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Diella, la ministra virtual de Albania: cuando la corrupción se enfrenta a los algoritmos

Albania ha dado un paso que parece de ciencia ficción: nombrar a una inteligencia artificial, llamada Diella, como “ministra” encargada de la contratación pública. Su misión oficial es adjudicar concursos libres de presiones, favores o amenazas. Un experimento político que, en una democracia joven y con historial de clientelismo, suena a revolución silenciosa. Y, sin embargo, lo que más sorprende no es lo que ocurre en Tirana, sino lo mucho que podríamos necesitar algo parecido en esta patria nuestra, nación de naciones discutida y discutible.

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Me lo van a permitir ustedes: a estas alturas ya no me asombra casi nada. Llevamos demasiado tiempo tragando ruedas de molino, discursos huecos y ministros que parecen salidos de una tómbola. Con ese bagaje, que Albania —sí, Albania, ese país que muchos en España solo ubican porque suena exótico o porque alguna vez se cruzaron con la selección de fútbol en la tele— nombre a una inteligencia artificial como “ministra” me deja tan frío como un parte meteorológico de la AEMET.

La criatura se llama Diella, y según su creador político, el primer ministro Edi Rama, será incorruptible, inmune a favores y amenazas, y decidirá sobre contratos públicos con la frialdad de los datos. Un invento digital al que le han dado cartera, aunque sin escaño ni sueldo (por ahora). Y yo, que en esta España donde el poder se reparte entre amiguetes, con chiringuitos engrasados por adjudicaciones a dedo y favores de barra de bar, me pregunto socarrón: ¿y si probamos nosotros también? ¿No sería más higiénico? Un algoritmo como ministra, y a correr.

Claro, luego uno recuerda que aquí somos especialistas en corromper hasta las matemáticas, en amañar hasta el bingo de las peñas. Y sospecho que nuestra versión patria de Diella acabaría apadrinada por una consultora de las de siempre, que cobra millones por montar un Excel con cuatro macros y lo vende como inteligencia artificial de última generación.

Albania, el laboratorio inesperado

Albania no es un país cualquiera para ensayar este disparate sensato. Su democracia es joven, con cicatrices frescas de comunismo, guerra y mafias varias. Sus élites han hecho del clientelismo un arte y del enchufismo una ciencia —¿les suena?—. Y al mismo tiempo, tienen una obsesión clara: entrar en la Unión Europea, cuanto antes mejor.

Edi Rama, primer ministro desde hace más de una década, busca un cuarto mandato y necesita vender que su gobierno es distinto. Que Albania puede modernizarse, que Bruselas no debe mirarlos como a un hermano pobre y problemático. En esa apuesta se enmarca esta idea de digitalizar procesos hasta lo indecible. De Diella ya se sabía algo: empezó este mismo año como asistente en la plataforma e-Albania, resolviendo consultas ciudadanas. Lo típico: responder qué documentos hacen falta para una licencia, explicar cómo registrarse en el censo, esas cosas que los funcionarios aburridos suelen convertir en un viacrucis. Ahora, en un salto mortal de circo balcánico, la convierten en ministra virtual de Contratación Pública.

La promesa es grandilocuente: “adjudicaciones 100% libres de corrupción”

La promesa es grandilocuente: “adjudicaciones 100% libres de corrupción”. Y ahí me entra la risa floja. Porque cualquiera que haya leído dos expedientes de contratación sabe que la trampa no está en la poesía de la ley, sino en la letra minúscula del pliego, en la cláusula añadida a última hora, en la baja temeraria que huele a pacto previo.

La teoría funciona: datos contra favores

No nos engañemos: una IA en este terreno no es ciencia ficción. La contratación pública produce una montaña de datos tan grande que un sistema mínimamente decente puede detectar anomalías mejor que cualquier interventor con legañas.

Ejemplos hay de sobra. Si siempre gana la misma empresa, sospecha. Si los precios unitarios se disparan frente al histórico, alerta. Si se reparten contratos en rotación entre compañías del mismo grupo, bandera roja. Si un concurso se queda con un solo ofertante, revisa. Cosas de manual, que los algoritmos pueden señalar en segundos y que los humanos prefieren no ver porque “ya sabemos todos cómo funciona esto”.

