La historia es vieja como el comercio y nueva como los chips de silicio: cuando dos gigantes se pelean, las estanterías tiemblan y los consumidores, esos siervos del click, pagan el pato. Esta vez no fue diferente. Estados Unidos y China se han dado una tregua comercial de 90 días. Tres meses de respiro, como si el mundo pudiera arreglarse entre primavera y verano. Pero no nos engañemos: esto no es un gesto de buena voluntad. Es pánico puro, del de verdad. Del que huele a estanterías vacías, inflación galopante y votantes cabreados.

Y no hablamos de países cualesquiera. Esto va de Washington, que siempre presume de potencia, y de Pekín, que lleva décadas practicando la paciencia estratégica con la calma de quien sabe que en el ajedrez geoeconómico no gana el que pega primero, sino el que mueve después.

El falso romanticismo de las treguas

Llamar “tregua” a esta pausa arancelaria es como llamar “descanso” al pitido de un respirador artificial. Lo que hay aquí no es diplomacia sino agotamiento. Y Washington, que hasta hace poco vociferaba con su habitual soberbia que pondría de rodillas a los chinos a golpe de arancel, ha tenido que dar marcha atrás. ¿Por qué? Porque la logística es una hidra de mil cabezas, y cuando una de ellas se atraganta, no hay político que aguante el aliento rancio del desabastecimiento.

La Casa Blanca lo vendió como un “movimiento estratégico”. Pero lo cierto es que los grandes distribuidores estaban al borde del colapso, los fabricantes gritaban desde sus cadenas de producción rotas, y los votantes empezaban a ver cómo el futuro Black Friday podría convertirse en un jueves negro… de verdad.

Estanterías vacías: el terror del capitalismo moderno

A estas alturas, el que no entienda que los centros logísticos chinos son el corazón palpitante del consumo global, es porque nunca ha pasado una madrugada esperando que Amazon le entregue un peluche a tiempo para el cumpleaños del niño. El 74% de los productos de consumo de bajo coste que inundan Occidente tienen alguna parte fabricada, ensamblada o bendecida por manos chinas.

Con aranceles del 145% sobre muchos de esos bienes, Estados Unidos se estaba disparando en el pie, con pólvora mojada por su propia arrogancia. Los directores de compras, desde Walmart hasta Best Buy, empezaban a hablar en susurros de una palabra maldita: “stockout”. O lo que es lo mismo, que el consumidor llega a la tienda y no hay lo que busca. Y cuando eso ocurre, el consumidor no vota, castiga. Y el político, en campaña, tiembla.

De ahí la “tregua”. O el repliegue táctico, si queremos seguir jugando al Risk diplomático. Porque si algo quedó claro en esta guerra comercial es que no se puede morder la mano que te fabrica.

La presión inflacionaria: cuando el Made in China se cobra su venganza

Los aranceles que Trump elevó como murallas económicas, lejos de beneficiar al consumidor nacional, elevaron los precios como una marea que no entiende de fronteras. El Made in China seguía llegando, sí, pero a precio de oro. Y eso en una economía inflada hasta las costuras, con tipos de interés bailando en el filo de la recesión, es dinamita electoral.

La Reserva Federal lo sabía. Y los asesores económicos también. Solo faltaba que lo entendiera el inquilino de la Casa Blanca. Y cuando por fin lo hizo, cuando los informes comenzaron a hablar de una inflación importada que estaba hundiendo el consumo, se firmó el alto al fuego. No por convicción, sino por necesidad.

Y mientras tanto, ¿qué hacía China?

Pekín baja la palanca: del rugido al silencio industrial

China, ese leviatán económico que duerme con un ojo abierto, entendió algo antes que nadie: si Estados Unidos le cerraba las puertas, no había por qué forzar la entrada. Bastaba con apagar las máquinas y dejar que el mundo sintiera el silencio.

Eso hicieron. Fábricas en Zhejiang, Guangdong y Hunan comenzaron a cerrar turnos, suspender trabajadores y dejar los almacenes vacíos, no por falta de producción, sino por exceso. No pueden vender lo que producen. El PMI manufacturero cayó a 49, los pedidos de exportación se desplomaron a 44,7 y los parques logísticos empezaron a parecer cementerios de contenedores. Como un recuerdo en pausa de lo que fue el taller del mundo.

