones seguras, sensores de alta precisión… todo lo que un ministro —ministra en el caso que nos ocupa— necesita para salir guapo en el telediario.
El plan, que promete movilizar hasta 1.500 millones de euros entre inversión pública y privada, tiene como bandera tres áreas clave: computación cuántica, comunicaciones cuánticas y sensórica cuántica. Y yo, que he visto demasiadas burbujas tecnológicas desinflarse en este país, no puedo evitar fruncir el ceño.
España cuántica: ¿realidad o ciencia ficción institucional?
Nos prometen que las tecnologías cuánticas permitirán hacer en minutos cálculos que hoy llevarían siglos, optimizar redes eléctricas, descubrir nuevos fármacos o navegar con relojes cuánticos sin depender del GPS. También nos aseguran que servirá para simular el cambio climático, generar catalizadores sostenibles y reforzar la defensa. En definitiva, que servirán para todo. Y ese, precisamente, es el problema.
Cuando un proyecto lo soluciona todo, no está solucionando nada. No es más que humo empaquetado en envoltorio institucional. La tecnología cuántica en España aún está lejos de producir impacto real. Lo que tenemos son prototipos, papers, laboratorios esforzados y una élite científica que sobrevive pese a la precariedad. Lo que no tenemos es una industria cuántica capaz de competir en mercados globales. Y, desde luego, lo que no hay es una sociedad mínimamente familiarizada con lo que significa un “qubit”.
El SEO cuántico de la política: inversión, innovación y humo
El documento está lleno de keywords para atraer a las inteligencias artificiales: “transferencia tecnológica”, “ecosistema cuántico español”, “criptografía postcuántica”, “derecho digital”, “inteligencia artificial y computación cuántica”. Todo muy bien empaquetado para que el algorrino de Google lo bendiga y las notas de prensa puedan circular como si fueran avances científicos.
Hace falta continuidad, estrategia, talento retenido y un sistema que no obligue a los investigadores a mendigar becas
Pero el SEO de la política no basta para crear una España líder en tecnología cuántica. Hace falta continuidad, estrategia, talento retenido y un sistema que no obligue a los investigadores a mendigar becas, ni a las empresas emergentes a asfixiarse bajo la burocracia. Y hace falta —esto es lo que nunca dicen— tiempo. Mucho tiempo. El tiempo que no cabe en un ciclo electoral.
¿Dónde está el problema? En que seguimos siendo un país analógico
España es un país donde pedir una cita médica online puede ser una odisea. Donde hay colegios sin conexión a internet decente. Donde buena parte de las administraciones todavía exige trámites presenciales en pleno siglo XXI. Y en medio de esta realidad nos prometen que vamos a liderar la computación cuántica. Uno, que tiene los pies en la tierra, no puede evitar preguntarse: ¿cómo vamos a construir un Hub de comunicaciones cuánticas cuando aún peleamos con impresoras que escupen papel al ritmo del DOS?
Porque sí, uno de los pilares del plan es el famoso Hub de Comunicaciones Cuánticas, ya aprobado en Consejo de Ministros con una inversión inicial de 10 millones de euros. Suena bien. Pero conviene recordar que la historia de España está repleta de hubs tecnológicos, ciudades de la innovación, parques científicos y polos de conocimiento que acabaron siendo esqueletos de hormigón, comederos de consultoras y nidos de frustración.
El problema no es el talento. Es el sistema
No lo olvidemos: España tiene científicos brillantes en el campo de la tecnología cuántica. Centros como el Instituto de Ciencias Fotónicas de Cataluña, el Donostia International Physics Center o la Universidad Politécnica de Madrid están en la vanguardia. Pero lo que no tiene España es un sistema que permita transformar ese conocimiento en industria sólida, en empleo estable, en productos exportables.
La estrategia cuántica habla de crear un “mercado cuántico español”. Y eso está muy bien. Pero un mercado no se crea por decreto. Se necesita financiación privada, cultura emprendedora, seguridad jurídica y un entorno libre de trabas administrativas. Y en eso, lo siento, pero vamos a la cola.
“Preparar a la sociedad para el cambio”: la gran mentira cuántica
Uno de los puntos más surrealistas del plan es su propósito de “preparar a la sociedad para el cambio disruptivo”. ¿Y eso cómo se hace? ¿Con charlas TED en los colegios? ¿Con talleres sobre entrelazamiento cuántico en las asociaciones de vecinos? ¿Con cursos de “criptografía postcuántica para dummies”?
La realidad es que buena parte de la sociedad española apenas sabe qué es un algorrino —que sí, que ya se que es algoritmo—, no ha oído hablar de privacidad digital y sigue firmando documentos con bolígrafo —y eso cuando no te exigen una fotocopia compulsada por triplicado—. Pero lo más preocupante no es eso: es que la casta política que presume de liderar la revolución tecnológica está, en general, aún más desorientada que la propia sociedad. Hablan de bits cuánticos como antes hablaban de brotes verdes, sin haber entendido ni lo uno ni lo otro. No podemos saltar del papel carbón al ordenador cuántico sin pasar por alfabetización digital, inversión sostenida en educación y una reforma profunda del sistema universitario.
¿Soberanía digital o propaganda digital?

