Ahora que colaboro con una revista del gremio, me he visto, como tipo curioso que soy, asomado al pozo tecnológico por el que se desliza la minería moderna. Y qué quieren que les diga: a uno, que siempre se ha interesado por este sector más por trabajo que por devoción, le sigue sorprendiendo lo que puede encontrarse al escarbar entre boletines técnicos y ferias especializadas. Resulta que ahora se mina desde el salón, con joystick en una mano y café en la otra, como quien juega al Call of Duty pero con consecuencias reales y millones en juego.
¿Qué es eso de la minería en remoto? Pues ni más ni menos que el último truco del almendruco de una industria que, mientras aún huele a dinamita y sudor, ha metido un pie en la era digital. Es el arte de extraer minerales desde lejos, sin necesidad de que haya un tipo con casco bajo tierra —o casi—. Las máquinas hacen el trabajo, y el operario las dirige desde un centro de control que bien podría confundirse con la cabina de un Boeing o el puente de mando de una nave espacial.
La cosa tiene su gracia. Imaginen ustedes a un operador en Tang Shan Gou, China, sentado frente a una pantalla gigante. En lugar de bajar a picar carbón, mueve una perforadora a 600 metros de profundidad desde la superficie. Y no es ciencia ficción. Allí lo hacen a diario. Gracias a redes 5G y sistemas SCADA que parecerían sacados de un thriller tecnológico, estos tipos tienen bajo control remoto toda la infraestructura de la mina.
SCADA, para los no iniciados, es el acrónimo de Supervisory Control And Data Acquisition. O lo que es lo mismo, un sistema que permite ver, controlar y analizar en tiempo real todo lo que ocurre en la operación minera: temperatura, presión, estado de las máquinas, niveles de agua… Y, lo mejor de todo, sin tener que meterse en las profundidades.
Éste no es un invento exclusivo de los chinos. En Europa también saben lo que se hacen. El proyecto «illuMINEation», por ejemplo, está convirtiendo minas del continente en escenarios de ciencia ficción. Hablamos de plataformas IIoT (Internet Industrial de las Cosas) que monitorizan en tiempo real lo que ocurre en el subsuelo y generan mapas en 3D, con drones, sensores y gemelos digitales que permitirán anticiparse a fallos antes de que aparezcan. Lo próximo será que la maquinaria tenga conciencia propia y pida el almuerzo por Deliveroo.
En este nuevo escenario, las excavadoras, palas cargadoras y camiones son poco menos que autónomos. Si uno lo piensa fríamente, es el sueño de cualquier jefe de obra: una flota de máquinas que no protesta, no se lesiona, no hace pausas para fumar y responde con eficacia de robot. Se les programa, se les vigila desde la pantalla, y allí van, como hormigas mecánicas, sacando mineral con puntualidad británica.
El operador, mientras tanto, está en una sala climatizada, con silla ergonómica, pantalla curva y cafetera de cápsulas a mano. Ya no se mancha las botas, ni arriesga el pellejo. Se ha transformado en una suerte de piloto de dron minero. Le basta con saber interpretar datos, manejar interfaces gráficas y tener algo de pulso para los joysticks. Si se cae una viga, si hay un escape de gas o una sobrepresión, el SCADA salta con alarmas, apaga secciones, llama a mantenimiento y hasta le recuerda al operador que le quedan cinco minutos para fichar la salida.
¿Se ha perdido el romanticismo de la minería? Sin duda. Ya no hay barrenos al alba, ni lampistas con farol. Pero también se ha ganado en seguridad, en eficiencia y en sostenibilidad. Porque no nos engañemos: mientras nadie quiere una mina cerca de casa, todos queremos cobre en el móvil, litio en la batería y tierras raras en el motor eléctrico. Y para eso hace falta extraer, aunque sea desde un centro de control a mil kilómetros de distancia.
En resumen, la minería en remoto es una realidad. No es el futuro: es el presente. Se está aplicando en China, en Europa y también, con más discreción, en proyectos piloto por medio mundo. Es el nuevo paradigma de una industria que no quiere desaparecer, sino transformarse. Y a los que observamos este mundo con una mezcla de asombro técnico y escepticismo veterano, no nos queda otra que quitarnos el sombrero —o el casco, si lo prefieren— ante tamaña revolución silenciosa.
Y ahora, si me permiten, voy a echar un vistazo a unas palas robóticas que prometen excavar solas en turnos de 24 horas. Lo dicho: el monte siempre tira de la cabra. O era al revés, ya ni me acuerdo.