La política española es hoy una comedia negra que he visto tantas veces que ya ni me inmuto. Se repite como una mala serie de sobremesa. Un día toca un informe policial, otro una cátedra regalona, y al siguiente un ministerio salpicado. Y los protagonistas siempre son los mismos. La coreografía es predecible: negarlo todo, acusar al rival, filtrar a la prensa amiga, y si no funciona, se pasa página. Yo ya no espero justicia ni vergüenza, sólo más mugre.

Y lo más sangrante es que económicamente, España tenía buena cara, con problemas, sí, pero buena cara. Rótulos de récord por todos lados: turistas, gasto, empleo. Dinero europeo a raudales. Pero bajo esa fachada, la casa estaba llena de termitas. Se hablaba de transformación, de digitalización, de ciencia, de futuro. Pero sólo llegaron papeles, ruedas de prensa y millones encajonados. Un 22% de ejecución. Y gracias. El resto se fue en humo y consultoras, en promesas que nunca llegaron al ciudadano. La historia de siempre.

La política como trampa y trinchera

Uno querría pensar que, con tanto reto por delante, el Congreso estaría trabajando a destajo. Pero no. Es un cementerio de leyes. En año y medio, solo 28 aprobadas. Mientras tanto, las normas prometidas se apilan en un cajón con telarañas. El Gobierno va con 121 escaños y una cuerda al cuello: depende de siete partidos distintos, cada uno tirando para su cortijo. Así no se gobierna un país, se mendiga cada votación.

Corrupción: el perfume habitual del poder

He perdido la cuenta de los nombres: Santos Cerdán, Ábalos, Begoña Gómez, Leire Díaz, David Sánchez… Todos suenan a personajes de esperpento. Todos comparten una cosa: el olor a podrido. Contratos amañados, comisiones, cátedras fantasma, grabaciones, enchufes familiares… Nada sorprende ya. Todo es tan vulgar, tan cotidiano, que a uno le da más rabia la impunidad que los hechos en sí. Mientras tanto, ADIF hace de símbolo perfecto: trenes con retraso, ejecutivos imputados, fondos europeos malgastados. Europa nos entregó el combustible y aquí lo vertimos al suelo.

Y luego está él, claro. El maquinista en jefe. Pedro Sánchez, presidente del Gobierno y devoto absoluto del poder por el poder. Un tipo aferrado al sillón como si fuera lo único que le queda en la vida, dispuesto a inmolar el tren entero con tal de no soltar el mando. Su filosofía es simple y suicida: o mi sillón o la nada. No le importa despeñar el convoy llamado España por el barranco del descrédito institucional, la ruina territorial o la indignidad democrática, con tal de mantenerse en pie, aunque sea sobre los escombros. La historia le importa poco, la patria aún menos. Lo suyo es resistir, aunque haya que vender el alma a plazos y por tramos autonómicos. Un maquinista loco con cara de estadista europeo y alma de tahúr de casino, que juega con las fichas de todos nosotros como si fuesen de papel.

Y si quedaba alguna duda de su falta de dignidad, lo disipó él mismo ayer con una de sus últimas puestas en escena. Se presentó en una mal llamada rueda de prensa —en realidad un monólogo sin preguntas— con cara compungida y maquillaje a juego, como si aquello fuera un funeral televisado. Un espectáculo lamentable, digno del mejor Berlanga. Lo mejor, eso sí, fue el meme que corrió como la pólvora por redes: “Penita, oiga”, decía el pie de foto. Pues eso. Penita.

Cómplices y verdugos: socios que ordeñan a España

Pero si algo me saca de quicio, más que el presidente, más que los presuntos corruptos de traje y corbata, son sus socios. Porque este gobierno no sólo sobrevive al escándalo: se alimenta de él. Se sostiene gracias a una corte de partidos nacionalistas y oportunistas cuyo único proyecto es ordeñar esta vieja burra llamada España hasta que ya no dé más leche. Su patriotismo se mide en transferencias. Su moral, en escaños. Y cuanto peor esté España, mejor les va a ellos.

Unidas Podemos, Sumar, Bildu, Junts, PNV… todos esos actores que se llenan la boca de democracia mientras firman pactos con la mano y esconden la otra para pedir más. Nos venden leyes de amnistía, lenguas cooficiales, inversiones quirúrgicas… y a cambio callan ante la corrupción. No hay ética, solo cálculo. Son malos compañeros para la gobernación de España porque no creen en ella. Se limitan a explotarla.

Oposición: ruido sin esperanza

Y mientras tanto, la oposición se pasea por los pasillos del Parlamento como alma en pena. Gritan, patalean, exigen elecciones. Pero no proponen nada. No hay visión. No hay proyecto. Solo hay tacticismo y declaraciones huecas. PP y Vox compiten por ver quién saca más mociones que no sirven para nada. Y cuando toca hablar de lo importante: educación, fiscalidad, productividad… silencio absoluto.

Así, ni gobierno ni oposición. Sólo dos bandos atrincherados, gritándose entre sí mientras el país se desangra en la cuneta.

