El 25 de abril de 2025, el European Journal of Mineralogy publicó el que ya se considera el estudio más completo hasta la fecha sobre la mineralogía del cerebro humano. El artículo, titulado Mineralogy of the human brain: a review, detalla la presencia de minerales como magnetita, ferrihidrita o calcificaciones de hidroxiapatita en nuestro encéfalo. Minerales, sí. En la masa gris con la que soñamos, deseamos o firmamos hipotecas.
Lo fascinante —y aquí viene el giro— es que este artículo parece más un capítulo de una novela de ciencia ficción que un texto académico. O mejor dicho, parece sacado de La dimensión intangible, la última novela de Jesús Martínez Frías, ese geólogo de prestigio internacional que lo mismo pisa Marte que te hace pensar que el próximo paso evolutivo no lo decidirá el ADN, sino un cristal metido en tu cráneo.
Pero vayamos por partes, como diría un neurocirujano con bisturí de obsidiana.
Joseph Kirschvink y el hallazgo de la magnetita cerebral en 1992
Aunque ahora la ciencia saque pecho con revisiones de cientos de referencias, conviene recordar que el hallazgo inicial se remonta a 1992, cuando Joseph L. Kirschvink, investigador del California Institute of Technology, detectó magnetita biogénica en cerebros humanos. Lo que encontró aquel buen hombre fue una especie de brújula interna: cristales microscópicos de hierro magnetizado alojados en nuestro tejido cerebral.
¿Para qué sirven? ¿Qué hacen ahí? ¿Son restos evolutivos de un sistema de orientación animal? ¿O son, como sugeriría más tarde la ficción, contenedores de información? Preguntas abiertas, por entonces. Pero alguien las recogió.
Jesús Martínez Frías y su artículo en El País (1997): cuando la geología se volvió personal
Cinco años después, en 1997, Jesús Martínez Frías escribía en El País un artículo divulgativo en el que se hacía eco de ese descubrimiento. Frías no es nuevo en esto de mirar donde nadie mira. Lleva décadas escribiendo sobre geología planetaria, astrobiología, evolución mineral. Ha pisado volcanes activos, ha analizado meteoritos, ha colaborado con la NASA, y —más importante aún— ha pensado. Ha hilado ideas entre la ciencia y la filosofía, entre la exploración marciana y la condición humana. Su novela no es un delirio futurista, sino una prolongación lógica de su trayectoria científica. Porque en su universo narrativo —como en su trabajo académico— los minerales no son materia inerte, sino actores. Son archivo y profecía.
En aquel artículo, Frías no se limitaba a divulgar. Hacía lo que solo hacen los sabios: intuía. Intuía que esos minerales no eran solo rarezas biológicas, sino una clave. Una puerta. Una pista geológica metida en nuestra propia conciencia. Y esa chispa fue suficiente. Lo demás vino después: artículos, conferencias, y finalmente, novela. Y esa visión resuena ahora, como un eco irónico, en la publicación académica del 25 de abril. Allí donde el comité editorial solo ve estructuras cristalinas y potenciales neurotoxinas, Frías intuye puertas evolutivas. Donde la ciencia ve peligros, él vislumbra posibilidades. Donde los demás solo ven un átomo de hierro, él escucha el eco de una civilización que nos observa, desde el pasado o desde el cosmos.
Minerales en el cerebro y enfermedades neurodegenerativas
Volvamos al presente. El artículo publicado en el European Journal of Mineralogy revisa con precisión las implicaciones neurológicas de los minerales en el cerebro humano.
- La magnetita, según el estudio, puede estar relacionada con el estrés oxidativo, la inflamación cerebral y enfermedades como el Alzheimer o el Parkinson.
- Las nanopartículas de origen exógeno, especialmente aquellas derivadas de la contaminación urbana, se acumulan en áreas como la corteza frontal, colándose por el bulbo olfativo como un polizón microscópico con pasaporte contaminante.
- Se detectan también trazas de metales pesados como aluminio, cobalto, níquel o platino, vinculados a procesos neurotóxicos aún no del todo comprendidos.
La pregunta no es si hay minerales en nuestro cerebro. La pregunta es qué hacen allí. Y si alguien ya había empezado a responderla, ese fue Martínez Frías.
La dimensión intangible: ciencia ficción con base científica
La dimensión intangible no es una ocurrencia literaria al uso. Es la culminación de una trayectoria científica convertida en relato. En ella, los cristales de magnetita cerebral albergan un mensaje evolutivo, una especie de código cósmico —el «Mensaje Darwin»— legado por una inteligencia superior o ancestral.
No se trata de delirio místico ni de licencias poéticas. La novela está escrita con la misma lógica mineral que sostiene los cráteres lunares y los núcleos de los asteroides. En este universo narrativo, la magnetita no es solo un biomineral: es información comprimida, un catalizador de lo que la humanidad puede llegar a ser… si logra entenderla.
La ciencia alcanza a la ficción
El artículo científico recomienda avanzar en el uso de tecnologías de alta resolución para caracterizar la forma, estructura y ubicación de estos minerales en el cerebro. Justo lo que ya sugería —en clave narrativa— Martínez Frías desde su novela. Porque cuando la ciencia llega con lupa, la imaginación ya ha pasado con antorcha. Y eso, por mucho que pese a los académicos de bata blanca, suele ser así desde Galileo.
Mientras tanto, los científicos siguen sin saber por qué hay tanta magnetita en el cerebro humano. Ni qué consecuencias tiene. O si, como ya nos avisó el escritor-científico, esa presencia es parte de una evolución programada que no viene del futuro… sino del subsuelo. O del cosmos.
Mineralogía cerebral: entre la advertencia y la profecía
No es casualidad que el artículo científico recomiende el uso de técnicas avanzadas para analizar esas partículas. Ni que Martínez Frías proponga en su novela un futuro donde el ser humano ya no será lo que fue. Ambos discursos apuntan a lo mismo: la necesidad de mirar dentro de nosotros con la misma precisión con la que miramos a Marte. De dejar de pensar que la geología es cosa de rocas. De entender, de una vez por todas, que somos tierra que piensa, arcilla que duda, cristal que recuerda.
Y que quizá, en ese mineral escondido en el rincón más profundo de nuestra mente, se halle no solo el origen de nuestra conciencia, sino también su destino.