Vuelvo a traer aquí al Pampliega más reconocido de la familia en esta época —el más mediático, el más curtido, el hijo del conflicto—. Y lo hago porque Cowboys en el infierno no es un libro que se pase por encima. Es una bala literaria, con la punta bien afilada, directa al corazón de una profesión que a fuerza de vocación y miseria se ha ido quedando sin alma.

Hay libros que entretienen y otros que duelen. Este duele —ya llevo unos pocos—. Porque Antonio no escribe desde el sofá, ni desde el plató, ni desde la redacción. Escribe desde el polvo de Alepo, desde el miedo de un secuestro que le duró 299 días y desde la soledad del periodista freelance que se juega el tipo por dos duros y una promesa que nunca se cumple.

De qué va esto: Alepo, 2012

El argumento de Cowboys en el infierno es tan brutal como real. Lucas Corso y El Guaje, dos corresponsales de guerra españoles, se encuentran cubriendo la sangrienta batalla de Alepo en 2012. Jóvenes, sí, pero ya bregados en mil conflictos, viajan por su cuenta, trabajan como freelances para diferentes medios y se alimentan de esperanza, precariedad y adrenalina. En ese infierno de fuego cruzado, donde cada esquina puede ser la última, pondrán a prueba no solo su compromiso con la profesión, sino su resistencia física, emocional y moral.

Antonio retrata la guerra urbana con una precisión asfixiante. La muerte espera al cruzar la calle o al doblar una esquina, sin importar que seas niño, doctora o periodista. Alepo, la milenaria ciudad siria, se convierte en el símbolo de todo lo que hemos permitido que se rompa: humanidad, ética, sentido común.

En ese paraíso de francotiradores e infierno de víctimas, el autor va esbozando el retrato de toda una generación de periodistas freelance que trabajan como llaneros solitarios. Son los cowboys del siglo XXI, los últimos románticos de una profesión convertida en pesadilla por culpa de unos medios de comunicación en crisis que los explotan, los exprimen y luego, si acaso, les publican algo. El sueño del periodismo convertido en ruina. La épica, en derrota.

Freelance: esa palabra que significa “a tu suerte”

Uno de los pilares de Cowboys en el infierno es el retrato descarnado del periodismo freelance. Es una denuncia que no es panfleto: es autobiografía. Antonio lo ha vivido, lo ha sufrido, lo ha vomitado y ahora lo convierte en narrativa. Cuenta que le ofrecieron canjear un reportaje en Afganistán por “bagaje profesional”. Traducción: trabaja gratis y da gracias. A los 25 lo aceptas, a los 30 ya mandas a tomar por saco a todos los cabrones de la redacción.

Porque este oficio se sostiene sobre la miseria de quienes creen en él. El libro lo muestra sin anestesia. No se trata solo de contar guerras: se trata de sobrevivir a ellas. Y luego esperar a que algún medio se digne a comprarte el material, a regatearte el precio, a meterte en la tabla de tarifas variables, como si la sangre tuviera descuento.

Antonio lo dice claro: en España no hay tarifas fijas, ni respeto, ni red de seguridad. Y si te matan, nadie tiene que pagar tu repatriación. Freelance es libertad, sí, pero también desamparo.

No es “Territorio Comanche”. Es más jodido aún.

Él mismo lo dice: Cowboys en el infierno es una especie de réplica —con respeto, pero con intención— a Territorio Comanche, aquel libro con el que Reverte encendió la mecha de toda una generación de reporteros. Pero aquí no hay TVE, ni chaleco con siglas, ni paracaídas institucional. Hay carne y hueso. Hay precariedad y muerte real. Aquí los cowboys no cabalgan con banda sonora: cruzan las calles con el alma en vilo, esperando que el próximo disparo no lleve su nombre.

La comparación con Reverte no es gratuita. Es necesaria. Porque marca el punto de inflexión entre dos mundos: el del corresponsal con respaldo, y el del corresponsal autónomo, que paga su chaleco, su avión y hasta su rescate, si se tercia.