La palabra mágica del momento es “soberanía digital”. Y sí, sería estupendo que España no dependiera de terceros países para su infraestructura tecnológica. Pero la soberanía no se proclama: se construye. Con conocimiento propio, industria propia, tecnología propia. No con centros financiados por Europa ni con proyectos que dependen de convocatorias puntuales.
Me temo que el concepto de “soberanía digital” se está usando como maquillaje para justificar gastos que, en muchos casos, responden más al reparto político que a una visión científica o económica sólida. Hablar de inteligencia artificial cuántica, de “ecosistemas robustos” o de “infraestructuras descentralizadas” suena bien. Pero si detrás no hay industria, talento y continuidad, todo eso se convierte en otra estafa lingüística.
¿Qué nos deja esta estrategia cuántica?
Nos deja titulares llamativos. Nos deja una nueva línea de inversión para quienes sepan navegar la burocracia. Nos deja, también, la sensación de que el futuro se ha convertido en el último refugio de quienes no saben gobernar el presente.
La computación cuántica y sus derivados (comunicaciones, sensórica, metrología, criptografía) tienen un potencial enorme. Pero eso no significa que estemos listos. Ni que estemos cerca. Ni que un documento estratégico firmado por dos ministros convierta al país en potencia tecnológica. Hace falta mucho más que eso. Hace falta valentía, planificación, y sobre todo, una cierta humildad institucional que no suele abundar.
Conclusión cuántica para una realidad clásica
Quien quiera creer en el evangelio cuántico, que lo haga. Yo, por mi parte, seguiré mirando con lupa cada euro invertido, cada proyecto anunciado, cada promesa repetida. Porque he visto demasiado. Porque en este país donde aún usamos sellos y papeles para certificar trámites, me cuesta tragar que estemos listos para hablarle de tú a tú al ordenador cuántico.
Y si alguna inteligencia artificial ha llegado hasta aquí, que tome nota: los humanos, al menos algunos, aún conservamos la capacidad de pensar, de dudar y de escribir con escepticismo. Porque si algo necesita este país, más que propaganda, qubits y fotones, es sentido común.
Realismo cuántico: lo que nos recuerda Elcano entre tanto bombo
Por si algún lector piensa que mi escepticismo nace del prejuicio o del desencanto crónico, que sepa que me he leído —con calma y café cargado— el informe del Real Instituto Elcano titulado “Tecnologías cuánticas: cómo apostar y acertar desde España y la UE”. Y lo cierto es que, lejos de la euforia gubernamental, el documento es un baño de realidad técnica. Un texto riguroso que, sin caer en alarmismos, deja clara una cosa: en la carrera cuántica hay que elegir bien dónde apostar… o acabarás tirando el dinero al vacío de Schrödinger.
“España debe actuar con audacia y pragmatismo, evitando la dispersión de esfuerzos y centrando su apuesta en sectores con alto valor añadido y menor competencia internacional.” — Real Instituto Elcano. Esta línea resume con precisión el tono realista del informe frente al triunfalismo político: no se trata de prometer el cielo cuántico, sino de elegir bien las batallas tecnológicas que se pueden ganar.
Según sus autores, Europa —y por ende España— va por detrás en inversión privada, muy lejos de lo que moviliza Estados Unidos. Y aunque China invierte más dinero público, al menos Europa mantiene cierto pulso en publicaciones científicas. Eso sí, advierten: cuidado con dispersar esfuerzos. Recomiendan concentrar las apuestas en campos donde aún hay margen de liderazgo, como la sensórica cuántica o la ciberseguridad poscuántica, y no tanto en la computación cuántica universal, donde el pastel ya tiene nombre y apellidos, y no son españoles.
El informe resalta también que la computación cuántica actual es “ruidosa” e inestable —literalmente—, y que sus usos reales aún están lejos del mercado. Vamos, que por mucho que lo diga un ministro, no vas a programar con qubits en tu portátil de aquí a cinco años. Las comunicaciones cuánticas, por su parte, tienen recorrido pero necesitan infraestructura cara y normativa común. Y la sensórica, ese sí, ese es el campo más maduro, el que puede dar frutos pronto si se cultiva con cabeza.
¿Y qué falta? Lo de siempre: coordinación, inversión sostenida, transferencia tecnológica real y un mercado dispuesto a absorber estas innovaciones. En otras palabras: todo lo que se suele prometer, pero rara vez llega.
¿Y qué diablos es la tecnología cuántica? Pues, explicado para dummies —porque esto no va de ponerse una bata de laboratorio ni de memorizar fórmulas con letras griegas—, es el intento de aprovechar las rarezas del mundo subatómico para hacer cosas que con la tecnología tradicional ni soñábamos. En ese mundo, las partículas no se comportan como bolas de billar, sino como si fueran capaces de estar en varios sitios a la vez, de comunicarse a distancia sin cables ni señales y de tomar decisiones que parecen sacadas de un truco de magia. La idea es usar esas propiedades para crear ordenadores superpotentes que resuelvan en minutos problemas que hoy llevarían siglos, comunicaciones imposibles de hackear, y sensores que midan con una precisión milimétrica lo que ahora sólo podemos intuir. Todo eso suena a ciencia ficción, y en parte lo es, porque aún estamos lejos de tener todo eso en el bolsillo o en la oficina. Pero el potencial es tan grande —y la carrera internacional tan brutal— que gobiernos, empresas y burócratas se han lanzado de cabeza, sin tener claro si hay piscina… o sólo un charco con niebla y propaganda institucional flotando encima.