Ya estamos en Meco. Esperando. Como quien espera a la novia en el altar después de años de compromiso y retrasos. El asunto va, otra vez, del agua. Concretamente, de esa criatura mítica y presupuestariamente pantanosa que bauticé en mayo de 2024 como la nueva Atlántida del Henares. Bien es cierto que me vine un poco arriba con el titular, lo reconozco. Uno tiene sus arrebatos líricos y la primavera de aquel año empujaba a soñar en grande. El caso es que, tras adjudicarse en aquel entonces la redacción del proyecto por la friolera de 145.000 eurazos —que no son calderilla, ni siquiera para un ayuntamiento con ínfulas de urbanismo nórdico—, ahora sale en busca de novio la ejecución de la obra por algo más de 1.800.000 del ala. Total: que la cosa nos va a salir a los mequeros por unos dos millones de euros. Dos millones. Así, con todas las letras. Y no estará finalizada hasta, más o menos, mediados de 2027. Tiempo más que suficiente para que los viejunos que nos dedicamos a supervisar las obras con las manos a la espalda y la gorra ladeada disfrutemos de ver todo manga por hombro durante los próximos 16 meses.

Y ojo: que si el resultado está a mi gusto, no tengo queja. Ya soy viejo, y como a cada cual, me importa mi parecer —y solo a ratos el de los demás, lo justo para no parecer un sociópata—, pues bienvenidos los martillos neumáticos, la grúa torre, las vallas naranjas, los obreros que se toman el café de media mañana y los curiosos que preguntan si el spa tendrá burbujas en el chorro o chorro en las burbujas.
Pero vamos al grano, que aquí hemos venido a contar lo que será esa cosa que han llamado, con no poco empaque, la “Casa del Agua” de Meco. Y no es poca cosa, al menos sobre el papel, que ya se sabe que aguanta lo que no aguanta el hormigón cuando se moja.
Según los arquitectos —que hablan siempre con un lenguaje entre la poesía y el delirio técnico—, el edificio de técnicas y entrenamientos en agua para invierno se plantea como una Casa del Agua integrada en el paisaje. Más allá del programa inicial, se intenta encontrar una identidad propia al edificio, proponiendo diferentes espacios de nado, aprendizaje, terapias y ocio relacionados con el agua. Que suena muy bien, hasta que te das cuenta de que lo que quieres es bañarte sin pillar hongos.
Tras la ejecución de la primera fase —la piscina que ahora está en construcción—, todo el proyecto se entiende como un gran parque de agua con diferentes piscinas y una zona construida en conexión con la trama urbana. Lo de la trama urbana es una forma fina de decir que se podrá ir andando si no te atropella un patinete o te tragas una zanja.
Se toman varias decisiones importantes: situar la entrada principal en la nueva calle peatonal —antes carretera de Alcalá, ahora reconvertida en pasarela del cloro—, entre el edificio de vestuarios y el nuevo kiosco con terraza. Allí se pondrán unas taquillas nuevas para acceder a los exteriores, el kiosco y los vestuarios. Y además, se plantea que en invierno el recinto quede cerrado por una cancela “permeable visualmente”. Es decir, que podrás ver el interior mientras te quedas fuera con cara de tonto si llegas tarde.
Atravesando los vestuarios se introduce otra “calle conectora” —palabra mágica del urbanismo actual— que lleva directamente a la flamante Casa del Agua. El edificio se fragmenta en tres paralelepípedos. Ya no hay bloques ni alas. Ahora hay paralelepípedos. Suena técnico, suena moderno, suena a que la cosa va en serio. Cada pieza tendrá su espacio de agua distinto: las dos grandes albergarán los vasos de nado, aprendizaje y acuagym, y la tercera se reservará para el spa y el espacio terapéutico, que se podrá utilizar de forma independiente. Como quien entra a misa sin pasar por el confesionario.
Para hacerlo todo más bonito, se domestica la forma del edificio para convertirlo en “casa”. Se conectan las tres piezas con un cuerpo intermedio más bajo —sí, lo que toda la vida ha sido un pasillo— donde estarán las circulaciones, salas de masaje, descanso, almacén y el cuarto de calderas. Que no falte de nada.
El volumen de mayor escala se colocará paralelo a la calle peatonal. Aquí estará el vaso de nado y aprendizaje. Las otras dos piezas —acuagym y spa— mirarán al jardín y a la pradera, conectadas por la zona de descanso y relax, separadas por un “jardín de los sentidos”. Que no tengo ni idea de lo que es, pero suena a que habrá lavanda, canto de pájaros y algún banco para meditar si tienes tiempo y cadera.
