Jesús, con su inteligencia serena y su forma de mirar la realidad desde la loma del pensamiento crítico, lanzó una de esas granadas que explotan sin hacer ruido, pero dejan metralla en el cerebro. Hablaba de responsabilidad. De la de verdad. La que deberían tener los periodistas, los científicos, los economistas, los tecnólogos, los artistas… todos esos a los que un día se les confió el fuego sagrado del saber, del arte y de la palabra, para encender luces en mitad del barro. Y lo cierto es que no exageraba.
Porque si uno rasca un poco la corteza brillante de este mundo de tertulias, congresos, platós y editoriales de medio pelo, lo que encuentra debajo no es madera noble, sino conglomerado ideológico barnizado con intereses. Ya no se trata de contar la verdad. Ni siquiera de buscarla. Se trata de sostener el relato. El del que paga, el del que manda, el del que reparte becas, contratos o minutos de gloria.
Y ahí los tienes. Científicos con subvención que repiten dogmas con la docilidad de un monaguillo en misa de Estado. Periodistas que se autoproclaman guardianes de la democracia mientras se ganan el pan fabricando silencio o linchamientos selectivos. Economistas que justifican recortes suicidas o delirios inflacionistas porque “es lo que toca”, si lo dice su partido. Artistas de medio pelo con camiseta de eslogan y discurso de pancarta, más atentos a gustar en la gala del ministerio que a molestar con una obra incómoda.
¿Y sabes qué es lo peor? Que ya ni se avergüenzan. Han pasado del disimulo a la altanería. Han asumido su papel de figurantes en el teatrillo de las democracias decorativas. Y lo celebran. Con premios, con entrevistas, con cargos en observatorios de no sé qué y consejos asesores de no sé cuántos. No es que no sepan lo que hacen. Lo saben. Lo han elegido.
Porque esto ya no va de ideas. Va de lealtades. De fidelidad al líder, al dogma, a la narrativa. El que se aparta, estorba. El que duda, molesta. Y el que disiente, peligra.
Antes, al poder se le fiscalizaba. Hoy, se le aplaude. Antes, la ciencia era duda metódica. Hoy, es consigna envuelta en tecnopapismo. Antes, el periodismo era molesto. Ahora, es domesticado, educado, inofensivo. Le ponen una cámara, un micro y le llaman independiente mientras le dictan el guion desde la planta noble.
La crítica ha pasado de deber moral a sospecha reaccionaria
La tecnología no se queda atrás. Se presenta como oráculo infalible. Como evangelio del progreso. Como si cada algoritmo, cada dato, cada dashboard fuese Palabra revelada que no admite herejía. Se impone lo que llaman “la verdad científica”, que no es otra cosa que la opinión del comité de turno elevado a dogma, y quien ose cuestionarlo queda excomulgado del templo del saber. Así de simple. Así de jodido.
¿Y la cultura? Ay, la cultura. La que un día fue lanza contra tiranos y espejo de verdades feas. Hoy es comparsa de galas institucionales, cortejo de subvención y palmera de dictador disfrazado de demócrata. Los que un día incomodaban con versos y cuadros ahora rinden pleitesía con performances ideológicas y literatura domesticada. El que se sale del guion, ya lo sabes: facha, terraplanista, negacionista o peligro público. Poco importa lo que diga. Importa si es “de los nuestros”.
Porque ese es el filtro. Ya no se mide lo que se dice, sino quién lo dice. Si es de tu cuerda, se le justifica, se le contextualiza, se le traduce con buena fe. Si es del otro lado, se le lincha. Y si no es de nadie, se le ignora, que es la forma más eficiente de enterrar a los que no caben en el tablero. Y así hemos llegado hasta aquí.
Que no se me malinterprete —aunque sé que más de uno lo hará, porque hoy se ofende más rápido que se piensa—: generalizar es siempre un error, y en este lodazal de obedientes con carné también hay excepciones. Honrosas, valientes, tercas en el mejor sentido de la palabra. Periodistas que aún preguntan cuando nadie quiere respuestas. Científicos que se atreven a investigar lo que no da puntos para un nuevo proyecto, pero sí sentido al conocimiento. Economistas que avisan del iceberg aunque eso les cueste una invitación al cóctel. Y artistas que, en lugar de venderse por un premio, prefieren molestar al ministro de turno. A todos ellos, mis disculpas. Porque cuando uno señala la gangrena, corre el riesgo de manchar al tejido sano. Pero también les lanzo un ruego: no claudiquen. Sigan. Perseveren. Hagan ruido. Porque sólo con su coraje podrá algún día cambiar esta visión jodidamente negra que hoy me atormenta.