No es teoría de café. En Ucrania, con la guerra en marcha, el sistema ProZorro abrió todos los datos de contratación, y Dozorro, su comunidad cívica, empezó a usar algoritmos para marcar contratos sospechosos. Funcionó. Tanto que Harvard Kennedy School lo estudió como ejemplo de gobernanza en entornos hostiles. En Brasil, un sistema llamado Rosie analizaba reembolsos de diputados y publicaba las anomalías. Los pilló con las manos en la masa más de una vez. ¿El secreto? Datos abiertos, algoritmos auditables y ciudadanía metiendo las narices. Exactamente lo contrario de un oráculo oscuro manejado desde arriba.

El riesgo del teatro cívico

La pregunta es si lo de Albania será eso: un teatro para Bruselas, un gesto vacío de modernidad, o un cambio real. Porque no basta con que Diella exista: hay que garantizar cómo se alimenta, cómo se audita y cómo se corrige cuando mete la pata.

Una inteligencia artificial es tan limpia como los datos que recibe y tan honesta como el código que ejecuta. Y si ese código es propiedad privada, cerrado y controlado por cuatro burócratas, la ministra virtual puede ser tan corrupta como el funcionario al que sustituye. Lo único que cambia es la careta.

Por eso, si Edi Rama de verdad quiere dar un golpe en la mesa, debería empezar publicando todos los datos en formato abierto, con logs públicos de cada decisión y auditorías externas. Solo así Diella dejaría de ser un avatar simpático y pasaría a ser una herramienta institucional. Sin eso, será como ponerle faldas a un algoritmo y llamarlo ministra: un chiste que se contará en las tabernas de Tirana.

Democracias jóvenes, corrupción vieja

Lo más interesante del experimento es que toca un nervio profundo. En democracias jóvenes como la albanesa, la corrupción no es un accidente: es el sistema. Heredado, perfeccionado y naturalizado. Frente a eso, la inteligencia artificial no es una varita mágica, pero puede encarecer el fraude. Obliga a justificar cada excepción, reduce la discrecionalidad y convierte en visible lo que antes se tapaba.

Y eso, créanme, no es poca cosa. En países donde los partidos se financian gracias a concesiones amañadas y obras infladas, meter una máquina que no entiende de favores ni de cuñados ya es un terremoto.

El espejo español

Aquí es donde uno se mira en el espejo y se ríe para no llorar. España, nación de naciones discutida y discutible, como diría un fulano español, lleva décadas alimentando corruptelas con la misma pasión con la que alimentamos tertulias de bar. Hemos visto aeropuertos sin aviones, autopistas que acaban en la nada, trenes que no caben en los túneles y contratos públicos inflados con la misma alegría con la que se sirven rondas en las fiestas del pueblo.

¿Y si tuviéramos una Diella española? Una ministra incorruptible que revisara cada licitación, cada factura, cada cambio de pliego. Imagínense la cara de más de uno en el Congreso cuando el sistema le pusiera una bandera roja al contrato del primo, al convenio del amigo o a la subvención de la ONG de la cuñada.

Claro que aquí, antes de eso, habría que decidir quién programa a Diella. Y ya me los veo: concurso público para seleccionar a la empresa adjudicataria que hará la IA que adjudicará contratos. Un meta-cachondeo que acabaría en portada de los periódicos y en los tribunales, con suerte.

El problema no es técnico, es cultural

Técnicamente, no hay misterio. Cualquier universidad española con un par de equipos de ciencia de datos podría montar un sistema que detecte anomalías en cuestión de semanas. Herramientas hay: clustering de expedientes, detección de rotación en licitaciones, análisis de costes unitarios. Todo probado, todo documentado en papers y repositorios públicos.

El reto es cultural. Aceptar que cada euro adjudicado quede registrado y sea explicable. Que ya no se pueda esconder la trampa en un cajón. Y ahí es donde se nos encoge el alma: porque sabemos que la resistencia será feroz. A nadie le gusta perder su cortijo.

Entre la ingenuidad y la resignación

Así que sí: me parece un experimento fascinante lo de Albania. No porque me crea que Diella vaya a salvar la democracia balcánica, sino porque pone sobre la mesa una verdad incómoda: donde hay reglas claras y datos abiertos, los algoritmos son mejores que los políticos en algo tan prosaico como adjudicar contratos.