La jugada era simple: reducir oferta, conservar músculo, y obligar al rival a levantar el pie. Porque un Estados Unidos sin juguetes, sin microchips y sin pantalones baratos es más débil que una China sin clientes. Al menos por ahora.

Protestas en China: cuando el modelo sufre sus grietas

Pero no todo es cálculo frío. Pekín también está pagando su precio. Las protestas por despidos, sueldos impagados y cierres temporales han estallado en varias ciudades. Ya no es solo una cuestión económica: es social. Cuando el dragón industrial chino tose, millones de trabajadores se quedan sin pan. Y eso, en una economía donde la estabilidad lo es todo, preocupa en Zhongnanhai más que los tuits de Washington.

Por eso, esta tregua también es una bendición para Xi Jinping. Le permite calmar las aguas, reactivar algunas fábricas, y mostrar a su población que la máquina sigue viva. Aunque sea con respiración asistida.

Europa: la convidada de piedra… que quiere sentarse a la mesa

Y en este duelo de titanes, Europa, como siempre, llega tarde y mal. Pero aún así, llega. Porque cada vez que EE.UU. y China se pelean, Bruselas se mira al espejo y recuerda que tiene una moneda fuerte, una economía mediana, y un complejo de inferioridad crónico.

Esta tregua, sin embargo, le abre un espacio. Un hueco. Un resquicio para tejer acuerdos, reposicionarse y aprovechar la pausa para vender su propia mercancía. Si es que se atreve. Porque el viejo continente, últimamente, parece más un museo que un mercado. Pero aún quedan diplomáticos con olfato que saben que cuando los gigantes duermen, los medianos negocian.

¿Y después de los 90 días?

Buena pregunta. Nadie lo sabe. Quizás vuelvan los aranceles. Quizás se sienten de verdad a negociar. Quizás todo sea parte de un teatro en tres actos cuyo final ya está escrito. Pero mientras tanto, el mundo respira. Y las fábricas, unas encienden y otras apagan, al compás del gran juego geoeconómico.

Reflexión final: cuando el mercado impone su ley

En el fondo, esta tregua no la han firmado Trump ni Xi. La ha firmado el mercado. Las grandes empresas, los lobbies logísticos, los minoristas desesperados y los consumidores cabreados. Ellos son quienes han dictado esta pausa. Porque ni el más bravo de los presidentes puede aguantar el golpe de unas estanterías sin productos o una inflación que se come las pensiones.

Y en eso, hay una lección incómoda: los gobiernos pueden jugar a la guerra, pero es el comercio quien escribe la paz. Al menos, durante 90 días.

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Enrique Pampliega
Con más de cuatro décadas de trayectoria profesional, iniciada como contable y responsable fiscal, he ido transitando hacia un campo que acabaría por convertirse en mi verdadera vocación: integrar la geología con las tecnologías digitales. Desde 1990 he desempeñado múltiples funciones en el Ilustre Colegio Oficial de Geólogos (ICOG). Mi trayectoria incluye roles como jefe de administración, responsable de marketing y calidad, community manager y delegado de protección de datos. He liderado publicaciones como El Geólogo y El Geólogo Electrónico, y he gestionado proyectos digitales innovadores, como la implementación del visado electrónico, la creación de sitios web para el ICOG, la ONG Geólogos del Mundo y la Red Española de Planetología y Astrobiología, ente otros. También fui coordinación del GEA-CD (1996-1998), una recopilación y difusión de software en CD-ROM para docentes y profesionales de las ciencias de la Tierra y el medio ambiente. Además de mi labor en el ICOG, he participado como ponente en eventos organizados por Unión Profesional y la Unión Interprofesional de la Comunidad de Madrid, abordando temas como la calidad en el ámbito colegial o la digitalización en el sector. También he impartido charlas sobre búsqueda de empleo y el uso de redes sociales en instituciones como la Universidad Complutense o el Colegio de Caminos de Madrid. En 2003, inicié el Blog de epampliega, que en 2008 evolucionó a Un Mundo Complejo. Este espacio personal se ha consolidado como una plataforma donde exploro una amplia gama de temas, incluyendo geología, economía, redes sociales, innovación y geopolítica. Mi compromiso con la comunidad geológica fue reconocido en 2023, cuando la Asamblea General del ICOG me distinguió como Geólogo de Honor. En 2025 comienzo una colaboración mensual con una tribuna de actualidad en la revista OP Machinery.

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