A estas alturas, uno ya tiene más cicatrices que esperanzas. Así que cuando el Gobierno anunció con fanfarria, titulares y caritas sonrientes que se aprobaba el proyecto de ley para la reducción de la jornada laboral a 37,5 horas, lo primero que pensé fue: “otra promesa en diferido, otro brindis al sol”. Porque esto, queridos lectores, no es más que munición electoral lanzada al aire, buscando la ovación fácil antes de unas elecciones que ni están convocadas ni se atreven a convocar.

Que no se me malinterprete. No tengo nada contra trabajar menos. Al contrario. Si este país funcionara con jornadas más humanas y sueldos más dignos, yo sería el primero en aplaudir. Pero también he vivido lo suficiente para distinguir una reforma real de una promesa de campaña camuflada de ley. Y esto, perdonadme la crudeza, huele a cartón mojado.

Sí, el Consejo de Ministros ha dado luz verde al proyecto. Pero eso no significa que el lunes que viene salgas del trabajo a media tarde dando saltitos. La reducción de jornada laboral aún tiene que cruzar el desfiladero del Congreso de los Diputados. Y con este Gobierno en minoría, que camina sobre hielo fino mientras se le agrietan los pactos por todos lados, eso no es una travesía: es una misión suicida.

Junts ya ha anunciado una enmienda a la totalidad. Su argumento: que el texto, pactado solo con sindicatos españoles, “perjudica claramente a las pymes y autónomos catalanes”. PP y VOX también se han declarado en contra. El Congreso, más que cámara legislativa, se parece cada día más a una partida de ajedrez borracho. Así que si esto termina en el BOE, será casi un milagro legislativo.

Vamos con los detalles, que no tienen desperdicio. La propuesta estrella de este anteproyecto —que ahora ya es proyecto— es que la jornada laboral semanal baje de las 40 horas actuales a 37,5 horas sin reducción de sueldo. Lo cual, dicho así, suena a música celestial para el trabajador, pero a chirrido infernal para buena parte del empresariado patrio.

¿Y cuándo entra en vigor esta jornada laboral de 37,5 horas? Pues no mañana, ni este mes, ni probablemente este año. Se apunta a finales de 2025, si todo sale bien. Eso incluye pasar por comisiones, enmiendas, acuerdos de última hora y las ya previsibles presiones de la CEOE, que considera esto poco menos que una herejía económica. No sería la primera ley que se anuncia con bombo y platillo y luego se desinfla camino al Congreso.

La ministra Yolanda Díaz, en su tono habitual de “estamos haciendo historia”, ha asegurado que la medida “cambia la vida de la gente”. Qué bonito. Pero mientras tanto, en la vida real, los contratos basura siguen campando a sus anchas, la precariedad va en alza y los horarios laborales en muchos sectores son un chiste de mal gusto. Hay trabajadores a media jornada que curran diez horas, autónomos ahogados en cuotas y asalariados con convenios que parecen escritos en el franquismo. A esos, la reducción de jornada les suena a ciencia ficción.

Seamos serios: antes de reducir la jornada laboral, habría que garantizar que se cumple la actual. Y eso, por desgracia, no pasa. Ni con fichajes digitales, ni con registros horarios, ni con derechos a la desconexión que en teoría existen y en la práctica nadie respeta. El proyecto incluye, eso sí, refuerzos en el control horario digital y la obligación de permitir su consulta telemática. Otra frase bonita para la galería. Pero la realidad es que muchas empresas, especialmente en sectores como la hostelería o el comercio, siguen funcionando con métodos de control que harían sonrojar a un burócrata soviético.

La medida contempla también que los trabajadores a tiempo parcial puedan mantener sus horas actuales, lo que suena muy bien… salvo que nadie aclara si eso significa que habrá nuevos contratos parciales o simplemente más de lo mismo con otro nombre. Y luego está el famoso “periodo de adaptación para las empresas”, que es como decir “daremos tiempo para que encuentren la forma de esquivarlo”.

Y mientras tanto, el país sigue a lo suyo: la inflación no baja, los precios de los alquileres son un insulto, la sanidad hace aguas y la educación va en piloto automático. Pero eso sí, ahí está el Gobierno sacando pecho con una reducción de jornada que, en el mejor de los casos, será real dentro de año y medio. Y eso si no se cae antes el Ejecutivo, si no se adelantan elecciones o si no se congela el proyecto en algún cajón ministerial.

Y es que lo importante, al parecer, no es que trabajes menos, sino que creas que vas a trabajar menos. Que compartas la noticia, que aplaudas la promesa, que sientas que avanzamos. Aunque luego todo quede en nada. Esto va de titulares, no de derechos. De crear ilusión a corto plazo, no de garantizar bienestar a largo.

¿Queremos una jornada laboral más corta y mejor calidad de vida? Por supuesto. Pero también queremos leyes que no se queden en el limbo parlamentario. Queremos inspecciones de trabajo que funcionen, empresarios que respeten y políticos que legislen pensando más en el ciudadano que en la próxima campaña.

Así que si mañana tu compañero te dice, copa en mano, que “ya trabajamos 37,5 horas”, dale un golpecito en el hombro y dile que no se emocione. Que eso será —con suerte— dentro de año y medio. Y eso si todo va bien, si nadie traiciona a nadie y si el Gobierno sobrevive a sus propios fantasmas.

Y yo, mientras tanto, seguiré escribiendo desde este rincón del mundo, afilando las palabras como otros afilan navajas, esperando que alguna vez, entre tanto ruido y tanta pose, se apruebe algo que de verdad nos cambie la vida. Aunque me temo que, como siempre, acabaremos con menos horas… pero solo de sueño.

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Enrique Pampliega
Con más de cuatro décadas de trayectoria profesional, iniciada como contable y responsable fiscal, he ido transitando hacia un campo que acabaría por convertirse en mi verdadera vocación: integrar la geología con las tecnologías digitales. Desde 1990 he desempeñado múltiples funciones en el Ilustre Colegio Oficial de Geólogos (ICOG). Mi trayectoria incluye roles como jefe de administración, responsable de marketing y calidad, community manager y delegado de protección de datos. He liderado publicaciones como El Geólogo y El Geólogo Electrónico, y he gestionado proyectos digitales innovadores, como la implementación del visado electrónico, la creación de sitios web para el ICOG, la ONG Geólogos del Mundo y la Red Española de Planetología y Astrobiología, ente otros. También fui coordinación del GEA-CD (1996-1998), una recopilación y difusión de software en CD-ROM para docentes y profesionales de las ciencias de la Tierra y el medio ambiente. Además de mi labor en el ICOG, he participado como ponente en eventos organizados por Unión Profesional y la Unión Interprofesional de la Comunidad de Madrid, abordando temas como la calidad en el ámbito colegial o la digitalización en el sector. También he impartido charlas sobre búsqueda de empleo y el uso de redes sociales en instituciones como la Universidad Complutense o el Colegio de Caminos de Madrid. En 2003, inicié el Blog de epampliega, que en 2008 evolucionó a Un Mundo Complejo. Este espacio personal se ha consolidado como una plataforma donde exploro una amplia gama de temas, incluyendo geología, economía, redes sociales, innovación y geopolítica. Mi compromiso con la comunidad geológica fue reconocido en 2023, cuando la Asamblea General del ICOG me distinguió como Geólogo de Honor. En 2025 comienzo una colaboración mensual con una tribuna de actualidad en la revista OP Machinery.

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