Europa: ese espejo cruel

Nos guste o no, el espejo está ahí: el índice de corrupción nos coloca en el puesto 36. Lejos de los nórdicos, por debajo de Francia. Hasta Alemania e Italia, con sus líos y contradicciones, nos han dejado atrás. Ellos ejecutan fondos, modernizan infraestructuras, aprueban presupuestos. Nosotros seguimos de charanga política, de batalla cultural y de ministra efímera.

La maldición de repetirnos

Ya lo vivimos con el PSOE de los 90, con Filesa, con los GAL. Luego vino el PP y su Gürtel. Luego Sánchez y su discurso de regeneración. Hoy, vuelta al lodazal. Lo peor es que ya ni nos escandalizamos. Porque en este país cainita, la historia no se repite: se encadena.

La metáfora del tren: detenidos en la vía

España es un tren de alta velocidad parado en mitad de la nada. La locomotora tiene potencia, los vagones están llenos, las vías están puestas. Pero no se mueve. Porque el maquinista discute con el interventor, el jefe de estación pide una mordida, y los pasajeros se resignan mirando por la ventana cómo nos adelantan todos los demás. Mientras tanto, el ministro del ramo, un tal Óscar Puente, se dedica con fervor de rucio testarudo a tuitear majaderías y a destrozar, uno a uno, los ferrocarriles del país. Un paisano extremeño, de los que aún se acuerdan, me dijo no sin sorna que con Franco los trenes llegaban con más puntualidad y frecuencia. Y no le faltaba razón: este tipo parece empeñado en hacer bueno al dictador, aunque sea por comparación vergonzosa.

El gobierno está más ocupado en sobrevivir que en gobernar. Los socios, en desgastar el Estado que los alimenta. Y la oposición, en ver si pesca algo del naufragio. No hay futuro. No con esta cuadrilla.

El abismo que viene

¿Resignarnos? Quizás. ¿Rebelarnos? Difícil. Aquí la rabia dura lo que dura un titular. Y el olvido, una semana. Lo que nos queda es eso: un país que pudo ser, que tuvo los medios, que tuvo el viento a favor. Y que prefirió el clientelismo, el chantaje y la corrupción. Una nación en coma inducido, rodeada de nacionalistas que quieren romperla, gobernada por corruptos presuntos y oposición de salón.

España hoy es una vía muerta. Una vía herrumbrosa, triste, por la que transitan a pie sus propios ciudadanos: sin esperanza, sin futuro y sin un duro en el bolsillo. Caminamos, como en la imagen, solos y cargando apenas con lo que queda de nuestra infancia, de nuestra dignidad, de lo que fuimos. Nadie conduce el tren porque ya no hay tren; lo han saqueado, troceado y vendido a precio de saldo entre quienes juraron servir al país. Y mientras andamos por estas traviesas partidas, con el frío de la desconfianza calándonos hasta los huesos, los de arriba se reparten los raíles como si fueran botín de guerra. Tal vez ese sea nuestro destino: vagar sin rumbo, pisando los restos de una España que una vez quiso ser y ya no puede.

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Enrique Pampliega
Con más de cuatro décadas de trayectoria profesional, iniciada como contable y responsable fiscal, he evolucionado hacia un perfil orientado a la comunicación, la gestión digital y la innovación tecnológica. A lo largo de los años he desempeñado funciones como responsable de administración, marketing, calidad, community manager y delegado de protección de datos en diferentes organizaciones. He liderado publicaciones impresas y electrónicas, gestionado proyectos de digitalización pioneros y desarrollado múltiples sitios web para entidades del ámbito profesional y asociativo. Entre 1996 y 1998 coordiné un proyecto de recopilación y difusión de software técnico en formato CD-ROM dirigido a docentes y profesionales. He impartido charlas sobre búsqueda de empleo y el uso estratégico de redes sociales, así como sobre procesos de digitalización en el entorno profesional. Desde 2003 mantengo un blog personal —inicialmente como Blog de epampliega y desde 2008 bajo el título Un Mundo Complejo— que se ha consolidado como un espacio de reflexión sobre economía, redes sociales, innovación, geopolítica y otros temas de actualidad. En 2025 he iniciado una colaboración mensual con una tribuna de opinión en la revista OP Machinery. Todo lo que aquí escribo responde únicamente a mi criterio personal y no representa, en modo alguno, la posición oficial de las entidades o empresas con las que colaboro o he colaborado a lo largo de mi trayectoria.

2 COMENTARIOS

  1. Desolación e impotencia ante esta corrupción sin freno. Nos han robado el presente y nos están hipotecando el futuro. ¿Qué país les vamos a dejar a nuestros hijos? Se pisotean los valores y el esfuerzo de quienes levantaron España con sudor y dignidad. Si mi abuelo levantara la cabeza… no se moriría de pena, se moriría de vergüenza ajena.

    • Tienes toda la razón, Yolanda.
      No nos han robado solo dinero: nos han saqueado el ejemplo.
      Nuestros abuelos sudaban por construir; estos sudan por encubrir.
      Si levantaran la cabeza, no entenderían cómo se aplaude al ladrón y se calla al honesto.

      No es pena lo que da: es vergüenza colectiva. Y de la buena, la que duele.

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