Literatura de verdad, sin adorno

Antonio escribe con las manos manchadas. No hay estilismos ni poses. Su prosa es una piedra lanzada desde la trinchera. No embellece, no dulcifica, no oculta. Este libro es una confesión escrita sin red, un acto de verdad que escuece porque obliga al lector a mirar donde no quiere. Y porque lo que muestra no es solo una guerra: es el fracaso de un modelo periodístico.

Aquí se habla de Alepo, sí, pero también de cómo un reportero se convierte en pieza desechable de una industria que solo sabe medir clics. Aquí se narra la guerra, pero también la espera de un email que nunca llega, la humillación de negociar el precio del horror, la certeza de que estás solo.

Punto y final… o casi

Antonio lo ha dicho: con este libro cierra etapa. Se acabó el ser freelance. Se acabó el jugarse la vida sin red. Ya está bien. Después de 18 años, de premios, secuestros y portadas, quiere una nómina, una cama tranquila y la posibilidad de ver crecer a su hija sin tener que contarle guerras desde una pantalla. No abandona el periodismo: cambia de trinchera. Ahora sigue contando historias, pero desde otro lugar, con otras herramientas. Y no le culpo. Nadie puede vivir eternamente al borde del abismo.

Un libro necesario. Urgente, incluso.

Cowboys en el infierno no se lee para entretener. Se lee para entender. Para recordar que detrás de cada crónica hay alguien que se la juega. Para no olvidar que sin periodismo valiente no hay democracia, ni conciencia, ni humanidad.

Este libro no pide compasión, ni indulgencia. No busca aplausos. Busca que abras los ojos. Que entiendas que hay gente que ha estado allí, y que ha vuelto para contártelo. Que hay profesionales que escriben con metralla bajo las uñas, y que lo hacen no por dinero, sino por esa pulsión suicida que es contar la verdad.


El valor de no callar

Este no es el Pampliega de los libros. Es el Pampliega que sangra. El que sabe que cada línea escrita en este libro puede doler más que una herida. Pero lo hace. Y lo agradezco. Porque necesitamos libros así. Porque estamos rodeados de ruido y nos falta verdad. Porque hay muchas guerras, y muy pocos dispuestos a contarlas desde dentro.

Cowboys en el infierno no es una novela. Es un manifiesto. Un testimonio. Un disparo. Uno de esos libros que no se olvidan. Uno de esos autores que, como diría el propio Reverte, escribe con el corazón en un puño y las botas llenas de barro.

Si quieres saber lo que hay más allá del titular, si no te asusta la verdad, si aún crees en el periodismo, este libro es para ti. Y si no… también. Para que entiendas de una vez qué significa jugarse el alma por contarlo.

Artículo anteriorEl triunfo de la estupidez, de Jano García: el reinado de los necios
Artículo siguienteChina acelera en la conquista del espacio mientras EE. UU. recorta y Europa bosteza
Enrique Pampliega
Con más de cuatro décadas de trayectoria profesional, iniciada como contable y responsable fiscal, he evolucionado hacia un perfil orientado a la comunicación, la gestión digital y la innovación tecnológica. A lo largo de los años he desempeñado funciones como responsable de administración, marketing, calidad, community manager y delegado de protección de datos en diferentes organizaciones. He liderado publicaciones impresas y electrónicas, gestionado proyectos de digitalización pioneros y desarrollado múltiples sitios web para entidades del ámbito profesional y asociativo. Entre 1996 y 1998 coordiné un proyecto de recopilación y difusión de software técnico en formato CD-ROM dirigido a docentes y profesionales. He impartido charlas sobre búsqueda de empleo y el uso estratégico de redes sociales, así como sobre procesos de digitalización en el entorno profesional. Desde 2003 mantengo un blog personal —inicialmente como Blog de epampliega y desde 2008 bajo el título Un Mundo Complejo— que se ha consolidado como un espacio de reflexión sobre economía, redes sociales, innovación, geopolítica y otros temas de actualidad. En 2025 he iniciado una colaboración mensual con una tribuna de opinión en la revista OP Machinery. Todo lo que aquí escribo responde únicamente a mi criterio personal y no representa, en modo alguno, la posición oficial de las entidades o empresas con las que colaboro o he colaborado a lo largo de mi trayectoria.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí