Hay libros que se leen, y hay libros que se atragantan. No porque sean indigestos, sino porque son un puñetazo directo al estómago de las buenas conciencias. «El triunfo de la estupidez» es uno de esos. Jano García, como ya nos tiene acostumbrados, no se anda con paños calientes. Su diagnóstico de la enfermedad que corroe los cimientos de Occidente es directo, documentado, sin anestesia. Y lo que duele no es el diagnóstico, sino reconocer que estábamos avisados desde hace décadas y que, aun así, hemos preferido mirar hacia otro lado.
No hay trampa ni cartón. Desde la primera página, el autor nos invita a mirar de frente la pestilencia que exhala el culto a la mediocridad. Y lo hace con cifras, con nombres, con ejemplos. Porque Jano, como buen economista, no juega al sentimentalismo: juega a los datos. Y en esta partida, deja al descubierto el farol de las ideologías buenistas que, bajo pretexto de igualdad, multiculturalidad o justicia social, no han hecho sino colocar en el trono a una nueva nobleza: la de los necios.
La estupidez no es una carencia accidental, sino una herramienta deliberada de control social
Es imposible leer este libro sin acordarse de aquella advertencia que hizo alguna vez Umberto Eco: que las redes sociales habían dado voz a legiones de idiotas. Jano va más allá. Sostiene que esa idiotez no es un subproducto accidental del progreso, sino una estrategia calculada. Que las élites gobernantes, junto con los medios y las grandes corporaciones, han convertido la ignorancia en una herramienta de control. La estupidez, dice, ha dejado de ser un problema individual para convertirse en una pandemia cultural. Y no le falta razón.

En este punto, no puedo evitar traer a colación al maestro Carlo Maria Cipolla y su imprescindible «Tratado sobre la estupidez humana«. Cipolla, con su fina ironía y su rigor analítico, ya advertía que los estúpidos son más peligrosos que los malvados porque actúan sin lógica, sin interés personal, pero causando daño a todos por igual. Y si Cipolla puso los cimientos, otros como Giancarlo Livraghi los ampliaron con obras como «El poder de la estupidez», que también reposa, no por casualidad, en mis estanterías. Porque como Jano, soy consciente de que esta sociedad está inundada por la estupidez, y uno necesita munición intelectual para no sucumbir a ella.
Uno podría pensar que se trata de una hipérbole, de un grito desesperado de un nostálgico del mundo anterior a X —tuiter para los amigos—. Pero no. Jano demuestra con datos y argumentos que esta glorificación de lo banal no es casual. Que la promoción de la vulgaridad, la erradicación del esfuerzo, el ataque constante a la meritocracia y la exaltación de la envidia han sido armas cuidadosamente diseñadas para convertirnos en una masa uniforme, fácil de manejar, mansa, sumisa, cutre y lanar.
Y lo peor es que ha funcionado. Vivimos en una sociedad que ha sustituido el ideal de justicia por el reparto de agravios. Donde la sofisticación es vista con desprecio y la excelencia con sospecha. Donde el éxito se mide por la capacidad de repetir consignas, no por el ingenio, el trabajo o la creatividad. Una sociedad que ha confundido la solidaridad con el igualitarismo absoluto y que, en nombre de una falsa empatía, ha aplaudido leyes que premian la ignorancia y penalizan el talento.
Jano García no se limita a quejarse. Va al fondo. Y lo hace con la precisión de un cirujano que no teme mancharse las manos. Nos muestra cómo los discursos sobre la igualdad, la multiculturalidad o la justicia social han sido pervertidos para consolidar una hegemonía cultural que no tolera la disidencia ni el pensamiento crítico. Porque en esta nueva era, pensar es un acto subversivo. Y eso, al poder, le molesta.
Uno de los grandes aciertos del libro es su capacidad para conectar temas aparentemente dispersos y mostrar el hilo que los une. Desde el adoctrinamiento educativo hasta la propaganda mediática, desde la ingeniería social hasta la legislación absurda, todo encaja en una maquinaria perfectamente engrasada cuyo objetivo último es suprimir cualquier atisbo de libertad real. Porque sí, el libro habla de estupidez, pero en realidad habla de poder. De cómo se ha utilizado la ignorancia como forma de dominio.
Y aquí llegamos a uno de los puntos más inquietantes: la servidumbre voluntaria. Jano retoma esa vieja idea de La Boétie y la actualiza con escalofriante lucidez. El problema no es solo que nos gobiernen los más mediocres, sino que lo hacen con nuestro consentimiento. Que nos entregamos a ellos, con una sonrisa, celebrando nuestra propia decadencia. Que votamos a quienes nos prometen menos libertad a cambio de más confort. Que preferimos la mentira dulce a la verdad amarga. Y en ese gesto, en esa claudicación intelectual y moral, radica el verdadero triunfo de la estupidez.
El igualitarismo impuesto ha sustituido la meritocracia por la vulgaridad, penalizando el talento y celebrando la ignorancia como virtud
En un mundo donde todo se mide en likes y seguidores, hablar de belleza, de justicia o de excelencia suena a extravagancia. Pero Jano García se atreve. Se atreve a defender la meritocracia, a vindicar la desigualdad natural, a reivindicar la libertad como un valor supremo que no puede sobrevivir sin responsabilidad individual. Y lo hace con una claridad y una valentía que, por desgracia, escasean en el panorama editorial actual.
Este no es un libro para pusilánimes. Es un libro que cabrea, que incomoda, que provoca. Pero también es un libro que ilumina, que ordena el caos, que ofrece argumentos a quienes todavía creen que el pensamiento crítico es una forma de resistencia. Porque eso es, en el fondo, «El triunfo de la estupidez»: un manual de autodefensa intelectual. Una llamada a la insumisión cultural. Un grito de alarma ante la posibilidad, cada vez más real, de que estemos asistiendo al suicidio de Occidente por sobredosis de necedad.
Como lector habitual de Jano, confieso que una vez más no me ha defraudado. Al contrario. Ha afinado la pluma, ha cargado de metralla los argumentos y ha disparado con puntería quirúrgica contra los dogmas que asfixian la libertad. Y uno, que lleva años viendo cómo el debate público se convierte en un lodazal de consignas, agradece encontrar una voz que, sin miedo ni complejos, llama a las cosas por su nombre.
«El triunfo de la estupidez» no es un libro amable. Pero es un libro necesario. Y urgente. Porque mientras aplaudimos realities y cancelamos disidentes, mientras confundimos la opinión con el conocimiento y el victimismo con la virtud, el mundo que conocimos se desmorona. Y si no reaccionamos, si no nos plantamos, si no empezamos a leer, a pensar y a decir en voz alta lo que muchos callan, puede que cuando queramos recuperar la inteligencia ya sea demasiado tarde.
En resumen: Jano no defrauda. Nunca lo hace. Y esta vez, más que nunca, nos entrega una obra que debería ser lectura obligatoria en cualquier lugar donde aún quede una chispa de sentido común. Que no es poco, visto el panorama.