Ya no se cuestiona al poder: se le adula, se le maquilla, se le aplaude
Una sociedad anestesiada por discursos prefabricados. Un conocimiento convertido en panfleto. Una economía manoseada por intereses de despacho. Una tecnología al servicio del relato. Y una prensa que ya no denuncia, sino que maquilla. Todo por mantener el chiringuito. Porque mientras el pueblo cree que elige, los de siempre deciden. Mientras uno cree que piensa, le están pensando el pensamiento. Y mientras canta las consignas del momento, le van podando derechos, le van robando la energía, le van quitando verdad.
Y cuando alguno se atreve a levantar la mano y preguntar, siempre hay una respuesta técnica, un informe del comité, un algoritmo bendito o un experto en el sofá de la televisión pública que te explica, con voz pausada y sonrisa de funcionario, por qué no hay que preocuparse. Que todo va bien. Que no seamos alarmistas. Que el futuro está asegurado si seguimos por este camino. Camino a dónde, cabría preguntar.
¿A una sociedad sin crítica? ¿Sin verdad? ¿Sin coraje para señalar al emperador desnudo? Porque eso es lo que están construyendo. Una catedral de consensos artificiales donde todo disidente es apestado y toda duda es traición.
Por eso el tuit de Jesús me dolió. Porque toca hueso. Y no un hueso cualquiera: uno de esos que están metidos en la estructura, que sostienen el cuerpo. El hueso de la conciencia crítica, de la libertad de pensamiento, de la dignidad intelectual. Uno que llevamos tiempo dejando que se pudra entre propaganda, subvención y obediencia.
Duele ver a científicos repitiendo consignas que no se atreverían a publicar si no llevasen el respaldo del poder. Duele ver a periodistas que un día fueron referencia de integridad venderse por una tertulia o una columna bien pagada. Duele ver a economistas que en privado confiesan que todo es un disparate, pero en público lo defienden para no perder la beca. Duele ver a escritores, músicos, actores, rendidos ante la comodidad del aplauso oficial. Duele porque no son anécdota. Son sistema.
Esto no va de ideologías, va de principios
Y como bien dice Jesús, lo blanquean. Lo maquillan. Lo embellecen con retórica hueca y palabras nobles prostituidas: progreso, igualdad, sostenibilidad, justicia social… Todas al servicio del relato del autócrata de turno. Que los hay de todos los colores, de todas las banderas, de todas las ideologías. Y todos, sin excepción, buscan lo mismo: perpetuarse.
Y para perpetuarse necesitan silencio. Necesitan obediencia. Necesitan miedo. Necesitan que el saber no cuestione, que la prensa no investigue, que la cultura no moleste. Necesitan, en fin, una sociedad domesticada.
Por eso hay que levantar la voz. Aunque te llamen reaccionario, facha, antisistema, alarmista o lo que toque según la temporada. Porque cuando todo el sistema ha decidido servir café al poder en lugar de ponerlo contra las cuerdas, el que disiente es el último vestigio de cordura.
Yo no quiero que pienses como yo. Me basta con que pienses. Sin miedo. Sin guión. Sin permiso.
Porque de eso va la libertad. Y si no hay libertad en la prensa, en la ciencia, en la economía o en la cultura, entonces no hay sociedad libre. Solo hay decorado democrático.
Y en ese decorado, los cortesanos son los nuevos protagonistas. Altavoces con nómina. Científicos de consigna. Artistas de eslogan. Todos sonriendo mientras el telón cae.
Esta es mi verdad, o al menos la que me he ganado a pulso, con lecturas, dudas y algún que otro tropiezo. No pretendo sentar cátedra. Solo levantar preguntas. Porque quizá tú veas las cosas de otra forma, y será un placer leerte. Aquí no se trata de imponer verdades, sino de cruzarlas. Así que si tienes algo que decir, dilo. Sin miedo, sin guiones, sin pedir permiso. Te leo en los comentarios.
Maravillosa mente la que tienes, en tu relato dices muy claro como el ser humano se vende por unos dias de gloria,, mas triste mente hay que reconocer, que asi Ha sido y asi sera,, el poder corrompe todo lo toca,, osea bueno para unos pocos,, y al resto que le DEN.
Querido tío, me alegra verte pasar por este humilde rincón virtual donde uno va dejando las verdades que le queman por dentro. Ojalá pudiera decirte que exageras, pero no. Lo has clavado como quien lleva toda una vida viendo cómo funciona el mundo sin necesidad de que nadie se lo explique. Por desgracia, las cosas siguen siendo como tú bien intuyes: el poder corrompe, y la mayoría aplaude mientras le roban hasta el aire.
Un abrazote desde esta tierra que uno quiere aunque la vea desagradecida, cobarde y vendida. Porque al final, pese a todo, es la nuestra.