Dos millones después, solo espero que el spa me devuelva el cuerpo de 1986… o, ya puestos, que me lo deje en garantía
El diseño aprovecha la topografía del terreno para evitar que los volúmenes produzcan un gran impacto visual. Es decir, lo entierran un poco para que no se vea tanto. Se “horadan” —palabra que no se usa desde Homero— las piezas en función del entorno, la orientación y su uso interior. Y la fachada de la nueva plaza, punto de encuentro peatonal, se configura desplazando dos volúmenes. Arquitectura moderna, con sus giros de torso y sus equilibrios zen.
Para rematar, se acondicionan los vestuarios a los nuevos usos y se unifican la fase I —piscina de verano, para entendernos— y la II con cerramientos y carpinterías adecuadas. Que no se diga que aquí se deja una puerta sin revisar.
Los materiales también tienen su miga. Tres tipos de texturas: zócalo de hormigón visto chorreado —que no tengo ni idea de cómo se chorrea el hormigón, pero suena a que queda fino—, azulejos de 10×30 centímetros, brillo y mate, y celosías perforadas en las partes superiores. Las fachadas se tratan como lienzos de texturas, reflejos, transparencias y tamizados. Se diseñan desde dentro, abriendo huecos según el uso. Y las celosías, como en los harenes del Magreb, tamizan la luz y evitan deslumbramientos. Todo muy místico, muy delicado, muy de arquitecto de gafas gordas.
Al salir de los vestuarios, en la nueva calle conectora, se encuentran los accesos a la Casa del Agua y la sala de masajes. Una vez dentro, todo gira en torno a un eje central. De ahí salen las entradas a los tres volúmenes. Cada uno con su ambiente, su privacidad, su color, su proporción y su piscina. Tres usos, tres colores, tres proporciones… y un espacio central que da a un jardín de los sentidos. Ya me dirán ustedes si no es poesía húmeda.
A la derecha estará el volumen principal, con la piscina de 20×15 metros, altura de 5.15 metros hasta el techo. Está semienterrada respecto a la calle. La parte inferior hasta los 2.40 metros se reviste con azulejo verde agua, y el resto, blanco. Ventanales en tres orientaciones con celosías que filtran la luz como en un spa de cinco estrellas. El techo llevará placas acústicas para que no resuene como una lata cuando chillan los niños.
El siguiente volumen será para acuagym y aprendizaje. Piscina de 5.75 x 8.5 metros. Azul. Ideal para terapias, recreo o chapoteo con coreografía. Misma idea de luz tamizada, mismo afán de diseño.
Y al final, el espacio más protegido, el spa. Acceso independiente, entorno de calma, circuito lúdico y terapéutico. Sauna, vapor, pozo frío, duchas de contraste, duchas nebulizadas y, al llegar al núcleo, una terma con cascadas, burbujas, camas multijet, asientos con masaje… todo envuelto en azulejo color barro, cálido, envolvente. Lo único que falta es que venga Cleopatra —o Cleopatro, a cada cual lo que guste— a embadurnarte con sales del Mar Muerto.
Además, se plantea el acondicionamiento térmico de los vestuarios para invierno. Se aísla la fachada con SATE, se cambian revestimientos de cubierta, y se ponen radiadores aprovechando la caldera de gas. Vamos, que hasta el culo del edificio tendrá calefacción.
Ahora, a quien quiera ver todos los detalles del proyecto, sepa que hay un PDF ahí, en internet. No me vengas con que no lo encuentras. Está, como estuvo para mí. Así que, coño —ya salió el rudo taco ibérico—, búscate la vida y encuéntralo, como hice yo. Si tienes interés, te lo curras. Que no todo va a ser esperar a que te lo den mascadito.
Y ahora, que ya sabes todo esto, hazte una pregunta: ¿es suficiente esta Casa del Agua para una población de 17.000 almas? ¿La usarás? ¿Eres más de barreño de zinc en el patio o te animarás a probar las camas de burbujas?
Este viejo labriego de la tecla no está para convertirse en sireno. Pero, quién sabe. Igual me aprieto unos ratines en el spa por relajar el molondrio y lo que queda del cuerpo apolíneo que tuve —igual nunca—. La vida es así: un render a medio construir, con azulejos por colocar y una terma esperando en silencio.
Mientras tanto, ahí estaré, con las manos a la espalda, supervisando las obras y murmurando para mis adentros: “Que la Atlántida del Henares sea lo que prometieron… o al menos que no se hunda antes de tiempo.”