Confieso que conocí «El Eternauta» hace años, en una de edición argentina de 2015. Lo abrías y era como si la nieve te cayera directamente en los dedos. Las primeras páginas ya te metían en esa Buenos Aires asediada por una nevada asesina, y no había vuelta atrás. Juan Salvo, el protagonista, era el tipo de héroe que no se fabrican ya: un hombre común enfrentado a lo imposible, sin capa, sin gadgets, sin frases lapidarias. Solo con coraje, desesperación y el deseo de proteger a los suyos.
La historieta fue inicialmente editada en Argentina como una serie de 106 entregas desde 1957 a 1959, dentro de la revista Hora Cero Semanal. Y aunque el formato serializado pueda parecer arcaico hoy en día, fue precisamente esa estructura la que ayudó a forjar su carácter legendario. Cada entrega semanal dejaba un regusto amargo, un suspense brutal, como una gota de nevada letal cayendo en la nuca del lector.
Cuando Netflix anunció que iba a adaptar la historia a una miniserie, reconozco que me puse a la defensiva. No por esnobismo, sino por supervivencia emocional. Ya me habían escupido encima demasiadas veces en forma de adaptaciones «modernas» que destripan la esencia de lo que pretenden homenajear. Pero, en este caso, me equivoqué. Lo digo claro: «El Eternauta», la serie, está bien hecha. Y eso, amigos míos, en los tiempos que corren, es casi un milagro.
Dirigida por Bruno Stagnaro y protagonizada por un Ricardo Darín sobrio y contenido como Juan Salvo, la serie respira respeto. No es un pastiche posmoderno, ni una relectura absurda de laboratorio. Se nota que hay cariño por la obra original. Y, aunque se ha actualizado la historia a un contexto más contemporáneo, la columna vertebral sigue intacta: la resistencia, la colectividad, el miedo, la nieve como metáfora del horror.
No es fácil trasladar al audiovisual una obra tan cargada de simbolismo y peso histórico. Oesterheld, el guionista original, desaparecido por la dictadura argentina, no escribió un simple relato de ciencia ficción. Escribió un manual de resistencia con alienígenas como excusa. Porque «El Eternauta» no va solo de invasiones, va de cómo reacciona una sociedad cuando el abismo se planta en la puerta de casa. Va del vecino que comparte su máscara de oxígeno contigo, del tipo que no se esconde mientras todo se derrumba.
La serie acierta en su atmósfera: oscura, helada, con una Buenos Aires desierta que parece sacada de un sueño roto. Los efectos especiales no son deslumbrantes, pero cumplen. No está pensada para deslumbrar con pirotecnia, sino para calar. La nevada, esa maldita nevada que mata al caer, se siente presente, real, opresiva. Y eso es un logro.
Darín, como siempre, no decepciona. Hace de Juan Salvo sin sobreactuar, con ese aire cansado de hombre que ya ha visto demasiado. La relación con su familia está bien dibujada, y se agradece que no hayan caído en el melodrama barato. Hay contención, hay humanidad. En los primeros capítulos, sobre todo, se palpa el miedo. Un miedo lento, blanco, que avanza centímetro a centímetro.
Sí, hay peros. Los últimos episodios pierden algo de fuerza. Se nota cierta prisa por cerrar tramas, por llegar a un final que, para quienes conocen el cómic, ya está tatuado en la memoria. Algunos secundarios podrían haber tenido más profundidad, y hay decisiones narrativas que desconciertan. Pero no empañan el conjunto. Uno termina de verla con la sensación de que el legado está, si no intacto, al menos respetado. Y eso, en estos tiempos de revisionismos groseros, no es poca cosa.
Claro que el cómic sigue ganando. Lo hará siempre. Porque tiene algo que la pantalla no puede igualar: el silencio de la lectura, la pausa que te obliga a mirar cada viñeta, la posibilidad de volver atrás una y otra vez sin que se te escape el hilo. La nieve de Solano López, dibujada con esa línea sucia y temblorosa, te congela más que cualquier CGI. Y las palabras de Oesterheld, escritas con rabia y ternura a partes iguales, siguen siendo dinamita.

Ver la serie me ha servido para volver al cómic. Lo he sacado de la estantería, lo he soplado, lo he releído con la misma pasión de la primera vez. Y me he dado cuenta de que «El Eternauta» no es solo una historia: es un aviso. Una advertencia. Una pregunta lanzada al futuro que, por desgracia, seguimos sin saber responder del todo.
Netflix ha hecho lo que podía, y lo ha hecho bien. No ha pretendido reinventar la rueda ni traicionar el espíritu de la obra. Ha puesto la historia al alcance de una nueva generación, que tal vez no lea ya viñetas pero aún tiene miedo cuando cae la nieve. Y quizás eso baste. Quizás con eso, Juan Salvo siga resistiendo un poco más. Como el lector que fui. Como el que, pese a todo, sigo siendo.
«El Eternauta: De Hora Cero a Netflix«. Esta es la charla que tendrá lugar mañana viernes 16 de mayo de 2025 a las 20:00h en el Kurnch!,en Quadernillos. De la mano de autores (Eduardo Risso, Dario Adanti), guionistas (David Muñoz), periodistas (Raquel Hernández) y académicos (Kiko Saez de Adana) y analizaremos las claves de esta joya irrepetible del 9º arte.