¿Es triste? Sí. ¿Es necesario? También. Yo, que ya no me sorprendo de casi nada, pienso que quizás sería hora de probar algo así aquí. Al menos tendríamos la certeza de que, si nos roban, lo hará un algoritmo trazable y no un político sonriente con chaleco y mucha guasa. Y si me apuran, hasta nos ahorraríamos las ruedas de prensa huecas y los discursos vacíos.

Hay que joderse: al final, Albania nos da lecciones de higiene institucional.

La ministra que no duerme

Diella no duerme, no se cansa, no atiende favores y, de momento, no pide pensión vitalicia. Eso la convierte en un peligro real para quienes viven del enchufe y del favor. No sé cuánto durará, ni si acabará en un cajón como tantas promesas de regeneración. Pero el gesto es valiente y merece seguimiento.

En un mundo donde la política se ha convertido en espectáculo de trincheras, un país pequeño se atreve a decir: probemos con datos. Y eso, en su modestia, tiene un aire épico que ya quisiéramos en esta piel de toro donde seguimos discutiendo sobre naciones discutibles mientras los contratos se reparten entre amigos.

Yo, por mi parte, no espero milagros. Pero si algún día aquí aparece una ministra virtual que diga basta, me alegraré de ser gobernado por un algoritmo. Porque peor que lo que tenemos, créanme, es difícil.


Una docena de razones por las que España necesita una Diella

  1. Porque un algorrino no tiene cuñaos. Y eso, en la España de las contratas, es casi revolucionario.
  2. Porque la máquina no va a la mariscada. Se alimenta de datos, no de percebes y albariños a cuenta del contribuyente.
  3. Porque no se presenta a elecciones. Y, por tanto, no necesita financiar campañas con sobres marrones ni favores futuros.
  4. Porque no conoce las fiestas patronales. Aquí no hay “lo hablamos en la caseta de feria y ya lo arreglamos”.
  5. Porque no atiende llamadas a deshoras. Ni del empresario “amigo de toda la vida”, ni del concejal del pueblo, ni del primo del ministro.
  6. Porque no tiene puerta giratoria. No terminará de consejera en la misma empresa a la que adjudicó millones.
  7. Porque no entiende de banderas. Le da igual si el contrato es catalán, gallego o manchego: el dato manda.
  8. Porque no se compra con jamones. Que en este país se han ganado más concursos con ibérico que con méritos.
  9. Porque no necesita dietas. Ni kilometraje inventado ni hoteles de cinco estrellas para “trabajar” en Bruselas.
  10. Porque su memoria no se borra. Cada decisión queda registrada, y aquí no valen los “no me consta” ni los “yo pasaba por allí”.
  11. Porque no conoce el verbo “enchufar”. Si se enchufa, será a la corriente eléctrica, no a la sobrina del alcalde.
  12. Porque, puestos a elegir ministra, peor que algunas de los que tenemos no lo va a hacer.

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Con más de cuatro décadas de trayectoria profesional, iniciada como contable y responsable fiscal, he evolucionado hacia un perfil orientado a la comunicación, la gestión digital y la innovación tecnológica. A lo largo de los años he desempeñado funciones como responsable de administración, marketing, calidad, community manager y delegado de protección de datos en diferentes organizaciones. He liderado publicaciones impresas y electrónicas, gestionado proyectos de digitalización pioneros y desarrollado múltiples sitios web para entidades del ámbito profesional y asociativo. Entre 1996 y 1998 coordiné un proyecto de recopilación y difusión de software técnico en formato CD-ROM dirigido a docentes y profesionales. He impartido charlas sobre búsqueda de empleo y el uso estratégico de redes sociales, así como sobre procesos de digitalización en el entorno profesional. Desde 2003 mantengo un blog personal —inicialmente como Blog de epampliega y desde 2008 bajo el título Un Mundo Complejo— que se ha consolidado como un espacio de reflexión sobre economía, redes sociales, innovación, geopolítica y otros temas de actualidad. En 2025 he iniciado una colaboración mensual con una tribuna de opinión en la revista OP Machinery. Todo lo que aquí escribo responde únicamente a mi criterio personal y no representa, en modo alguno, la posición oficial de las entidades o empresas con las que colaboro o he colaborado a lo largo de mi trayectoria.

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